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Éxodo de librerías en el centro de Barcelona
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Juan Soto Ivars

España is not Spain

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Éxodo de librerías en el centro de Barcelona

Un amigo mío catalán lanzaba en su perfil de Facebook la siguiente pregunta de tintes trágicos. Le faltaba la calavera en la mano, la iluminación expresionista

Un amigo mío catalán lanzaba en su perfil de Facebook la siguiente pregunta de tintes trágicos. Le faltaba la calavera en la mano, la iluminación expresionista y la sombra de las candilejas. El auditorio sobrecogido sí que lo tenía:

– Pero por Dios, ¡¿realmente necesitamos tanto Mango en el centro?!

Y es que el centro de Barcelona no está diseñado para la vida. El centro de Barcelona está diseñado para el escaparate y el turismo.

Barcelona és bona si la bossa sona.

Un cambio en la ley de alquileres comerciales puso el cimiento de una 'renovación' del centro. La palabra renovación tiene aquí una intención puramente irónica. ¿Qué se renueva más que el escaparate de un Zara? Un paseante que baje de la Casa Batlló a la Catedral del Mar perderá la cuenta si intenta apuntar los Mango, los Zara y los Bershkas. Yo salgo de mi casa a comprarme una camisa barata de H&M y la primera duda no es de qué color la quiero, sino en cuál de los establecimientos de la cadena la voy a comprar.

En una entrevista, me dijo Kiko Veneno algo de lo que no he podido olvidarme. Él se refería a Madrid y a la publicidad de un gigante de las telecomunicaciones:

– No quieren anunciarse, la publicidad es discreta al lado de lo que están haciendo. Se trata de un pulso de poder que trasciende la publicidad. Una empresa que sale en la tele y en los periódicos todos los días no necesita informar de sus ofertas, quiere conquistar todo el espacio posible porque eso da una imagen de poderío. El resultado es el empacho.

El centro de Barcelona no está diseñado para la vida. El centro de Barcelona está diseñado para el escaparate y el turismo

Llevaba Kiko mucha razón. Los directores de ventas de las franquicias de moda no cuentan con que el turista se dirija civilizadamente a sus establecimientos. Como zapadores urbanos, ponen una puerta en cada trayecto y esperan que ese pollo sin cabeza llamado turista entre, si no aquí, en la de más allá.

A mí no me molesta particularmente el turismo y soy cliente de las grandes cadenas. Pero el uso y el abuso se miden por las consecuencias. El borrachuzo y el sofisticado dipsómano son dos puntos de una gradación.

La consecuencia de la trapacería del ayuntamiento de Barcelona que dirige Trias es que se ha convertido el centro de la ciudad en un centro comercial. Esto no diversifica la oferta de productos, cosa siempre deseable en una economía de consumo, sino que la homogeneiza. La ropa y los souvenirs se multiplican por todas partes, brotan máquinas dispensadoras de Coca-Cola y botellitas de agua para hacerles soportable el tránsito callejero bajo el imperio del sol español, y desaparecen los rivales débiles. Y hay una cosa que los guiris no compran cuando vienen a España: libros.

A finales de 2013 desapareció una librería de toda la vida: Canuda. No se ha ido sola. En los últimos dos años la han acompañado Documenta, Roqué, Jaimes, Áncora y Delfín, dos librerías Platón y las tres Librerías Francesas que había en Barcelona. Son las últimas de una larga lista de desaparecidas bajo el imperio del turismo. Todas tuvieron la mala fortuna de encontrarse en el centro, algo bueno hace diez años, que actualmente es tan bueno como que se te cale el coche en mitad de la vía del expreso internacional.

Canuda era una librería de viejo por la que pasabas siempre sí o sí. Tenía una oferta insuperable en títulos de segunda mano. Allí compré el Celtiberia Show de Luis Carandell, que dio origen a nuestro museíllo fotográfico. Allí he comprado ediciones descatalogadas de Francisco Umbral, Miguel Delibes, Camilo José Cela, Wenceslao Fernández Flórez o Jardiel Poncela que sería imposible hallar en otra parte. Me percaté del cartel de cierre una tarde de octubre. La librería estaba hasta la bandera, como era habitual. Me abrí paso hasta el dueño, un señor muy respetable que me explicó el caso:

– El dueño de la finca no renueva nuestro alquiler, y ahora la ley lo ampara. Una cadena de tiendas ha lanzado una petición y quiere que todos los locales comerciales de la manzana se conviertan en una macrotienda (a pocos metros de otra sucursal). Nosotros no podemos quedarnos.

– ¿Podéis pagar?

– Podemos pagar lo pactado, pero la cadena de tiendas dice que o toda la manzana, o nada.

Jordi Llovet alertaba en un artículo de ayer de que la nueva ley de locales comerciales permite que el precio pactado se multiplique por diez. Y si la librería puede pagarlo, siempre queda la expulsión con la técnica que acabó con Canuda.

La consecuencia de la trapacería del ayuntamiento es que se ha convertido el centro de la ciudad en un centro comercial. Y hay una cosa que los guiris no compran cuando vienen a España: libros

Así, la Barcelona del 2x1, la sangría y la paella hedionda empezó 2014 sin esta librería siempre llena de barceloneses a la búsqueda del buen libro. La manzana está preparando sus locales para recibir al conquistador.

Leo en la biografía de la emperatriz china Cixí un caso llamativo: cuando los manchúes conquistaron a los hun, antiguos moradores de la China intramuros, decretaron un periodo de mil años de castigo. Obligaron a los vencidos a adoptar, a perpetuidad, el corte de pelo manchú, la mayor ofensa imaginable.

– Como si en vez de chinos fueran chonis.

El conquistador de Barcelona no nos obliga a cambiar de corte de pelo. Pero donde había Umbral, mañana encontraré las mismas bragas que ya encuentro doscientos metros más allá.

Un amigo mío catalán lanzaba en su perfil de Facebook la siguiente pregunta de tintes trágicos. Le faltaba la calavera en la mano, la iluminación expresionista y la sombra de las candilejas. El auditorio sobrecogido sí que lo tenía:

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