Es noticia
Algunos días le das tú la razón, y otros días que te la dé ella
  1. Sociedad
  2. España is not Spain
Juan Soto Ivars

España is not Spain

Por

Algunos días le das tú la razón, y otros días que te la dé ella

Resulta que los que hemos nacido en la relajación de costumbres y la libertad tenemos mucho que aprender de los que se echaban novia y se casaban

Foto: Fotograma de la película 'Amour' de Michael Haneke.
Fotograma de la película 'Amour' de Michael Haneke.

Te puedes quedar embelesado mirando los agapornis de mi primo Manuel durante una hora. Son dos pajaretes verdes metidos en una jaula que viven una plenitud pequeña, el uno para la otra. El otro día, el macho estaba un poco renuente y se escapaba para un lado del palo. Ella lo seguía y se le encajaba detrás, apoyándole la cabeza en la nuca, como si le pidiera disculpas. Manuel, a base de cuidar a sus pájaros, se ha convertido en ornitólogo infantil. Nos contaba que muchos días se invierten los papeles y el macho busca a su novia, y que otras veces se quedan los dos atontados y juntos y hacen ver que no existe mundo fuera de la jaula ni aunque te acerques.

Al día siguiente estábamos comiendo pulpo y tomando cervezas en el bar que hay enfrente del faro de Águilas y de pronto me giré para mirar al yayo con nieta preocupación. Estábamos distraídos criticando a la policía local y riéndonos de la ley mordaza. Había una pareja de locales parados junto a los contenedores de basuras y mi yayo dijo que iban a multar al contenedor mal aparcado, pero entre la risa me sonó una alarma porque pasó por la calle una mujer igual que mi yaya, que murió hace seis meses.

Aquella mujer caminaba igual, vestía parecido, llevaba la misma permanente y se subió a un coche que vino a recogerla. Cuando miré al yayo la seguía con la mirada, atento como uno de los perros que buscan supervivientes entre los escombros. Después la broma seguía en el aire y el tío Manolo se cebaba criticando a la policía local, pero el yayo se había quedado mudo y quieto, la mirada flotaba en el hueco que había dejado la señora al pasar por la calle, y era como si se desencajase el tiempo para el yayo, entre la risa de la broma y la añoranza.

Cuando el CIS pregunta a los españoles lo que les preocupa siempre me extraña que el amor no ocupe el primer puesto

Mientras mi mujer y yo dejamos kilómetros atrás, veo componerse y descomponerse parejas a mi alrededor. Amigos que se vuelven idiotas en el flechazo, amigos que se ponen ogros en la decrepitud de la relación. Me preguntaba por qué escribe tan bien Ricardo Colmenero y resulta que está enamorado: justo lo contrario que otro amigo, que cuanto más sufre mejor escribe. Todos empiezan, rompen, se dan un tiempo, se engañan, se sinceran, la cagan y la arreglan, compran un anillo, tienen hijos, presumen, se hacen patéticos y heroicos. Por todas partes el amor juega con la vida de los amigos y los conocidos y fabrica sus anécdotas. A unos los vuelve niños y a otros los deja arrugados en la cuneta.

Cuando el CIS pregunta a los españoles lo que les preocupa siempre me extraña que el amor no ocupe en el primer puesto. Nunca he visto a mis amigos más obsesionados que en el momento en que se dan cuenta de que han fastidiado lentamente una relación. Quieren estar lejos de su pareja para sentirse mejor y a la vez no soportan la distancia. Se vuelven susceptibles a todo lo que oyen y a los gestos. Lo que les gustaba al principio, ahora lo detestan; las manías graciosas se han convertido en robots automáticos, las costumbres devienen en vicios, pasan noches en vela en camas parecidas a campos de batalla cubiertos de sábanas.

También están los que empiezan y se vuelven cómicos. Yo he visto al hombre más misógino de la tierra cambiar todas sus teorías sobre la humanidad, matar a Schopenhauer, enterrarlo en cal viva y quedarse mirando a su novia con los ojos descompuestos de alegría. He soportado horas de charla de una amiga a la que hacía terapia para que se olvidase de un novio que no la quería y al día siguiente venía toda contenta porque se había enamorado de otro peor.

Siempre había envidiado esa manera de quererse, que me parecía un lujo de otra generación, sujeto a un millón de contrariedades

Pero lo más grande que he visto es el amor de nuestros viejos. Siempre había envidiado esa manera de quererse, que me parecía un lujo de otra generación, sujeto a un millón de contrariedades. Resulta que los que hemos nacido en la relajación de costumbres y la libertad tenemos mucho que aprender de los que se echaban novia y se casaban. Mi yaya, cuando vio que mi relación con Andrea iba para largo, me dio este consejo valioso:

-No discutáis. El camino de en medio no va a ninguna parte. Algunos días le das tú la razón, y otros días que te la dé ella.

Como los agapornis, pienso ahora. En los matrimonios de los viejos hay una fuerza animal. Mis yayos construyeron con sus vidas eso que versificó Quevedo, constante más allá de la muerte. Hicieron visibles las metáforas en un poema que dura más de cincuenta años. Cuando pasó esa mujer parecida a la yaya, yo hubiera querido decirle al yayo: también la he visto.

Pero no dije nada. Me puse a hacer bromas como un loco. Se levantó la brisa y nos dio en la cara, y la luz también nos daba, y atravesaba la cerveza.

Te puedes quedar embelesado mirando los agapornis de mi primo Manuel durante una hora. Son dos pajaretes verdes metidos en una jaula que viven una plenitud pequeña, el uno para la otra. El otro día, el macho estaba un poco renuente y se escapaba para un lado del palo. Ella lo seguía y se le encajaba detrás, apoyándole la cabeza en la nuca, como si le pidiera disculpas. Manuel, a base de cuidar a sus pájaros, se ha convertido en ornitólogo infantil. Nos contaba que muchos días se invierten los papeles y el macho busca a su novia, y que otras veces se quedan los dos atontados y juntos y hacen ver que no existe mundo fuera de la jaula ni aunque te acerques.

Relaciones de pareja Amor