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En el vientre de un carguero se morían los muchachos
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Juan Soto Ivars

España is not Spain

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En el vientre de un carguero se morían los muchachos

El carguero los había cambiado a todos. Entraron unos hombres y salieron otros, como si hubiera dejado hombres en países distantes y de aquellas costas se hubiera traído a otros

Foto: El poeta chileno Raúl Zurita, Premio Nacional de Literatura. (EFE)
El poeta chileno Raúl Zurita, Premio Nacional de Literatura. (EFE)

Esta es la historia de un ingeniero que pasó la noche en vela preguntándose cómo alimentar a los hijos. No, no me refiero a España, no era España ni era hoy. Era septiembre y era Chile, donde se había desatado el caos y la dictadura. A la mañana fue el ingeniero a tomar un café en la facultad. Allí lo dan barato, el café se viste con distintos precios, ya lo sabes, está el café enseñoreado de porcelana del Hilton que no cae en el estómago de los pobres, está el café proletario de las cantinas en vaso turbio de cristal con que los ricos no se mojan los labios.

El ingeniero iba a tomar el café donde los estudiantes, allá marchaba por la mañana, ingeniero sin dinero, no bastante prevenido del peligro que corría.

Lo cogieron los militares porque la facultad era una buena granja de presos políticos, nadie sabe si antes o después del café. Al país lo estaban asesinando como a Allende, y en septiembre las cárceles llenas de muchachos y de sangre. Subieron en un camión al ingeniero, dejaron atrás cuarteles y garitas, corrieron hasta el puerto de Valparaíso. Lo sacaron del camión para que el ingeniero viera el cielo y el mar, lo habían puesto ante los barcos. En el puerto lo rodearon los guardias, que lo miraban con resentimiento y las mercancías que lo miraban con misericordia.

–Métete ahí dentro –le debieron decir, o a empujones lo metieron.

No era una cárcel, era un carguero. Ha quedado escrito. Fue el ingeniero para el barco como quien tiene que salir con urgencia del país. Era el barco carguero Maipo, que hoy surca las aguas más allá de la memoria. Lo pusieron al ingeniero en la bodega con los otros hombres como cajas.

Dice que no podía respirar, y al cabo de las horas algunos quedaban muertos de pie. Los muertos no tenían sitio para caer al suelo, como en los vagones que iban para Auschwitz. Así que los muertos dejaban de disputar el aire de los vivos pero sí que disputaban el espacio. Apretados se mantuvieron allí dentro muchos días.

El vientre del carguero Maipo no fue como el vientre de la ballena de Jonás. Para el ingeniero fue un nacer de nuevo y el principio de la poesía. Hoy no es ingeniero, hoy es poeta, se llama Raúl Zurita y canta a su amor desaparecido.

La poesía es lo único que puede convertir la calamidad en belleza. Pone palabras donde el lenguaje de los hombres no sabe llegar solo

Pasan los años y la calamidad se va a otro sitio saltando todas las fronteras. Etiopía, Somalia, República del Congo, países que no existen, Biafra, tiranos muertos como sus víctimas, tiranos de pie, tiranos que hoy esperan a ser hombres protegidos en sus cunas. Y están los que hablan y los que hablamos, y los que escriben y los que escribimos, pero están también los que cantan a su amor desaparecido.

En Chile era 14 de septiembre, dejamos a un ingeniero en el vientre del Maipo.

Rodeado de horrores tuvo Zurita que cambiar su vida. No fue el único. El carguero los había cambiado a todos. Entraron unos hombres y salieron otros, como si el carguero hubiera surcado los mares en lugar de quedarse en el puerto de Valparaíso, como si hubiera dejado hombres en países distantes y de aquellas costas se hubiera traído a otros.

Cuando los sacaron del Maipo ya no eran los mismos. Unos entraronvivosy salieronmuertos, unos entraroncuerdos y salieronlocos, y Raúl Zurita entró ingeniero y salió poeta, para cantarle a los muertos y a los locos, para cantarle a su amor desaparecido.

Tendrían que pasar los años. Tendría que morirse el tirano como los presos del Maipo, y entonces Raúl Zurita sería ya un poeta famoso, cantor de las montañas y los lagos, de los países americanos, de la selva “y llorarás”.

Al que estuvo en el Maipo no hay nada que lo detenga: lo querían ingeniero y salió poeta, lo querían callado y salió inmortal

Quiere escribir esas palabras en los desfiladeros chilenos. No es un exceso poético, quiere hacerlo realmente, poner sus palabras gigantes en las cordilleras para que las pueda leer el miope y el insensible. Lo hará. También quiso poner sus versos en el cielo y para esto usó un avión. En el cielo quedaron escritos y el mismo cielo los borró.

Zurita tiene párkinson y sigue recitando. Ha convertido los temblores y los arranques de la enfermedad en un metrónomo para marcarse el ritmo. Al que estuvo en el Maipo no hay nada que lo detenga, lo querían ingeniero y salió poeta, lo querían callado y salió inmortal.

La poesía es lo único que puede convertir la calamidad en belleza. Pone palabras donde el lenguaje de los hombres no sabe llegar solo. En Zurita la poesía nos devuelve países arrasados. En España lo publica la editorial Delirio, con cuyo editor ha ido Zurita a recitar por toda España.

Esta es la historia de un ingeniero que pasó la noche en vela preguntándose cómo alimentar a los hijos. No, no me refiero a España, no era España ni era hoy. Era septiembre y era Chile, donde se había desatado el caos y la dictadura. A la mañana fue el ingeniero a tomar un café en la facultad. Allí lo dan barato, el café se viste con distintos precios, ya lo sabes, está el café enseñoreado de porcelana del Hilton que no cae en el estómago de los pobres, está el café proletario de las cantinas en vaso turbio de cristal con que los ricos no se mojan los labios.

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