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Soy Albert Rivera y quiero casarme con su hija
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Juan Soto Ivars

España is not Spain

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Soy Albert Rivera y quiero casarme con su hija

Albert lleva dos meses saliendo con la pija. Supo cambiar su estratagema cuando Podemos tropezó camino de Andalucía. Ahora está enamorado, feliz, risueño. Se ha ligado a la pija

Foto: El presidente de Ciudadanos, Albert Rivera. (EFE)
El presidente de Ciudadanos, Albert Rivera. (EFE)

Yo le dije a Albert Rivera cómo había que ligarse a una pija y a la semana siguiente empezó a subir Ciudadanos en las encuestas. Parece que han pasado mil años porque el tiempo corre a la velocidad del tocino cuando se encadenan unos bares a otros bares y unos amores a otros. Albert y yo salíamos de una tasca y los culos de los vasos nos dejaban cercos de ojera en la mirada, pero qué pletóricos y qué líricos, qué grandes estábamos aquella mañana.

–¡Que me caso, que me caso! –gritaba Albert. No se refería a una de las muchachas que suspiran por él en los balcones, embobadas, esperando a la campaña electoral para que cuelguen de los semáforos carteles con su cara. Se refería a la pija, a España, ese país que tiene nombre de viuda de Umbral, una mujer de centro-derecha que anda en los últimos tiempos despechada.

Nos derramamos por la calle Argüelles. Ladrábamos a las motos y nos dábamos besos en la boca, reíamos, hasta que alguien nos puso un dedo negro en las espaldas. Me giré primero, que Rivera no se atrevía, y me encontré a un señor con la cara verde que me tendía un panfleto color de rosa. Era un folleto de UPyD que por poco se hace ceniza al tocar mi mano. Vendían al candidato madrileño en plena oleada de tránsfugas. Las personas corrían a nuestro alrededor como gotas de leche sobre una vitrocerámica. Junto al tenderete de UPyD había una mendiga cubierta de mitones que pedía limosna vendiendo La Farola.

–¿Todavía existe? –preguntó Albert.

UPyD nunca fue magenta, antes fue rosa y ahora un tallo de espinas rodeado de pétalos y de muerte

Y yo no supe a qué se refería, si a La Farola o al partido rosa. No dejen que nadie les engañe: UPyD nunca fue magenta, antes fue rosa y ahora un tallo de espinas rodeado de pétalos y de muerte. Tampoco quiero engañarles yo: nunca he cruzado palabra con Rivera, no he ido con él de bares ni le he dado besos en la boca, pero qué importa, él miente y sus palabras son poesía, todos mentimos, los poetas y los políticos estamos hechos de la misma pasta, de palabras que no llevan a nada, que no se materializan más que en libros y en programa, y estamos cortados a la medida de nuestras chaquetas. De algún modo, también llegamos a la verdad.

Aquella mañana de gloria me decía Albert eso de ¡me caso! Iba poseído por esa alegría de boina y maleta de cartón de los gañanes que llegamos a Madrid desde provincias.

–Joder, Juan, joder –me decía–, qué majos los de Madrid, joder, comparados con Barcelona.

Estábamos de acuerdo. En Barcelona los camareros te escupen el cambio en el café y Ciudadanos no termina de levantar cabeza. Pero Madrid... Ah, Madrid tendría que abrir una sucursal en Barcelona. ¡Qué ciudad, qué gloria! Soy nacionalista de Madrid nada más, como mi amigo Albert. Madrid siempre es nuestra ciudad prestada.

–Pero está más sucia que Barcelona –dijo Albert, que tiene orgullo.

–Porque está más viva.

–¿Qué tiene Malasaña que no tenga Gràcia?

–Simpatía y despreocupación.

–¿Gràcia tiene preocupación?

-Siempre, y ensimismamiento.

–Joder, Juan, joder –gritaba Albert–, ¡siempre tienes razón!

Es mi cruz y mi pecado. Dejamos atrás los restos de UPyD porque Albert se casa, dice que se casa, y mientras tanto Rosa Díez maldice al hombre que la engaña con otro, y hace como yo una vez. Una mujer preciosa me dijo que ya no me quería, y le dije que el que no la quería era yo, deseando haberlo dicho primero.

 Alberto Rivera le ha dado la vuelta a la tortilla. Llegamos a casa del padre y se le quita el acento

Entretanto, Albertlleva dos meses saliendo con la pija. Se escabullen juntos, se van de paseo, anteanoche durmieron en el museo de cera y con un mechero le quemaron los dedos al muñeco de Rajoy. Es un hombre ágil y pizpireto. Supo cambiar su estratagema cuando Podemos tropezó camino de Andalucía y se quebró las costillas en Despeñaperros. Ahora está enamorado, feliz, risueño. Se ha ligado a la pija.

–Quiero vivir en Madrid, tío, qué puta caña de ciudad, hostia, joder –me decía. Y es que Madrid le pone ojitos, pero queda lo más importante, lo más difícil.

–Cuando lleguemos a casa del padre –me dijoAlbert–, me tienes que llamar Alberto.

Y yo me digo para mí: ni aunque te llamase Rodrigo. El padre de la pija es un ogro temible. Lo conozco. He estado en su casa. Hay un pórtico de la gloria adornando el aparador junto a la entrada. El padre de la pija es un señor con reloj de muñeca y hebilla nacional en la cadera. Para su hija, la pija, quería un pepero. Muchos han venido a ligársela en los últimos años. Muchos del gusto del padre: católicos, tróspidos, gente del club de tenis.

Pero Alberto Rivera le ha dado la vuelta a la tortilla. Llegamos a casa del padre y se le quita el acento catalán. Pero el padre, pepero y católico, elegancia pura de la vieja guardia, enarca las cejas y pregunta:

–¿Pero tú qué dote estás dispuesto a pagarme?

Y Alberto Rivera se lleva enigmáticamente la mano al bolsillo de la chaqueta, y yo quiero seguir mirando.

Yo le dije a Albert Rivera cómo había que ligarse a una pija y a la semana siguiente empezó a subir Ciudadanos en las encuestas. Parece que han pasado mil años porque el tiempo corre a la velocidad del tocino cuando se encadenan unos bares a otros bares y unos amores a otros. Albert y yo salíamos de una tasca y los culos de los vasos nos dejaban cercos de ojera en la mirada, pero qué pletóricos y qué líricos, qué grandes estábamos aquella mañana.

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