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El cartón piedra de ‘Casablanca’ es más real que el 3D de ‘Gravity’
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Juan Soto Ivars

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El cartón piedra de ‘Casablanca’ es más real que el 3D de ‘Gravity’

He cometido un error de cálculo terrible. Cada vez me quedan menos películas de Billy Wilder para ver por primera vez, y calculo que tengo todavía

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He cometido un error de cálculo terrible. Cada vez me quedan menos películas de Billy Wilder para ver por primera vez, y calculo que tengo todavía demasiada vida por delante. Esta perspectiva me preocupa, porque el cine de Wilder es una verdadera necesidad. Uno quiere que su filmografía no se acabe nunca y estaría dispuesto a agarrar a la momia de Wilder por las solapas y exigirle que resucite para volver a rodar, y que combata la plaga que sufrimos, la del cine 3D, que ha sustituido a la ética por la estética.

En las últimas películas taquilleras que he visto, los efectos especiales y las imágenes alucinantes resbalaban por la pantalla vacía. Le suplicaría al difunto Wilder que viniera a poner orden y devolviera el guión a la posición dominante que tuvo en sus largometrajes.

Hoy también se hacen películas geniales, pero venden poco. Son cintas que, a falta de espectacularidad, acaban pirateadas. El cine palomitero que arrastra a las masas ante las pantallas grandes es un carro lumínico y giroscópico conducido por surfistas chalados. Podríamos catalogarlo como cine de efectismos especiales.

Spielberg fue uno de los últimos dosificadores inteligentes del efecto especial. Sabía que deleitar las retinas del espectador era un simple recurso para contar una buena historia. Aunque se haya dejado arrastrar a la nueva ola en películas como Minority Report o la del caballo, de cuyo nombre no quiero acordarme, a Spielberg aún podemos perdonárselo todo. Pero Michael Bay, que le sigue... será mejor correr un velo.

Echo de menos a Wilder y no puedo reprocharle que sólo rodase 27 películas. Hizo lo que estuvo en su mano. Varios años de trabajo de un cineasta no son más que unas pocas horas en el mercado de la butaca. Es como si ellos filmasen en pesetas y nosotros viéramos las películas en dólares. Los artistas tienen vidas de perro. Por cada año nuestro, ellos han vivido siete. Y después, desaparecen.

Vídeo: Tráiler de 'The Lost Weekend'

Anoche cayó The Lost Weekend, la parábola dura y negra sobre el alcoholismo extremo, posiblemente el retrato psicológico más fino que se ha rodado nunca sobre esos borrachos que despiertan por la mañana en busca de la botella y se convierten después en cazadores astutos y solitarios. El protagonista es un zahorí enloquecido que atraviesa Nueva York obsesionado con encontrar unos octanos de líquido. Cuando se sienta a trabajar, una voz le susurra al oído que sería mejor tomar primero una copita, pero para él “una copa siempre es demasiado y cien nunca son suficientes”.

Las películas de Wilder te dejan pensando varios días y te llevan a conclusiones inesperadas. Cuando la bobina echa a rodar, la sigues, miras atrás y te das cuenta de que has concluido un viaje hacia nuevos puntos de vista. The Lost Weekend me hizo pensar en el pánico ante la página en blanco. Algún día escribiré sobre esto. Iba a hacerlo hoy, pero descubro que esta página en blanco me ha llevado a la batalla contra el cine en 3D, es decir, a una defensa del buen cine de ayer.

Me pregunto, como los miembros del Frente Popular de Judea en La vida de Brian: ¿qué nos han dado los efectos especiales?

Pensemos en Casablanca. Concretamente, en la escena en que Bogart recuerda el idilio parisino con Bergman. Los vemos en un coche descapotable, son una pareja risueña que conduce con París al fondo y, en una transición artificiosa, París se convierte en un bosquecillo de la forma más licenciosa del mundo. Si la pregunta es qué nos aportan los efectos especiales, ahí tenemos la respuesta. Casablanca es tan honesta que el espectador acepta todos sus artificios sin rechistar.

Vídeo: Rickrecuerda el idilio parisino con Ilsa

En las películas que arrasan ahora, el pacto se rompe. Intentan hacerlo todo muy real y convierten en estafa la licencia cinematográfica. En lugar de pactar con el espectador, juegan a engañarlo. Suprimen la teatralidad. Venden una ficción llena de mentiras cuyo único mérito es parecer reales. Y gastan tanta energía haciendo gimnasia con la cámara que no les queda un gramo de glucosa que invertir en el guión.

El cartón piedra de Casablanca es mucho más real que las estaciones orbitales de Gravity. Pasa como en El crepúsculo de los dioses, donde honestamente aceptas que un muerto te cuente su historia, al contrario que en El sexto sentido, donde el director se las da de listo y pretende dejar este recurso como traca final.

El buen cine asume su propia artificialidad. La receta para que el espectador crea que está dentro de la película no es envolverla de ruidos y emanaciones de ectoplasma 3D, sino armar el artificio en base a un guión creíble, que cuente una buena historia a través del trabajo de actores de calidad. Una sucesión de explosiones, máquinas prodigiosas y luces de discoteca tiene menos fuerza que la cantinela con la que empiezan todos los cuentos: el érase una vez. No hay efecto especial más efectivo que el érase una vez, porque esa frase tiene el poder de transformarnos en niños dispuestos a creer cualquier trola.

Esto es lo que hacía Billy Wilder con un presupuesto que no le llegaría a Michael Bay ni para comprar gasolina. Y esto es lo que algunos directores contemporáneos mantienen dentro de su código moral. Pronto se estrenará la nueva película de Linklater, director de Before the Sunset. Se llama Boyhood, momentos de una vida. Si usted se ha sentido identificado con mis cuitas, no se la pierda por nada del mundo.

Pero si todo cuanto he dicho le suena como el quejido de un proto-Garci amargado, le respondo a usted con otra frase del Frente Popular de Judea: ¡disidente!

He cometido un error de cálculo terrible. Cada vez me quedan menos películas de Billy Wilder para ver por primera vez, y calculo que tengo todavía demasiada vida por delante. Esta perspectiva me preocupa, porque el cine de Wilder es una verdadera necesidad. Uno quiere que su filmografía no se acabe nunca y estaría dispuesto a agarrar a la momia de Wilder por las solapas y exigirle que resucite para volver a rodar, y que combata la plaga que sufrimos, la del cine 3D, que ha sustituido a la ética por la estética.

Steven Spielberg