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Edificio España, 'mon amour'
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Juan Soto Ivars

España is not Spain

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Edificio España, 'mon amour'

Me enamoré del Edificio España en mi primer viaje a Madrid. Siempre me ha parecido un centinela parapetado ante la ciudad, un cíclope con tirantes, que

Foto: El Edificio España en los años 50 (foto: Anual-Wikipedia)
El Edificio España en los años 50 (foto: Anual-Wikipedia)

Me enamoré del Edificio España en mi primer viaje a Madrid. Siempre me ha parecido un centinela parapetado ante la ciudad, un cíclope con tirantes, que tiene su único ojo fijo en la Casa de Campo y avisará a la capital con bocinazos si una jauría invasora se acerca por donde vinieron los de Napoleón.

Sin embargo, esta vez, los invasores han llegado por detrás. Y no se llaman invasores, eso era antes. Ahora se llaman inversores. El Edificio España nos avisa, atento pese a que lleva años desmantelado, con las corrientes de aire levantando polvo de hormigón por donde antaño hubo moquetas de hotel, familias y espionaje. Porque el Edificio España, concretamente su hotel Crowne Plaza, dio cobijo a toda clase de personajes dignos de una película de espías.

Sobre su historia sé muchas cosas porque hace once años escribí una novela donde aparece el edificio. Si ese banco avaricioso o su lacayo, el ayuntamiento, tuvieran el más mínimo interés en rehabilitarlo sin borrarle la historia, yo me prestaba voluntario para contar algunas de las anécdotas que tengo recopiladas. Anécdotas que son la historia verdadera de España.

Verán: toda la historia de esta mole ha sido el calco de la historia de España. Se construyó como firma final para la Gran Vía, obra faraónica que comprendió tres regímenes políticos y una guerra. Coda a semejantes terremotos, el edificio nació con los ojos muy abiertos. Albergaría un hotel de lujo para los dignatarios internacionales que sería el icono del fin de la Autarquía, es decir, un posible escenario para la versión metropolitana de Bienvenido, Mr. Marshall.

Toda la historia de este edificio ha sido el calco de la historia de España.Si ese banco avaricioso o su lacayo, el ayuntamiento, tuvieran el más mínimo interés en rehabilitarlo sin borrarle la historia, yo me prestaba voluntario para contar algunas de las anécdotas que tengo recopiladas

Por eso levantaba sus faldas y enseñaba sus ligas a pocos metros del Palacio de Oriente. El Caudillo especificó al arquitecto Otamendi que quería un paso de carruajes para que los invitados al Palacio pudieran irse luego al hotel tirados por rocines.

Ya ven: carruajes en los cincuenta, en plena capital. Si eso no es una metáfora del franquismo, que venga Dios y lo vea. Pero sus parecidos con el país entero no iban a quedarse en la pila bautismal. Fue pasando la dictadura ante el coloso. Por fuera, una fachada monumental de inspiración mezclada entre Nueva York y El Escorial. Por dentro... por dentro ciudad autónoma y con sus propias reglas, morada de espías, estrellas de cine, cantantes folclóricas, borrachos del mundo y poetas del más allá. Escenario de orgías sodomitas, fiestas pantagruélicas y algún que otro crimen, el Edificio España tuvo el honor de alojar la primera detención por consumo de cocaína en España. ¡Ya ven! ¡Cocaína, el polvillo hormigonero llamado a ser droga nacional de la burbuja inmobiliaria!

Y como le pasó al franquismo, le pasó al edificio. En los años setenta comenzaba su declive. Sobrevivió a la Transición tocado de muerte: el hotel no daba la talla ante los nuevos estándares del lujo, sus calderas agonizaban en los sótanos junto a grupos electrógenos parecidos a rinocerontes asmáticos. Con el frío y la decadencia de sus galerías comerciales pasadas de moda, las viviendas se fueron vaciando: a su alrededor, de Conde Duque a Leganitos, Madrid se poblaba de heroinómanos, devaluando los bajos de Gran Vía hasta niveles dignos de las historias del Kronen.

Época de yuppies en la capital, en los noventa muchas empresas abandonaron sus oficinas para irse a las zonas de moda: Zurbano, Gregorio Marañón, Castellana. Y la plaza de España fue quedándose tan desplazada de Madrid como muchos la hemos conocido. Era el punto más frío de la capital, atravesada por corrientes árticas que venían de la Casa de Campo.

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Pero el Edificio España seguiría siendo el termómetro del país, seguiría reflejando los síntomas de todos los resfriados, gripes y sarampiones nacionales. No vivió las glorias de la burbuja inmobiliaria, no compartiría las mieles del boom económico que trajo Aznar y disfrutaron todos los Gil y Gil de este país, pero sí pagaría las consecuencias. Santander compró a Metrovacesa la finca poco antes de la explosión de la burbuja inmobiliaria. Curioso momento para un desembolso millonario y de nuevo síntoma de algo mayor: la operación demostraba que a los bancos, en el fondo, tampoco les sonaron las alarmas como debían. Aún lo estamos pagando.

Así que el Edificio España pasaría toda la crisis como una metáfora del país: obras de demolición que no condujeron a ninguna parte. Víctor Moreno recogió esta verdad desnuda en su documental y al Santander, al principio, le dio por prohibir la exhibición de la película. ¿Qué se veía? Pues parálisis sistémica: un gran edificio vacío en el epicentro de un país donde los edificios vacíos se multiplicaban como en un holocausto nuclear, desde Coruña a La Manga del Mar Menor.

Ahora, este termómetro fenomenal nos indica que la temperatura sube en los mercados. Ya está vendido al primer postor (o al siguiente impostor). Y vuelve a transformarse de acuerdo con las nuevas reglas: Foster y Lamela están dispuestos a remodelarlo, samaritanos ellos. A remodelar (que siempre es un decir) la trasera y laterales de esta pirámide majestuosa. De nuevo, síntoma de España y lo que ocurre en ella. ¿No pierde toda su personalidad para engatusar a los turistas? ¿No se transforma España en un colosal sumidero de tiendas de souvenirs y de ropitas?

Pues quedaba la plaza de España. A esa explanada en que las parejas se amartelan aprovechando lo oscuro, donde una estatua de Quijote y Sancho pasa tan desapercibida como el resto de la obra de Cervantes en este país de locos, la quieren convertir en gran centro comercial descubierto. Descubierto, por ahora, queda el afán de la alcaldía por despersonalizar. Y descubierta la nueva bajada de pantalones del patrimonio nacional cuando un banco necesita liquidez.

Ahí quedará el Edificio España, sólo fachada, presidiendo el decorado. Será el primero en ver la playa de Madrid, igual que ahora es el primero en avisarnos. Igual que nos ha avisado tantas veces, aunque luego habrá quien diga que nadie nos avisó. Pues escuchen, coño.

Me enamoré del Edificio España en mi primer viaje a Madrid. Siempre me ha parecido un centinela parapetado ante la ciudad, un cíclope con tirantes, que tiene su único ojo fijo en la Casa de Campo y avisará a la capital con bocinazos si una jauría invasora se acerca por donde vinieron los de Napoleón.

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