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Juan Soto Ivars

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El aborto y el tenis

Los que hemos pasado por un aborto tuvimos el viernes un día especialmente difícil. Recuerdo el dolor de aquella chica, su sensación de haber perdido algo

Foto: El secretario general del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba (5i), junto a la vicesecretaria general del partido, Elena Valenciano (4i) (EFE)
El secretario general del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba (5i), junto a la vicesecretaria general del partido, Elena Valenciano (4i) (EFE)

Los que hemos pasado por un aborto tuvimos el viernes un día especialmente difícil. Recuerdo el dolor de aquella chica, su sensación de haber perdido algo. Recuerdo los meses que pasó intentando recuperarse de la decisión. Para hacerlo no hubo dudas: teníamos veintipocos y estábamos estudiando, ninguno de los dos tenía la más mínima gana de convertirse en padre. Ahora que cada cual lleva su vida, miramos atrás. La decisión fue correcta. El dolor de aquella chica valió la pena. Ya habrá tiempo para ella. Ya habrá tiempo para mí.

Antes de seguir: mi respeto hacia los católicos es enorme. No soy ningún quema-conventos. Sin embargo, las injerencias de la Iglesia en la vida pública, más allá de las procesiones de Semana Santa, me parecen un atropello imperdonable. Si alguien prohibiera las misas, reaccionaría con la misma furia que cuando alguien llama “asesinas” a las abortistas. Por echarle un poco de retranca a la cosa, diré que si el aborto es un asesinato debería tener, al menos, el atenuante de la legítima defensa.

Pero esto es muy serio. El único motivo para prohibir el aborto es de orden religioso. Si el Estado socialista hubiera obligado a una católica a desprenderse de un feto deformado, todos los abortistas hubiéramos puesto el grito en el cielo. El Estado, para un liberal, no debe legislar dentro de la casa más que para reforzar las libertades. El Estado liberal sabe dónde acaba lo público y empieza lo privado.

Entonces llega Gallardón, que se llamaba a sí mismo liberal, y con gallardía absoluta y una sordera crónica redacta una ley que criminaliza a las mujeres justo cuando tienen que tomar una decisión íntima y difícil. Qué caída de máscara.

La chica que abortó y yo vivíamos en Madrid cuando Gallardón era el alcalde. Teníamos debates acalorados sobre él. Yo confiaba, me parecía un verdadero liberal. Ella, más contestataria, abominaba. Cuando ganó las elecciones en su segundo mandato, Gallardón dio un discurso fenomenal. Con una mayoría abrumadora, proclamó:

- Que quienes no me han votado estén tranquilos. Gobernaré para quienes no me han votado. Seré un alcalde de todos los madrileños, sin importar el rasgo ideológico.

Desde luego, en endeudamiento público se comportó como un socialista. Por hacer túneles colosales le apodaron el Faraón, y los faraones, como se sabe, tienen línea directa con los dioses. Pero yo, que soy un ingenuo, le pasaba a mi chica estas palabras por la cara. “¿Lo ves, lo ves? ¡Así tendrían que ser todos los políticos!”. Ella se mostraba inflexible y me trataba como si me hubiera convencido un anuncio de la teletienda. Vaya si tenía ella razón. La ley de seguridad ciudadana y esta del aborto demuestran que mi Gallardón no era más que fachada.

Corren ríos de tinta. A mí me parece un asunto sencillísimo. Se sabe, pues siempre ha sido así, que una prohibición del aborto lo convierte automáticamente en actividad clandestina. La clandestinidad, paradójicamente, sólo favorece a los médicos abortistas. Podrán subir la tarifa, por el riesgo de ser descubiertos. Se seguirá abortando, con mayores riesgos, con mayor dolor. Punto final. Pero esto no es lo más grave de todo.

Los católicos están celebrándolo como si fuera un triunfo de la vida. Su alegría durará poco. Este país está contaminado por la mentalidad cañonera de la Guerra Civil. Dos corrientes turnistas, como en tiempos de Isabel II, redactan leyes contradictorias. Dentro de dos años caerá el partido azul y vendrá el partido rojo a hacer la suya. El aborto será legal, el aborto será una fiesta. Hoy contra ti, mañana contra mí. Como ocurre con las leyes de educación, cada partido convierte los aspectos fundamentales del país en mera propaganda para sus fieles.

Si a algún partido le importase mínimamente el largo plazo de los españoles, el aborto sería legal en un marco algo más restrictivo que el de la ley socialista. La educación estaría cimentada con una ley de consenso que no habría que cambiar cada pocos años. Pero somos incapaces de ponernos en el lugar de los demás. El esfuerzo que se hizo en la Transición es historia. Cada cual a la suya y envidando a grande la de los demás, aquí pueden contarse con los dedos de una mano los liberales de verdad.

Es normal que España tenga un tenista como Rafa Nadal. El tenis es la metáfora perfecta de España. Y mientras vuela la pelota hasta su cambio brusco de sentido, lo único cierto es que muchas mujeres van a sufrir.

Los que hemos pasado por un aborto tuvimos el viernes un día especialmente difícil. Recuerdo el dolor de aquella chica, su sensación de haber perdido algo. Recuerdo los meses que pasó intentando recuperarse de la decisión. Para hacerlo no hubo dudas: teníamos veintipocos y estábamos estudiando, ninguno de los dos tenía la más mínima gana de convertirse en padre. Ahora que cada cual lleva su vida, miramos atrás. La decisión fue correcta. El dolor de aquella chica valió la pena. Ya habrá tiempo para ella. Ya habrá tiempo para mí.

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