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Juan Soto Ivars

España is not Spain

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Mostrar el DNI para ir al váter

Ahora, para entrar en un ciberlocutorio habrá que enseñar el DNI, que será fotocopiado y archivado, bajo amenaza de multa por infracción grave

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El ciberlocutorio que yo visitaba en Águilas estaba lleno de críos jugando al Counter Strike, un videojuego de pegarse tiros entre amigos y de buen rollo. Metías la cabeza en el local y te podía salir disparada la tapa de los sesos (por el ruido):

– ¡Mátalo, cojones, que me está disparando!

– ¡Vooooy!

– Toma toma toma toma.

En fin. Los parroquianos del locutorio engullían patatas fritas y Risketos, y si uno tenía que palpar el teclado lo mejor era usar guantes de cirujano y traje de protección de nivel 4, el recomendado para las epidemias de ébola. Eso, claro, en el caso de que los pequeños vándalos dejaran un ordenador libre. Y era engorroso, no sólo por el glutamato grasiento que cubría toda aquella tecnología, sino por las prisas. Generalmente, al cibercafé o locutorio uno va con prisa a imprimirse una tarjeta de embarque o a hacer cualquier otra gestión, cuando internet nos ha abandonado.

Fernández Díaz nos deja ver al otro lado de los papeles ministeriales una filosofía de hombre de Estado norcoreano. Se legisla, tentándole los límites a la Constitución, para ver cuántas normas incompatibles con el Estado de derecho se cuelan entre las piernas del TC

Ahora, publica hoy José María Olmo en este diario quepara entrar en un ciberlocutorio habrá que enseñar el DNI, que será fotocopiado y archivado, bajo amenaza de multa por infracción grave, cómo no, para el moro regente. La idea provoca esta risa desesperada a la que uno ya se está acostumbrando. Me imagino al inspector llegando al ciberlocutorio con su maletín abierto como una boca de fiera:

– Mohamed, la valija de los documentos.

– Tenga.

– Y una bolsa de Risketos, por favor.

La buena noticia es que los niños del Counter Strike serán erradicados de los cibercafés de España a no ser que dispongan de su propio DNI.

Pero el artículo de marras es un síntoma más de la gran enfermedad: la criminalización sistemática del ciudadano. Quieren diseñar un mapa de la ciudad que se parece cada vez más a la terminal de un aeropuerto, pero tenemos la fortuna de que se legisla sin pensar en el coste de aplicación de las leyes. Lo único que consiguen con tantas restricciones es cubrirse las espaldas cuando las autoridades quieran entorpecer la vida de un contribuyente. Sabemos que no hay flota de vespinos suficiente en España para tanto inspector viajante como habrá que contratar.

Pero más allá de engordar el cuerpo jurídico de la vida cotidiana con trámites y más trámites, el ministro Fernández Díaz nos deja ver al otro lado de los papeles ministeriales una filosofía de hombre de Estado norcoreano. Queda claro su deseo, tan de ojo de Sauron, y su miedo a la libertad individual. Se legisla, tentándole los límites a la Constitución, para ver cuántas normas incompatibles con el Estado de derecho se cuelan entre las piernas del Tribunal Constitucional. Se legisla como se regatea en un bazar de Tánger.

Naturalmente este espíritu de comisario no es sólo azul como el PP, que la libertad se restringe con trajes de todos los colores: fue el Gobierno de Zapatero el que abrió la veda, y el siguiente no ha hecho más que seguir la senda. Diga lo que diga la oposición, en esto están todos de acuerdo. Comparten el miedo y hasta en austeridad lo reparten con generosidad.

No hay semana que no tengamos una nueva valla para saltar en nuestra vida diaria. Se persiguen los 'crowdfunding', con el punto para la banca; se quiere limitar la manifestación a recintos bien controlados, y, por si la calle no fuera poco, las leyes restrictivas se meten hasta en el domicilio

Miedo, por un lado, y protección por el otro. Pero no protección del individuo, sino de intereses más privados todavía. No hay semana que no tengamos una nueva valla para saltar en nuestra vida diaria. Se persiguen los crowdfunding, con el punto para la banca; se quiere limitar la manifestación a recintos bien controlados, y, por si la calle no fuera poco, las leyes restrictivas se meten hasta en el domicilio.

Un ejemplo: la ordenanza municipal que se aprobó hace un par de años en Barcelona que persigue a las personas que alquilan su casa o alguna habitación a los turistas. Muchos barceloneses se sacan unos duros, en esta ciudad tomada por las hordas de turistas, hospedando en casa a unos guiris a través de una web, Airbnb. El ayuntamiento ha decidido que debe proteger a las cadenas hoteleras de esta pequeña interferencia, así que actualmente los usuarios habituales de Airbnb están proscritos. Y si uno quiere hospedar a un guiri en su propia casa, no es posible.

En fin. Normas y normas y normas, para proteger lobbies o por ansia de fiscalizar la vida del peatón. Con la excusa de protegernos y hacer nuestra vida más segura, habrá que pedirle permiso al Prosegur para ir a mear en la cafetería. Y a quien no levante la tapa, multa.

–No lo digas muy alto a ver si te van a hacer caso.

El ciberlocutorio que yo visitaba en Águilas estaba lleno de críos jugando al Counter Strike, un videojuego de pegarse tiros entre amigos y de buen rollo. Metías la cabeza en el local y te podía salir disparada la tapa de los sesos (por el ruido):

Ministerio del Interior