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Mujeres astronautas con hijos: ¿tienen derecho a irse al espacio?
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Juan Soto Ivars

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Mujeres astronautas con hijos: ¿tienen derecho a irse al espacio?

Ante la inclusión de mujeres entre las tropas de astronautas que viajan al espacio, un tema de importancia capital para la ciencia es responder a las

Foto: La astronauta china Wang Yaping (Reuters)
La astronauta china Wang Yaping (Reuters)

Ante la inclusión de mujeres entre las tropas de astronautas que viajan al espacio, un tema de importancia capital para la ciencia es responder a las siguientes preguntas: ¿cómo se las apañan para pintarse las uñas en condiciones de gravedad cero? ¿No se les aplasta el peinado con la escafandra del traje espacial? ¿Qué hay de los niños, que se quedan solitos cuando sus mamis viajan al cosmos? ¿Podrían llevarlos con ellas? ¿Debería figurar una pegatina de ‘Bebé a bordo’ en el cohete? ¿En qué módulo del cohete? ¿En cuántos módulos? Y sobre todo: ¿es legítimo que una madre deje a su retoño abandonado en la tierra sólo porque quiere jugar a ser astronauta?

Mi admirado Javier Salas reflejaba anteayer en Materia estas importantísimas cuestiones a raíz del caso de dos europeas que han viajado a la Estación Espacial Internacional. Una es la primera italiana en abandonar el hogar terráqueo, en aparcar la olla con los espaguetis y la tabla de planchar para irse por esos cosmos de Dios, y es por eso que varios periodistas le preguntaron cómo se las apañaría con el maquillaje y el peinado fuera de la tierra.

La astronauta puso en evidencia a estos señores con una batería de respuestas dignas de figurar en la enciclopedia Peter Griffin de los Zas-en-toda-la-boca. Ni siquiera se congratulaba de ser la primera italiana en el espacio: “Siempre he querido viajar al espacio y he resultado ser la primera”. Después les recomendaba a los periodistas que preguntasen por el peinado también a los astronautas varones. Es decir: contestaba con la aplastante gravedad del sentido común, sin mostrarse ofendida, sino digna, y así sorteaba la posible polémica feminista y dejaba claro que esos periodistas no forman parte del ejército de los agresores de mujeres, sino que actúan a título personal como retrasados mentales freelance.

No tuvo tanta suerte el doctor Matt Taylor, que recibió las consideraciones retard desde el otro lado de la guerra de sexos. El responsable de colocar el módulo Philae en el cometa 67P se las tuvo que ver con una horda de mujeres y hombres hipersensibles a las agresiones del patriarcado por la camisa que llevaba puesta cuando dio su charla sobre el éxito de la misión. Estos seres de irritable epidermis moral se habían sentido muy insultados por una prenda con un estampado de heroínas Marvel en biquini. La proeza científica quedaba en un segundo plano tras la pedrea de insultos (al científico y al sentido común) que provocó la camisa.

A la manera del portero cabeza-ladrillo de discoteca que te impide el acceso porque no le gusta cómo vas vestido, los colectivos de ofensa instantánea determinaron que esa camisa ofendía a TODAS las mujeres, especialmente a las científicas. Esta catástrofe no habría ocurrido si al científico le comprara la ropa su madre, como marca la tradición de la vestimenta de los empollones. Camisa blanca bien planchada con bolígrafos en el bolsillo del pecho. Pantalón de pinza. Zapato castellano con borlas o zuecos de ambulatorio. Eso hubiera garantizado el éxito del 100% de la misión.

La polémica aportaba nuevos horizontes a la noción de velocidad: colocamos una sonda en un pedrusco que vuela a ritmo vertiginoso por el espacio, pero la velocidad a la que se ofende el personal por una camisa rompe todos los cálculos y predicciones.

¿Era con esto el mundo ya suficientemente maravilloso? Pues no: a algunas científicas que se declararon ofendidas por la camisa les llovieron tal cantidad de insultos machistas que al final uno tenía que ponerse de su lado. Si la camisa era una cosa baladí, los insultos de centenares de trolls machistas, no.

Estos casos son las nuevas entregas del coleccionable Planeta DeAgostini “Viaje a los límites de la vergüenza ajena”. Con la polémica del físico Richard Feynman (aka Cerdo-Machista) vivimos momentos mucho más estelares. En este caso no fue una camisa, sino algo peor: ¡dos metáforas! Una, referente a las sutilezas de la noción de velocidad, utilizaba a una mujer conductora y a un policía que le ponía una multa. Mal empezamos. La otra reproducía una conversación del astrónomo Arthur Eddington con su novia cuando miraban las estrellas, donde Eddington se vanagloriaba de saber por qué brillaban después de que su novia admirase lo bonitas que eran. Les dejo un link donde el propio Feynman lo cuenta todo.

En fin… Una de las astronautas europeas dio el otro día a los periodistas esta respuesta que zanjaba cualquier polémica posible: “Cuando leo frases como nosotras las mujeres siempre me pregunto por qué esa mujer se otorga el derecho de hablar en mi nombre”.

Pero, en un sentido realista, las mujeres sí tienen muchos ámbitos de marginación, y la ciencia es uno de ellos. El debate está ahí: un trabajo de la Universidad de Illinois demostraba que una mayoría de científicas se habían sentido insultadas alguna vez por sus colegas varones en distintas disciplinas, mientras que un artículo de dos profesores de la Universidad de Cornell publicado en el New York Times daba una visión más optimista. Se titulaba “La ciencia académica no es sexista”. Le siguió una buena polémica feminista, por cierto.

Mientras las sensibilidades y las insensibilidades se disputan el análisis de la realidad, lo que resulta innegable es el número creciente de mujeres que deciden convertirse en investigadoras y lo logran. El salto desde los años 70 es espectacular: de un 5% a casi un 40%. Ellas aportan el poder de su cerebro a la ciencia y los beneficios para la humanidad ya se están dejando notar.

Es sólo el comienzo. Imagino un horizonte donde las mujeres puedan amamantar a sus retoños en gravedad cero. Preveo que lograrán maquillarse con la escafandra puesta en los tocadores de las estaciones orbitales. Vislumbro una base permanente en la Luna y a una astronauta diciéndole a su marido cuando vuelve de picar piedras: ¡límpiate los pies en este felpudo de última tecnología, que me tienes la casa negra con tanto polvo lunar!

Ah… El futuro será maravilloso.

Ante la inclusión de mujeres entre las tropas de astronautas que viajan al espacio, un tema de importancia capital para la ciencia es responder a las siguientes preguntas: ¿cómo se las apañan para pintarse las uñas en condiciones de gravedad cero? ¿No se les aplasta el peinado con la escafandra del traje espacial? ¿Qué hay de los niños, que se quedan solitos cuando sus mamis viajan al cosmos? ¿Podrían llevarlos con ellas? ¿Debería figurar una pegatina de ‘Bebé a bordo’ en el cohete? ¿En qué módulo del cohete? ¿En cuántos módulos? Y sobre todo: ¿es legítimo que una madre deje a su retoño abandonado en la tierra sólo porque quiere jugar a ser astronauta?

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