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Última llamada para comprender la catástrofe de Germanwings
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Juan Soto Ivars

España is not Spain

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Última llamada para comprender la catástrofe de Germanwings

Quien venga al aeropuerto a pescar historias tendrá que hacer un gran esfuerzo de imaginación. Como el que yo hago ahora, cuando pienso en ese avión que recorre con lentitud las pistas del Prat

Foto: Personal de los equipos de rescate, ante el memorial por las víctimas en Le Vernet. (Reuters)
Personal de los equipos de rescate, ante el memorial por las víctimas en Le Vernet. (Reuters)

El aeropuerto del Prat es intolerable como todos los aeropuertos del mundo, un escaparate no de la ciudad, sino de las tiendas de siempre. Montse no puede evitarlo, se para ante Desigual y Zara, piensa que le sobra tiempo y se mete al Relay y se compra revistas que hojeará, cargará y acabará tirando a la basura días más tarde, inmaculadas, siempre es igual. Hoy son revistas adquiridas en Barcelona que se pudrirán en los contenedores de Düsseldorf.

Montse va pensando en estas cosas que lalibran de preparar la reunión de trabajo con los socios alemanes;lleva meses obviando lo que tiene delante, tomando partido por las vías laterales. Es curioso pero cuando está hasta arriba de trabajo urgente la invade una sensación de paz y desprendimiento, el espíritu de las vacaciones penetrando en ella como un soplo cálido de puro verano. Ahora tiene varios whatsapps de su jefe pero no los mira, publica en Instagram un selfie, lo ven cientos, lo vemos millones, aparece ella misma, una hermosura mundana, ante la puerta de embarque.

Se lee tras Montse el número de vuelo. Se ve tras Montse el logo de Germanwings.

Mientras tanto hay dos jovencitos que se despiden ante la cola del control de pasajeros. A Otto se le ha pasado volando el fin de semana en Barcelona; conoció a Nuria en el Apolo durante su viaje anterior, no se podía creer que ella se le acercase así, seductora, porque estaba tan borracho y tan drogado que hubiera sido más previsible que un gorila lo echara a patadas de la discoteca. Pero Nuria se acercó, vaya que sí. Acabaron en casa de la chica y a la semana siguiente ella le solicitaba amistad en Facebook, y ahora han pasado los días y se besan calientes con el fuego de las despedidas. Otto se pregunta si su novia no sospechará nada, se prepara mentalmente para fingir.

La calamidad aparece cuando menos se la espera y es absurdo que nos preguntemos por las motivaciones del culpable. Nadie sabe por dónde vendrá la siguiente

El vuelo sale a las 9:35, dentro de tres horas la vas a tener delante, ya puedes quitarte esta sonrisa de estraperlo de la cara, empezar a sentirte culpable, disimular.

Está más tranquilo que Gustav, que todavía padece miedo a volar. Gustav es firme y se propuso superarlo. Su truco consiste en mirar al resto de pasajeros del avión. Cuando el aparato pega un salto o da un vaivén de turbulencia, Gustav se muere por dentro. Pero a su alrededor, el resto de pasajeros suele seguir a sus cosas: leen, charlan, duermen, miran por la ventanilla como si la sacudida se hubiera concentrado solamente en su asiento. La parsimoniosa tranquilidad del resto de pasajeros le reconforta, así que Gustav es de los que, en los aviones, mueve los ojos de aquí para allá.

Por ejemplo ahora, ante la puerta de embarque, se dedica a observar al resto de viajeros de su avión. Le llama la atención una española que teclea en su móvil con una revista de modas abierta sobre las rodillas y un chaval alemán con cara de resaca y algo travieso en la mirada que acaba de desplomarse en el asiento de enfrente. En esas llega una pareja con un bebé y se sientan junto a él. No parecen la clase de personas que mueren en accidentes de avión, se dice Gustav a sí mismo. Son pequeños trucos. La sosa coherencia del mundo le libera de la tortura de imaginar.

El personal de tierra anuncia el embarque del vuelo Germanwings a Düsseldorf y una tropa de impacientes forma una cola apresurada frente al mostrador. Marcos siempre se queda sentado en esos momentos, mira con desdén a esa gente histérica que corre con miedo a que el avión salga sin ellos. Lleva volando demasiados años, es un cinturón negro de aeropuertos y taxis, jamás tienen que pedirle que enseñe el DNI en la puerta de embarque porque lo lleva como una daga entre los dientes de Düsseldorf a Barcelona, de Barcelona a Rabat, de Rabat a Moscú con escala en París.

Marcos es un hombre de negocios. Sus éxitos lo definen, como dijo ayer mismo en una conferencia en el Círculo de Empresarios Catalanes. Marcos no se permite la duda ni la melancolía. Marcos tiene demasiadas cosas en qué pensar. Su lema es el siguiente: lo que tiene que pasar, pasa.

Mientras la cola de pasajeros se alarga, pasan moviendo el aire estático de la terminal los gloriosos profesionales rumbo al avión, un Airbus A320. El piloto y el copiloto van delante. Montse levanta los ojos de la revista. Le flipan los pilotos. Le llama la atención el copiloto, un chico de mirada melancólica y fría, atlético y ausente. Tras ellos vienen las azafatas y el sobrecargo. Montse piensa que le gustaría esa vida de los pilotos y las azafatas, otra ciudad, otros cielos donde lanzar los ojos y la risa, como escribió el poeta Eugenio de Andrade, y un currículum vítae hecho de millones de kilómetros. A Montse le sirve cualquier cosa que le permita distraerse de lo esencial: vas a llegar a Düsseldorf y vas a tener que improvisar ante tus socios alemanes, de esta no te libras, como la cagues te van a despedir.

Algo salió mal porque hoy siguen proliferando artículos sobre la tragedia. Empezaron pegados a los hechos y luego despegaron hacia la hipótesis

La puerta de embarque a Düsseldorf, vuelo 4U9525 de la compañía Gemanwings, no tiene nada distinto a las otras, donde cientos de personas esperan con sus historias a cuestas. Hombres y mujeres corren por las pasarelas mecánicas camino de otras puertas y otros cielos, todos anónimos en los aeropuertos, simple movimiento humano:quien venga al aeropuerto a pescar historias tendrá que hacer un gran esfuerzo de imaginación.

Como yo hago ahora cuando pienso en ese avión que recorre con lentitud las pistas del Prat hacia su lanzadera. Me maravilla la tecnología de los aviones, la forma en la que se suben a una cuesta imaginaria como si el aire se hiciera asfalto, que nos devuelvan a tierra de una pieza.

Pero algo salió mal porque hoy siguen proliferando artículos sobre la tragedia. Empezaron pegados a los hechos como el avión a la pista, y luego despegaron hacia la hipótesis y la sospecha. Los expertos en psicología desbancaron a los expertos en alpinismo en un desfile de don nadies morbosos.

Yo sé que la calamidad es un animal caprichoso. Aparece cuando menos se la espera y es absurdo que los supervivientes nos preguntemos por las motivaciones del culpable. Nadie sabe por dónde vendrá la siguiente. Los que esperan su vuelo en el Prat siempre serán esa gente aburrida e incolora que va con sus complejidades por dentro, al abrigo de las miradas ajenas.

Puestos a hacer esfuerzos de imaginación, en mi crónica el avión aterriza en Düsseldorf dos horas y veinte minutos después de despegar de Barcelona. Si no hay quien nos entienda a nosotros quién va a entender semejante calamidad. Los pasajeros se impacientan mientras se abren las puertas de la cabina. Mi compañero de asiento se levanta antes de tiempo y se queda con la espalda doblada en una postura ridícula, y mira con resentimiento a los que están delante de nosotros. Es Marcos, se reía de las prisas de los que quieren entrar al avión y ahora quiere ser el primero en pisar Düsseldorf. Todos tenemos nuestras debilidades. Otto se alegra ante la perspectiva de ver a su novia y Montse, de algún modo milagroso, ha ideado en tres minutos un discurso coherente y articulado que dejará boquiabiertos y conformes a sus socios alemanes.

El aeropuerto del Prat es intolerable como todos los aeropuertos del mundo, un escaparate no de la ciudad, sino de las tiendas de siempre. Montse no puede evitarlo, se para ante Desigual y Zara, piensa que le sobra tiempo y se mete al Relay y se compra revistas que hojeará, cargará y acabará tirando a la basura días más tarde, inmaculadas, siempre es igual. Hoy son revistas adquiridas en Barcelona que se pudrirán en los contenedores de Düsseldorf.

Andreas Lubitz