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Los alemanes que ríen fuerte cuando ven 'El gran dictador'
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Juan Soto Ivars

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Los alemanes que ríen fuerte cuando ven 'El gran dictador'

Asistí con un amigo hace años a una proyección de El gran dictador en un pequeño cineclub de Berlín. Todos sabemos que la película es divertida y conmovedora

Foto: Organizaciones y partidos se movilizan en Alemania contra la islamofobia. (EFE)
Organizaciones y partidos se movilizan en Alemania contra la islamofobia. (EFE)

Asistí con un amigo hace años a una proyección de El gran dictador en un pequeño cineclub de Berlín. Todos sabemos que la película es divertida y conmovedora, pero las reacciones de aquel público de veinteañeros alemanes me dejaron helado. Será que uno es sensible y Berlín entero asusta, ciudad levantada sobre metralla donde los edificios de los años cincuenta se alzan en una imitación colosal de una ciudad completamente destruida.

La película se proyectaba en un edificio fantasmagórico de la zona este. Habíamos dado muchas vueltas para encontrarlo y la pillamos empezada. Abro las puertas de la sala y Chaplin está dando un discurso vestido de Hitler. Asegura que los Juuuuden conservarán todos sus derechos, pero hace aspavientos de loco y cada vez que pronuncia la palabra Juuuuuden le sale espuma por la boca. Mientras buscamos nuestros asientos, comprobamos que cada vez que Chaplin dice Juuuden se desata una risa estruendosa, automática, masiva y coordinada. Nos sentamos y asistimos a este fenómeno coreográfico: Juuuuuden-jajaja y acto seguido silencio, dejan de reír al mismo tiempo.

Como si estos jóvenes espectadores no rieran por la película sino porque tienen que hacerlo en el momento establecido. Risas fuertes ante el Hitler de trapo, exageradas para conjurar un demonio, para demostrar lo arrepentidos que están por lo que hicieron sus antepasados, ¡ja, ja, ja!

Entonces yo pensaba que no les hacía ninguna falta exagerar, que debían relajarse, porque la nueva Alemania ha sido un país ejemplar en su postura contra el racismo y la xenofobia. Nosotros lo sabemos bien: muchos padres y abuelos españoles se fueron para allá buscando trabajo y cobijo. En Alemania se hicieron mecánicos entre la lluvia y la nieve. Allí encontraron una vida mejor, y algunos conocieron por primera vez una cosa suave y mullida llamada papel higiénico y se preguntaron: esta gente, entonces, ¿para qué quiere los periódicos?

Pero las alarmas suenan en los últimos diez años. No son antiaéreas, sino más pequeñas: apenas pitidos de móvil, pues se oyen rumores y gotean noticias de apariencia anecdótica. Un hombre aparece en un programa de televisión y nos habla del auge de los neonazis alemanes. Un amigo vuelve de Alemania y te cuenta que no dejan entrar a españoles a una conocida discoteca. Un día, aparece una pintada obscena en una mezquita cercana a Dresde, pero ¡ja, ja!, son pequeñas cosas, detalles, unas reales y otras falsas, empequeñecidas y exageradas. Pero entonces llega el día en que una turba de alemanes sale a las calles para manifestar su repulsa contra los musulmanes.

Claro, son los cafres, nada que ver con Alemania, ¡ja, ja! A los 18.000 manifestantes los repudian los alemanes buenos, que hacen contramarchas y proclaman su asco al racismo, a los racistas y a todo cuanto recuerde a 1934. Pongo la tele y veo a una joven que grita al micrófono: ¡queremos que Europa sepa que no somos racistas, no lo somos, la mayoría de los alemanes ADORAMOS a los musulmanes! La chica tiene los ojos muy abiertos y la voz se le quiebra, no puedo evitarlo: me recuerda a aquella risa exagerada de la sala de cine.

También muestra su repulsa a la marcha racista la catedral de Colonia, que apaga sus luces de forma muy simbólica. Claro, lo peligroso de los símbolos es que luego venimos nosotros a interpretarlos: con los monumentos apagados la manifestación adquiere con un halo de oficio de tinieblas que nos pone sentimentales y nos recuerda a las marchas de antorchas. Ya vienen, brotados de la topera, venidos de la niebla de la muerte, una multitud con espaldas anchas y cabezas pequeñas desfila y grita contra los moros en Alemania.

El nombre de la organización suena a monstruo submarino: Pegida. Lleva unos cuantos años en funcionamiento, pero ya no la integran solamente cabezas rapadas, ha cobrado impulso desde que el Estado Islámico amenaza a Alemania y al resto de Europa. Por eso se hacen llamar patriotas europeos, lo que resulta especialmente insultante.

Angela Merkel pidió a los alemanes que no se sumaran a estas marchas en su mensaje de Navidad; habló de la concordia, de una Alemania abierta, una Alemania como mediterránea. Dejó claro que el pueblo alemán no es racista, hizo mucho hincapié en ello. Sus palabras contra Pegida fueron tan contundentes como la risa de los veinteañeros ante Charlot.

Asistí con un amigo hace años a una proyección de El gran dictador en un pequeño cineclub de Berlín. Todos sabemos que la película es divertida y conmovedora, pero las reacciones de aquel público de veinteañeros alemanes me dejaron helado. Será que uno es sensible y Berlín entero asusta, ciudad levantada sobre metralla donde los edificios de los años cincuenta se alzan en una imitación colosal de una ciudad completamente destruida.

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