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Juan Soto Ivars

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Esperanza Aguirre tuvo miedo

De pronto se nos dimite encima Gallardón, abortado por su proyecto de ley del aborto. Pero yo no quiero que este eclipse cubra al otro episodio

Foto: Esperanza Aguirre, tras salir de los Juzgados de Plaza de Castilla (Reuters)
Esperanza Aguirre, tras salir de los Juzgados de Plaza de Castilla (Reuters)

De pronto se nos dimite encima Gallardón, abortado por su proyecto de ley del aborto. Pero yo no quiero que este eclipse cubra al otro episodio del día: el juicio a Esperanza Aguirre por darse a la fuga cuando los agentes de la ley quisieron ponerle una multa. Y no quiero que se olvide esto porque toda la dignidad de Gallardón en su comparecencia ante los medios se convertirá en vodevil si nos vamos a la sala del Juzgado.

Algunos debieron aguantarse la risa cuando la expresidenta de la Comunidad de Madrid no dijo “lo siento mucho, no volverá a ocurrir”, sino que aseguró que había sentido miedo el día que le pusieron la multa. ¡La brava Aguirre tiene miedo!, gritan los niños perdidos, y luego la eligen sustituta del Capitán Garfio, corsario valiente que temblaba al escuchar un reloj, pues le recordaba al cocodrilo que le había arrancado la mano y al tiempo que nos lleva hacia la muerte.

Sin garfio, piratas o galeón que la protegiera, dice Aguirre que se asustó porque la gente se apiñaba alrededor de su coche en la Gran Vía. Dice que esto ocurrió por culpa de la “parsimonia” del agente de movilidad. Fantástica transferencia de la responsabilidad: no fue de Esperanza Aguirre por estacionar donde no debía, sino que la culpa de que ella huyera la tuvo un agente de movilidad que anotaba sus datos muy lentamente.

Normal. Mollat recoge en su Genèse mediévale un informe de 1350 de la Facultad de Medicina de París. Consultada sobre la peste negra, esta facultad dijo que “la causa primera es alguna constelación celeste, que con otras conjunciones y eclipses causa la corrupción absolutamente mortal del aire que nos rodea”. Hasta el siglo XIX se ignoraron las verdaderas causas de la peste, propagada por las pulgas y otros parásitos propios del hacinamiento y la suciedad, pero hubo en la antigüedad quien atinó más que la Facultad de Medicina de París. Por ejemplo, Boccacio alude a la multitud de almas que se apiñan en Florencia como la causa de la peste.

La multitud siempre representa un colchón muy cómodo para derivar responsabilidades. Tanto el tipo que en una manifestación lanza un cascote como el hincha de fútbol que enloquece en las gradas, la multitud es como el cesto de la ropa sucia de las responsabilidades individuales. Según Aguirre, esta multitud (de cuya existencia duda la acusación particular) desató su miedo. ¿Será quizás el miedo a la peste negra? ¿Leyó Aguirre a Boccacio poco antes del episodio?

Como hoy no me da miedo la pedantería, voy a citar a Montaigne: “Cuando el miedo es el motor de las decisiones, la culpa huye hacia otros, y el que ha tenido miedo creerá que el miedo es prueba suficiente de su inocencia”. Es maravilloso que Montaigne sepa adelantarse quinientos años a las excusas de Esperanza Aguirre.

Aguirre ha teñido su relato de tonalidades amenazantes, como si la hubiera poseído Lovecraft: aparece un agente “bastante machista” que la trata de tú, con total parsimonia, mientras se forma como negra tormenta una horda en la Gran Vía. Estos esbirros aluden a “su amiguita la Botella”, es decir, no respetan a nadie, y por lo tanto la dama está indefensa. Debe pensar la pobre que esos polizontes son capaces de cualquier cosa, pues al fin y al cabo son todos unos “viciosos de las multas” y quién sabe de qué más. Para colmo, el agente saca el móvil para llamar a los periodistas.

Puestos en resumen todos estos detalles, la declaración tiene problemas de coherencia. Pero no somos quién para juzgar eso. Esperanza Aguirre hizo que cambiaran tres veces la declaración antes de firmarla. Esto anima otra vez a escribir sobre el miedo: recordemos que bajo su imperio proliferan las dudas, los equívocos y las desmemorias.

Aun así, el mensaje de fondo sale a flote. Primero, se desprende la nula confianza de Esperanza Aguirre en que un policía pueda ofrecerle seguridad a una dama de su categoría. Y segundo: en esta confesión destaca el pavor que invade a un político cuando los agentes de la ley lo tratan igual que a cualquier otro conductor.

Habría sido mucho más sencillo atribuirlo todo a que es una señora con mal pronto. Hubiera sido fácil aceptar una multa, pedir disculpas... Incluso reírse un poco de sí misma, por pisar a fondo el pedal con una moto delante. Pero Aguirre ha obrado de manera castiza: poniendo su orgullo por delante del sentido práctico.

La declaración de Esperanza Aguirre es sincera porque muestra su miedo fundamental. Es el mismo miedo que tienen otros políticos. Es el miedo a aceptar responsabilidades. Igual que Mariano Rajoy no se considera responsable de los tejemanejes del que fue tesorero de su partido, y prácticamente nadie en el PP crea que era su responsabilidad saber cómo se financiaba la agrupación, Esperanza Aguirre no se considera responsable de haber huido de la policía.

Paradójico que sean así las personas con cargos de responsabilidad tan importantes.

De pronto se nos dimite encima Gallardón, abortado por su proyecto de ley del aborto. Pero yo no quiero que este eclipse cubra al otro episodio del día: el juicio a Esperanza Aguirre por darse a la fuga cuando los agentes de la ley quisieron ponerle una multa. Y no quiero que se olvide esto porque toda la dignidad de Gallardón en su comparecencia ante los medios se convertirá en vodevil si nos vamos a la sala del Juzgado.

Esperanza Aguirre