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Los Pujol y el síndrome del imputado
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Juan Soto Ivars

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Los Pujol y el síndrome del imputado

Yo reviso mis cuentas cada mañana para evitar que se me ponga el rictus de sorpresa de Marta Ferrusola cuando le dijeron que sus hijos se hicieron multimillonarios a costa de los catalanes

Foto: Jordi Pujol y Marta Ferrusola llegan a los juzgados. (Gtres)
Jordi Pujol y Marta Ferrusola llegan a los juzgados. (Gtres)

El primer síntoma es la cara de sorpresa. ¿Cree que usted está a salvo, que no le puede pasar lo que a Ferrusola y los Pujol? Se equivoca: la enfermedad es muy contagiosa.

Revise su casa no vaya a ser que aparezcan extractos de banco suizo entre los cojines del sofá. Vaya al garaje a ver si se encuentra un Lamborghini amarillo con su nombre en los papeles de la guantera. Levante la tapa del inodoro y escrute las aguas cual cormorán por si flota un yate en la laguna de porcelana, con jamonas daiquiri en las tumbonas de cubierta y un capitán a sueldo a la espera de levar anclas. Y abra todas las puertas de casa, y meta la cabeza y otee cada habitación, armarios empotrados incluidos, a ver si da con la entrada oculta a un ala palaciega de cuya existencia no tenía noticia.

Estas sorpresas se dan con una frecuencia mucho mayor de la que imagina. Tanta, que la Organización Mundial de la Salud estudia la pandemia y está a punto de incluir el síntoma en esta enfermedad degenerativa tan de moda, el síndrome del imputado.

Puede afectar a cualquiera, aunque el bacilo se cebe con políticos y grandes empresarios. Se sabe de un pordiosero que pedía a la puerta de una iglesia hasta que lo rozó sin querer un inspector de Hacienda que entraba a misa. Al momento, el mendigo se palpó los harapos para descubrir que le había salido un frac, y, después de consultar el Rolex aparecido en su muñeca, decidió que era hora de irse al comedor de Cáritas a catar un Château le Blanc.

Desde que empezaron a multiplicarse los contagios en España, yo reviso mis cuentas cada mañana. Hipocondríaco que soy, si el juez me convoca mañana quiero evitar que se me ponga el rictus de sorpresa de Marta Ferrusola el lunes pasado, cuando le dijeron que sus hijos se hicieron multimillonarios a costa de los catalanes.

La pobre Marta, madre coraje, respondió a las acusaciones con la verdad desnuda de la pobreza: “No tenemos ni cinco, mis hijos van con una mano delante y otra detrás”. No aclaró cuál de las manos era la del guante blanco, pero sí dio a entender que Jordi Jr. tenía las suyas manchadas de grasa porque había comprado su Ferrari en el desguace.

Yo reviso mis cuentas cada mañana para evitar que se me ponga el rictus de sorpresa de Marta Ferrusola cuando le dijeron que sus hijos se hicieron multimillonarios a costa de los catalanes

Doña Marta tenía a su izquierda a David Fernández, ataviado con una indecorosa camiseta blanca capaz de poner de mal humor a cualquier señora de bien, y aun así cedió en lo que le fue posible. Admitió que cuando era florista le ponía flores en el despacho a su marido.

–Supongo que esto podía hacerlo, ¿no? –preguntó.

Claro que sí, señora, no faltaba más. El problema es que los malpensados se preguntan hoy si esa actividad floral tendría alguna relación con Hidroplant, empresa en la que eran accionistas ella y dos de sus hijos imputados, porque Hidroplant puso las flores del World Trade Center barcelonés después de conseguir contratos públicos sin concurso a finales de los años noventa.

Pero otro síntoma del síndrome del imputado es la mala memoria. Uno puede tener la cabeza bien puesta y gestionar varias empresas al tiempo que pedalea y lee el periódico, pero en cuanto le imputen aparece el alzhéimer como la mujer de la curva. En el 95 escribía Vázquez Montalbán que “los escándalos económicos que salpican a Pujol a través de su partido y de su familia van apareciendo, cada vez con mayor claridad, ante la opinión pública,” pero actualmente ninguno de ellos tiene ni pajolera idea de a qué se refería el escritor. Ni siquiera recuerdan haber ido a Andorra más que a esquiar. Igual es que se la pegaron con un pino.

Recuerdo unas palabras de Anguita por aquella época. A partir del dato de la corta estatura de Pujol y de Franco, el Califa los comparaba, porque el gallego y el catalán identificaban las ofensas personales con las ofensas a España o Cataluña. Será otro síntoma de contagio, porque es lo mismo que hizo Ferrusola el lunes. Cuando le vino el cansancio, tiró de la nación para dar a entender que Cataluña, carne de su carne, no puede permitirse que a ella le pregunten según qué cosas. Más tarde, el matrimonio se despedía de los anonadados parlamentarios y abandonaba la sala rumbo a la salita de casa, él a leer a Séneca y ella a hacer ganchillo, recluidos en torno al brasero a salvo del frío y las preguntas.

Bien. Los próximos síntomas de la enfermedad aparecerán antes o después, y llegará un punto en que será imposible continuar con el proceso de investigación. Porque tan común como la sorpresa ante los millones destapados, o la desmemoria repentina, es la mala salud de los imputados: su vertiginoso deterioro físico.

Miren si no al pobre Jaume Matas, hasta hace poco un hombre perfectamente sano que ahora, tras una parte de su proceso judicial, aparece por videoconferencia con la cabeza momificada, incapaz de oír lo que se le pregunta a través de la muralla de vendas.

El lunes, Pujol nos adelantó que se le acababan las pilas a su sonotone y algunos nos echamos las manos a la cabeza. Cualquier día de estos le pega el pinochetazo, y entonces se le pone esa carita de pena característica y ya no lo arrastra a un tribunal ni una legión de enfermeras en bikini.

El primer síntoma es la cara de sorpresa. ¿Cree que usted está a salvo, que no le puede pasar lo que a Ferrusola y los Pujol? Se equivoca: la enfermedad es muy contagiosa.

Marta Ferrusola Jordi Pujol Familia Pujol-Ferrusola