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La cursilería cambia de bando: habrá comuniones laicas en Málaga
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Juan Soto Ivars

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La cursilería cambia de bando: habrá comuniones laicas en Málaga

Tras la decisión del ayuntamiento de Rincón de la Victoria, Málaga, de oficiar comuniones laicas, me queda claro que no era el miedo, sino la cursilería, lo que ha cambiado de bando

Foto: Un traje de primera comunión. (EFE)
Un traje de primera comunión. (EFE)

¡Tres hurras por el ayuntamiento de Rincón de la Victoria, Málaga, que va a oficiar comuniones laicas! Así podrán celebrar el paso de la infancia a la adolescencia los hijos de los ateos. ¿Cómo habíamos podido vivir sin este rito? Andábamos muchos, además de descreídos, descarriados y desorientados toda la vida. Sin recibir el cuerpo místico nos convertíamos en adultos confusos, a medio camino entre el niño y el hombre: eternos adolescentes mezclando el deseo con la realidad.

Por eso es una suerte que los próceres socialistas del Rincón de la Victoria hayan puesto una solución efectiva para este mal. Ahora podremos disfrutar en la vida pública de muchos Felipes, Alfonsos y Pablos con la seguridad que da tener una foto de marinerito sobre la cómoda del dormitorio de la casa de su madre. Foto de marinerito, eso sí, sin crucifijo y sin la pequeña biblia con pastas de nácar en las manos. Tal vez en lugar de marinerito vayan vestidos de fogoneros, con el mono tiznado de carbón dulce, y con un viejo ejemplar del Manifiesto Comunista editado por Ruedo Ibérico, con los bordes desgastados.

Para mí ser agnóstico tiene más desventajas que fortunas. Yo envidio a los creyentes, que piensan que sus buenos actos serán recompensados al trasponer la salida de emergencia y creen que se reencontrarán en el paraíso con todos sus amigos muertos. Alguna vez intenté creer. La primera, cuando iba a la escuela y nos separaban a los alumnos a la hora de religión. A los descreídos nos mandaban a ética, que en la práctica era estar solos en un aula mientras doña Carlota hacía crucigramas. Contaban que Religión era una maría, y que la profesora era tan blanda que allí cundía el gamberrismo. Nos comunicaban que para aprobar el examen de Religión bastaba con decir que Dios era muy bueno y nos quería.

La segunda vez que envidié a los creyentes fue cuando empezaron, precisamente, las comuniones. Los que habían asistido a catequesis después de clase aparecían de pronto engalanados. Sus familiares los colmaban de regalos. Podías reconocer a un comulgado por el reloj calculadora que aparecía en su muñeca, por los videojuegos nuevos de los que hablaba, lleno de orgullo, y por la resaca de cocacolas, fantas y ganchitos que arrastraba el lunes siguiente a la comunión.

Los ateos rabiábamos al ver todos esos productos y nos recluíamos en las esquinas para hablar de injusticia social. Con nueve y diez años ya habíamos conocido la desigualdad. Ya estábamos dispuestos a convertirnos en anticlericales, y soltábamos todo el día bromas ácidas sobre Dios para consolarnos y tapar la envidia verdosa que nos corrompía.

Una ventaja sí tenemos los laicos cuando llegamos a adultos: la excusa para no asistir a bautizos ni comuniones. Poder mirar con expresión de Malcom X a mis parientes cuando me informan de que un primito va a comulgar, y soltarles cualquier excusa con la confianza de que ellos me dan por alma perdida y rezan por mí.

Pero parece que en el socialismo hay una corriente tan traumatizada por las comuniones ajenas, tan comprometida con alcanzar la igualdad en todos los aspectos de la sociedad, que ahora reclama la parte de banquete y horterada que nos ha arrebatado siempre la derecha y el clero. Esta desamortización la capitanea Encarnación Anaya, alcaldesa del cambio y del Rincón. Ya sabíamos que la revolución también era esto.

A pequeña escala, la transferencia de gasas y pamplinas desde el clero a lo civil me recuerda al paso de los fastos imperiales rusos al funcionariado soviético. Recuérdese que la Revolución Rusa empezó con austeridad y líneas rectas de cartelería vanguardista, pero terminó recluida en los palacios vetustos, más empalagosa y grandilocuente todavía de lo que había sido el zarismo.

Mi querido Teodoro León Gross ya nos adelantó este movimiento de clericalización de la izquierda andaluza hace dos años en su artículo ¡A por el Civilcatolicismo!, donde contaba que Izquierda Unida iba a promover los bautismos civiles “para dar la bienvenida a los niños a la sociedad democrática”.

Ahora van a por las comuniones y supongo que estarán al caer extremaunciones con música de Sabina en los tanatorios municipales del sur, y no tardarán en sacar imágenes de Murillo de Pablo Iglesias crucificado en las procesiones de la futura Semana Santa laica sevillana.

No era el miedo, sino la cursilería, lo que ha cambiado de bando. Para mí queda sólo confirmar qué tomarán los niños en las comuniones socialistas. ¿Unas rodajas de mojama de Lenin? ¿Fue para hacer hostias que guardaron en conserva al padre de la Revolución?

¡Tres hurras por el ayuntamiento de Rincón de la Victoria, Málaga, que va a oficiar comuniones laicas! Así podrán celebrar el paso de la infancia a la adolescencia los hijos de los ateos. ¿Cómo habíamos podido vivir sin este rito? Andábamos muchos, además de descreídos, descarriados y desorientados toda la vida. Sin recibir el cuerpo místico nos convertíamos en adultos confusos, a medio camino entre el niño y el hombre: eternos adolescentes mezclando el deseo con la realidad.

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