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Juan Soto Ivars

España is not Spain

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Ponga un censor en su vida

El lunes por la noche hubo cien personas en Sol, algunos centenares según UPyD. Más que manifestarse contra la corrupción, aquel centenar arropaba a la pobre

Foto: La líder de UPyD, Rosa Díez, durante la concentración en Madrid. (EFE)
La líder de UPyD, Rosa Díez, durante la concentración en Madrid. (EFE)

El lunes por la noche hubo cien personas en Sol, algunos centenares según UPyD. Más que manifestarse contra la corrupción, aquel centenar arropaba a la pobre Rosa Díez, que habló para las cámaras con los labios temblando por el frío y el desprecio popular. En Pinar del Río, con Pepe Isbert de alcalde, la concentración hubiera sido un éxito total, pero no en Sol. Las cámaras aéreas dieron una foto desoladora. La célebre mayoría silenciosa de la que echa mano siempre Díez se convirtió en una mayoría casera o invisible. En una mayoría despectiva.

Para comprender el fracaso de la convocatoria voy a anticiparme al éxito que tendrá, al menos comparativamente, la manifestación convocada por Podemos. No hacen falta naipes ni bola de cristal. Suponemos que Podemos tendrá una asistencia mayor para su manifestación partidista no porque la gente sea imbécil, sino por un fenómeno de psicología de masas que durante el último año se ha hecho muy notorio. Creo que Rosa Díez no lo ha comprendido, y pierde muchas horas de sueño haciéndose esta pregunta: si yo estoy desgañitándome contra la corrupción como la que más, si enjuicio a ladrones y he pasado tanto tiempo maldiciendo al bipartidismo, ¿por qué no me quieren estos cabrones? ¿Por qué me tratan con tanto desprecio? ¿Es por mi peinado?

Señora Díez, aquí va a averiguarlo. El secreto es simple y redondo como una medalla. El fracaso de su formación se debe a que a ustedes no les censura ningún poder. A usted se le tiran encima unos cuantos estudiantes y le chafan una conferencia en la universidad. Es desagradable, es injusto, pero no es efectivo. Hoy en día, para que algo tenga éxito hace falta censura de verdad.

Esto sólo se explica con una inversión de su efecto. La censura es la hija más anciana de la ofensa. En alguna parte nace una idea atrevida, un testimonio valiente, incómodo para unos, revelador para otros. Al instante brotan alrededor los ofendidos como un milagro de hongos en el fresco sotobosque. Se los oye chillar, son honguitos de cabeza redonda, pulposa, que estiran sus troncos blanquecinos y expelen su melodía inconfundible: ¡que se calle, esto es intolerable, una ofensa, que se calle! ¡Hacedlo callar!

Para hacer callar hace falta fuerza. Pueden ser leyes, mazmorras o escopetas. El poderoso no puede refrenar su deseo de censurar porque el poder es un animal taciturno. Uno tolera los debates e incluso las calumnias mientras no le vaya en ello el trono. Pero ya no se respetan las tradiciones. Internet lo ha cambiado todo, vuelve locos a los periódicos, a los adolescentes, a los jubilados. Y aquí estamos, en este minuto del siglo en que la censura se ha convertido en el arma más poderosa de promoción. Muchos prebostes no se han enterado todavía.

Hagamos un repaso muy rápido para que Rosa Díez lo vea clarinete. ¿De qué película se hablaba sin parar la semana pasada? De Ciutat Morta. ¿Por qué? Porque la habían censurado. El documental lleva años proyectándose, ha paseado su metraje por festivales de cine a lo largo y ancho del mundo, pero no ha sido hasta que un juez le cercena cinco minutos sagrados que nos hemos puesto todos a buscarlo por internet. Le hizo falta la censura, como al documental Edificio España de Víctor Moreno: nadie estaba demasiado interesado en las obras del coloso madrileño hasta que el Banco Santander hizo maniobras para prohibir su distribución.

¿Son ambas películas dignas de verse? Por supuesto. ¿Las hubiéramos visto tantas personas de no ser porque las quisieron censurar? Jamás.

Los ciudadanos tienen la sensación de que el poder intenta ocultar la verdad. Las consecuencias son variables. Por un lado, la ciudadanía da crédito excesivo a cualquier mentira encabezada por un “lo que el poder no quiere que sepas.” Por otro, gracias a internet, cualquier acto de flagrante censura se convierte al instante en un éxito unánime de crítica y público. Quien primero entendió este fenómeno fue la zapatería Los Guerrilleros: no compre aquí, vendemos muy caro.

En 2014 han sobrado casos que demuestran mi teoría. El militar Luis Gonzalo Segura fue perseguido hasta la prisión militar por el Ejército a raíz de su libro Un paso al frente. Publicado por Tropo, editorial exquisita, modesta y minoritaria, el libro se convierte en uno de los más vendidos del año gracias a la mordaza militar. O Gregorio Morán, hombre arrinconado y furioso que abandona el eco putrefacto del olvido y logra que un ensayo en formato tocho pase a ser la comidilla de todo el mundo.

Estas dos obras ¿salieron en el momento preciso? ¿Apelaban a temas vitales de la más rabiosa actualidad? Por un lado, sí. Pero multitud de libros comparten estas virtudes y caen en lo más profundo de los depósitos editoriales. El éxito del teniente Segura se debe a la arrogancia del Ejército; el de Morán, a Planeta, que quiso cercenarle un capítulo.

Fantaseo con montar una empresa, Censura, soluciones de marketing SA. Fantaseo con contratar a jueces y funcionarios, con que los censores, conscientes de que la censura es imposible, sean en realidad filántropos aliados con la verdad. A Gregorio Morán le llaman un día de Planeta. Lara en persona está al otro lado de la línea. Le habla con campechanía, con verdadero amor: vamos a echarte un cable, Goyo, que tu libro no le importa un carajo a nadie. Vamos a censurarlo, te vas con otra editorial y verás como todos hablan de ti otra vez. No, no. No me des las gracias. Tu libro merece ser leído. Yo, como el editor más poderoso de España, no puedo hacer nada más efectivo que no publicarte. Verás qué bien te va.

La lista de casos es más larga, pero la conclusión está clara. Para tener éxito, para que la gente se mate por escuchar tu mensaje, no necesitas libertad de expresión, sino una notoria censura.

Volvamos a la manifestación fracasada de UPyD y analicemos la estrategia exitosa de Podemos. Mientras Díez se pasea por las teles diciendo verdades sencillas y desnudas, Pablo Iglesias hace lo mismo pero además se queja de que no le invitan a Telecinco ni a Televisión Española. Mientras UPyD lanza su mensaje a una atmósfera sobrecargada, Podemos denuncia que le persigue sin tregua el escarpelo de la censura. El público mira a un lado y dice: ya está otra vez hablando Rosa Díez. Mira al otro y tuitea, y llama a sus amigos: escuchad, escuchad lo que dice Pablo Iglesias antes de que la casta le haga callar.

Clausurada ETA y su aparato de censura a balazos, la condena a muerte política de Rosa Díez es la libertad. Libertad que no conduce a los oídos, sino a un mundo saturado de mensajes que no alcanzan redil sin el pastor cejijunto, arbitrario y anticuado del censor.

El lunes por la noche hubo cien personas en Sol, algunos centenares según UPyD. Más que manifestarse contra la corrupción, aquel centenar arropaba a la pobre Rosa Díez, que habló para las cámaras con los labios temblando por el frío y el desprecio popular. En Pinar del Río, con Pepe Isbert de alcalde, la concentración hubiera sido un éxito total, pero no en Sol. Las cámaras aéreas dieron una foto desoladora. La célebre mayoría silenciosa de la que echa mano siempre Díez se convirtió en una mayoría casera o invisible. En una mayoría despectiva.

Rosa Díez UPyD