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Novísimas ideas para políticos. Hoy, sobrevivir a una rueda de prensa
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Juan Soto Ivars

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Novísimas ideas para políticos. Hoy, sobrevivir a una rueda de prensa

Trillo era un maestro en el arte de echar humaradas ante los periodistas. Su marcha de la primera línea de fuego se ha sentido mucho. Desde

Foto: Los periodistas siguen un discurso de Rajoy desde la sala de prensa. (EFE)
Los periodistas siguen un discurso de Rajoy desde la sala de prensa. (EFE)

Trillo era un maestro en el arte de echar humaradas ante los periodistas. Su marcha de la primera línea de fuego se ha sentido mucho. Desde que se fue, no resulta tan divertido ver a los políticos eludir respuestas. Con Trillo era placentero contemplar cómo la atención mediática se centraba en cualquier detalle insustancial y se alejaba del gran elefante rosa que había metido en el despacho.

– Manda huevos.

Recuerdo que Trillo, en una rueda de prensa que se prometía tensa, estuvo manejando algo en el bolsillo de su pantalón. Contestaba a las preguntas vagamente mientras su mano, en el bolsillo, hacía dar vueltas a un misterioso objeto. ¿Plutonio? ¿Una bala? ¿Un tanga ensangrentado? No tardó un periodista en preguntarle:

– ¿Y qué es lo que vuecencia lleva en el bolsillo?

Trillo, victorioso, proclamó:

– Una castaña, la castaña que le voy a dar al primero que me pregunte. ¡Para usted!

Realmente llevaba una castaña en el bolsillo. La sorpresa fue mayúscula:

¡Se ha dicho una verdad en una rueda de prensa!

Los asesores de Trillo eran tan propensos a la broma como él y con esta trapacería lograron lo que buscaban: tener a los medios distraídos con la castaña. Titular a cinco columnas, el día siguiente:

– Trillo da una castaña a un periodista.

Los recursos para eludir preguntas se les están acabando a nuestros políticos. Empieza a ser repetitivo el plasma, que ya no consigue tantos titulares como la primera vez

Pero los recursos para eludir preguntas se les están acabando a nuestros políticos. Empieza a ser repetitivo el plasma, que ya no consigue tantos titulares como logró la primera vez. De hecho, hay un peligro desde que Manuel Jabois propuso que, en esos casos, los periodistas cambiaran de canal y pusieran el fútbol.

– ¡Gol en El Molinón!

El combate eterno entre el político y el periodista tiene que ver con la guerra entre el político y la verdad. Es una lucha antigua y en este momento requiere asesoría, ideas frescas. Aquí van unas cuantas técnicas:

Táctica del escarabajo:

Ante el salón abarrotado de viles gacetilleros, en una rueda de prensa, las preguntas incómodas se suceden y el político se pone a sudar, los periodistas vuelven sobre lo que ya se ha contestado, no se conforman, buscan la duda y la zozobra del pobre servidor público. Ante la granizada queda la técnica del escarabajo pelotero: tirarse al suelo de espaldas y levantar las patas, sacudiéndolas en espasmódicos tics post-mortem. Requiere entrenamiento ante el espejo para que salga creíble, pero garantizo que las portadas no hablarán de otra cosa.

Chiquito:

Una convocatoria de prensa puede ir como la seda hasta que algún mamón levanta la grabadora y suelta la bomba. Se produce un silencio expectante. Todos los ojos están fijos en el presidente, que finge mirar sus papeles, con suma calma, mientras le soplan la excusa por el pinganillo. Bien, las excusas terminaron gracias a la técnica de Chiquito de la Calzada. “No puidor, fistro, pecador”, dicho con el mismo tono monocorde, tumbará cualquier hostilidad y logrará una simpatía instantánea de los periodistas y ciudadanos.

Mr. Spock:

Ante el mismo problema, el político puede tocarse la oreja y pedir a Mr. Spock que active el teletransporte. El político aparecerá a salvo en el Enterprise unos segundos después, y los periódicos del día siguiente remarcarán asombrados la desaparición, luego de un fogonazo azul. ¿Que esa tecnología no está desarrollada todavía? En ese caso puede usarse el anillo único de Bilbo Bolsón, el que da el don de la invisibilidad. Es más rudimentario, pero logra un efecto similar.

Rey Midas:

Que el político lance una lluvia de billetes de cinco euros al grito de “¿quién quiere pasta?”. Los periodistas se lanzarán al suelo

Se sabe que la profesión periodística está en crisis. Los sueldos se recortan, las redacciones sangran por las heridas de los ERE. El otro día vi a un periodista comiendo menú del día en un bar y sospeché que estaba untado por alguna gran corporación. Y ahí tuve esta idea: que el político lance una lluvia de billetes de cinco euros al grito de “¿quién quiere pasta?”. Bastará con cien euros, que veinte papelitos grises hacen buen confeti. Los periodistas se lanzarán al suelo, pelearán por el dinero y al cabo de un rato habrán olvidado qué estaban haciendo ahí, puesto que estarán todos repartidos en bares tomando su menú del día.

À la française:

Cuántas veces no habremos hecho esto nosotros, los ciudadanos. Estamos en una reunión de amigos que nos apetece aproximadamente un pijo, con ganas de ir a casa, pero tememos que salga el típico pesado con el “no te vayas todavía, marica”. Se ha acabado toda la droga, ya hemos hablado de los próximos golpes y asesinatos de la semana, nuestro guardaespaldas está empezando a emborracharse y apunta con la pistola a la diana de los dardos... ya no hay motivo para quedarse más. Entonces cogemos el teléfono, fingimos que nos ha vibrado y, con el aparato en la oreja, salimos del bar chillando:

– ¡Dime, dime, que no te oigo bien, espera que salgo!

Nuestros amigos quizás sospechen que ese teléfono es un McGuffin, pero no tendrán reflejos, les habremos cogido por sorpresa y un minuto después ya estaremos corriendo por la calle como alma perseguida por los demonios. Bien, es una técnica que salvará al político, si las demás han fallado, y lo pondrá a salvo del enfrentamiento con la verdad.

Nota para Moncloa: ya les he enviado mi número de cuenta por email.

Trillo era un maestro en el arte de echar humaradas ante los periodistas. Su marcha de la primera línea de fuego se ha sentido mucho. Desde que se fue, no resulta tan divertido ver a los políticos eludir respuestas. Con Trillo era placentero contemplar cómo la atención mediática se centraba en cualquier detalle insustancial y se alejaba del gran elefante rosa que había metido en el despacho.