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Nos figuramos estar muertos, pero creemos estar vivos
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Juan Soto Ivars

España is not Spain

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Nos figuramos estar muertos, pero creemos estar vivos

La frase del titular es una de mis favoritas, casi un mantra que me he repetido durante los años de la crisis, pues me parece que

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La frase del titular es una de mis favoritas, casi un mantra que me he repetido durante los años de la crisis, pues me parece que condensa nuestra situación como el espejo enmarca nuestra expresión atolondrada por la mañana. Hasta esta tarde, me era imposible saber de dónde saqué la frase. Fantaseaba con haberla inventado yo mismo, vanidoso que es uno, o mejor aún, con haberla soñado a la manera de Paul McCartney, que inventó la melodía de Yesterday mientras dormía; o de Robert Louis Stevenson, que escribió a toda prisa El extraño caso del Doctor Jekyll y Mr. Hyde porque tenía el argumento clarísimo tras despertar de un sueño agitado.

Hay frases que vuelven enmascaradas a la memoria, sin su autor. Cuando supe los pocos ejemplares que había vendido la novela brillante de un amigo mío, pensé en la literatura española y me dije: nos figuramos estar muertos, pero creemos estar vivos. Cuando vi que se iba de rositas cierto corrupto valenciano y que los ciudadanos no podíamos hacer nada por evitarlo, estuve diciendo tacos un rato y después volví a pensarlo con esas palabras. Más de una vez quise traerlas aquí, a estas columnas, pero como no recordaba quién las escribió sentía pudor.

Bien: esta tarde estaba ocioso y me he dado al placer de la relectura. En un viejo libro la he encontrado de nuevo: “Nos figuramos estar muertos, pero creemos estar vivos”. Se lo dice al viajero extraviado un pobre viejo que vive con su hijo en el interior de una ballena, según cuenta Luciano de Samosata en sus Relatos Fantásticos. El libro, del siglo II, inaugura la ciencia ficción mucho tiempo antes de que los críticos le colgasen la etiqueta.

Hay más. Lo que yo recordaba es el colofón a un monólogo algo mayor, que dice así: “Somos seres humanos que, habiéndonos criado en tierra firme, ahora nos hemos vuelto marinos y vamos surcando el mar junto con la bestia marina que nos envuelve, sin que conozcamos claramente nuestro destino. Nos figuramos estar muertos, pero creemos estar vivos”.

Cuando me siento desorientado enciendo el flexo de los clásicos, que con metáforas y fábulas y sátiras explican nuestro mundo con una luz que traspasa los siglos como el rayo solar atraviesa las partículas de polvo suspendidas en el aire. Luciano de Samosata nos puede parecer un chalado a primera vista, pero en sus elucubraciones demenciales previó el futuro sobre muchas cosas. Fue el primer autor de un viaje de ficción a la luna. En sus relatos la encontró poblada, pero dejó un desafío para futuros viajeros: dijo que él subió al satélite y desde allí podía ver nuestro mundo con sus distintos países y ciudades, pero que los habitantes de la tierra no podían verlo a él. Desafió a los que visitaran el astro en el futuro a que lo intentasen, y cumplimos su desafío cuando Armstrong descendió de la cápsula a la vista de todos, gracias a la televisión.

La fábula de los hombres que viven en el interior de una ballena, vuelta a leer ahora, me da una idea exacta de lo que nos queda por ver en España durante los próximos años de crisis. Los navegantes hemos caído en el interior de la bestia por aventurarnos en los mares cósmicos con una nave demasiado endeble. Desesperados por salir de esa cosa inmensa que nos digiere, intentamos perforar un lateral del vientre de la ballena. Sin embargo, cuando hemos avanzado cinco estadios comprendemos que el camino no lleva a ninguna parte.

Tengo la sensación de que el gobierno del Partido Popular ha fracasado por el mismo motivo. Últimamente nos arrojan datos positivos, pero a mí me parece que nos están contabilizando los metros de perforación en el vientre infinito de la ballena. Cada vez se levantan más grúas en las ciudades que me dicen, con su lenguaje de poleas y contrapesos, que el sector inmobiliario tiene cierto protagonismo en esta recuperación virtual. Mientras el PP me dice que la crisis ha terminado, yo detecto síntomas de la digestión ballenera: a los funcionarios les dan la paga extra hurtando dinero de la caja de las pensiones. Encerrados en el gigantesco estómago, es la crisis la que sigue marcando la dirección de nuestro viaje.

Creo que ustedes y yo hemos empezado a comprender ya, gracias a los analistas rigurosos, qué clase de criatura es nuestra ballena. Inmensa, se mueve demasiado deprisa y las paredes de su estómago son tan gruesas que nadie puede atravesarlas. Cansados, los navegantes empiezan a plantear soluciones más radicales.

¿Cómo huyen de la bestia los prisioneros del relato de Luciano de Samosata? ¿Cómo rompen con su sensación de derrota, con su impavidez? ¿Cómo dejan de figurarse muertos creyéndose vivos? Luciano me lo cuenta a mí, y yo se lo cuento a usted: en el interior de la ballena hay islas, y en estas islas hay bosques.

“Conque comenzamos a incendiarlo por la zona de la cola. Durante siete días y otras tantas noches se mantuvo la ballena sin enterarse de la quema, pero al octavo y noveno advertimos que estaba enferma, pues abría la boca menos veces y cada vez que la abría la cerraba más aprisa. Al décimo y undécimo días ya estaba moribunda y apestada. Al duodécimo caímos en la cuenta de que si no se le apuntalaban las mandíbulas cuando tuviera la boca abierta, a fin de que no las cerrara, corríamos peligro de morir encerrados en su cadáver. Así que le apuntalamos la boca con gruesas vigas y aprovisionamos la nave embarcando agua al máximo y todos los víveres. Esquíntaro iba a ser nuestro piloto”.

Para huir de nuestra ballena, la duda nuestra será, claro, qué piloto nos embarca en una empresa tan urgente y arriesgada. Mientras nuestro capitán actual sigue perforando el vientre de la bestia, me pregunto: ¿sabremos huir del incendio que proponen marinos más osados?

La frase del titular es una de mis favoritas, casi un mantra que me he repetido durante los años de la crisis, pues me parece que condensa nuestra situación como el espejo enmarca nuestra expresión atolondrada por la mañana. Hasta esta tarde, me era imposible saber de dónde saqué la frase. Fantaseaba con haberla inventado yo mismo, vanidoso que es uno, o mejor aún, con haberla soñado a la manera de Paul McCartney, que inventó la melodía de Yesterday mientras dormía; o de Robert Louis Stevenson, que escribió a toda prisa El extraño caso del Doctor Jekyll y Mr. Hyde porque tenía el argumento clarísimo tras despertar de un sueño agitado.

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