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¿Renovación o efebocracia? La invasión de los políticos con cara de poni
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Juan Soto Ivars

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¿Renovación o efebocracia? La invasión de los políticos con cara de poni

Efebocracia es la deformación sistemática de la profesión política en el espejo cóncavo del Pull & Bear

Foto: Los candidatos a la Presidencia del Gobierno de Ciudadanos, Albert Rivera, y Podemos, Pablo Iglesias. (EFE)
Los candidatos a la Presidencia del Gobierno de Ciudadanos, Albert Rivera, y Podemos, Pablo Iglesias. (EFE)

Todos vimos el debate entre Pablo Iglesias y Albert Rivera en el bar, ¿no? Pues nadie dijo lo más evidente, y es que parecían dos críos alternando por primera vez a escondidas de los padres. Entraron al bar con cara de pedir dos cañas pero acabaron implorando con timidez dos cafés a la camarera. Luego hablaron de política, como hacen los mayores. A veces cuesta tomarlos en serio, la juventud ofende hasta a los jóvenes. Pasó lo mismo cuando Sánchez conoció a Évole y fueron a una tasca para discutir con una familia de socialistas decepcionados: cerveza para todos y para él una sin alcohol. El socialista se comportaba como el chaval que llega nuevo a la ciudad y busca un grupo de amiguetes para ir al cine y a hacer deporte.

Lo que llaman renovación a veces parece una política de padres e hijos: hemos visto la colleja que le metió Rajoy al nene mientras comentaba los partidos en la Cope y a Pablo Iglesias intentando dormir a María Teresa Campos y al electorado con su guitarra. Hablan de regeneración y quizásea la palabra más adecuada: recambio generacional. Los pobres votantes barajamos las papeletas electorales y nos tira para atrás la peste a desodorante Axe. Los jefes de campaña salieron en estampida por los pasillos de las sedes en busca de becarios a los que subir el sueldo a cambio de cuota de pantalla.

En estas circunstancias, el veterano Emilio Olabarría (PNV), calvo y de ojos saltones, se despidió del Congreso de los Diputados anunciando el advenimiento de la efebocracia. Para definir el concepto, cojo el metro de Valle-Inclán: efebocracia es la deformación sistemática de la profesión política en el espejo cóncavo del Pull & Bear. Inmediatamente llamo a Olabarría por teléfono:

-Eso de la efebocracia que dijo usted me ha hecho pensar en Kennedy contra Nixon y en el primer González. No es nuevo, ¿no?

-No. Pero no me refería solo al gobierno de los niños guapos. La efebocracia es una expresión que va más allá de la apariencia del líder. Es equivalente a política líquida.

Eslóganes, abuso de la mercadotecnia y la televisión. Se eligen figuras atractivas, se hace un uso interesado y desorbitado del descontento popular

Política líquida me suena a discurso que busca que el elector moje las bragas.

-Es una política basada en referencias líquidas en lugar de sólidas -explica Olabarría-. Eslóganes, abuso de la mercadotecnia y la televisión. Se eligen figuras atractivas, se hace un uso interesado y desorbitado del descontento popular... ¿Te suena? La efebocracia tira de crítica fácil y estética para resaltar los problemas que no ha resuelto la política anterior, y culpa a esa política de esos problemas, que muchas veces son estructurales o vienen heredados de mucho antes. A todo ese engaño, añade el sortilegio de la promesa.

-Entonces le preocupan más los programas bonitos que los líderes con cara de poni.

-Veo programas innovadores en la forma pero muy poco elaborados. Apenas aportan documentos que se puedan contrastar. La efebocracia no es tanto la autoridad de los efebos, sino el poder de los que sugestionan el deseo del votante con mensajes bonitos.

La prensa se ha inundado de mensajes diseñados para convertir el descontento en contenido parlamentario. Mi generación salió de la universidad sin otra misión que sentarse a esperar un contrato de prácticas, tan enferma de irrelevancia que rodeaba el Congreso porque no se le había ocurrido meterse dentro. Esta era más difícil, porque no había que derribar un dictador, sino desalojar a los viejos de sus asientos. Por eso Pablo Iglesias resucitó a Gregorio Morán a través del cuerpo místico de Podemos.

El mensaje clave de Morán es que todo lo viejo huele a muerto, y que él lo sabe porque siempre ha estado ahí. Ha pasado el intelectual unas décadas en el armario y ahora vierte su mal genio contra todos los que le quitaron el puesto. Dice que la cultura de la Transición ha sido un fraude, que todo, desde Muñoz Molina a la estabilidad institucional, debe ser derribado para erigir un país nuevo, y sus soflamas de viejo ceñudo encuentran acomodo en los oídos juveniles. Esto se explica sin salir de Twitter: en los tiempos del 'hastag', no hay forma más rápida de hacerse notorio que arremeter contra todo lo que tenga éxito.

Pero el tiempo pasa, y algunos nos preguntamos qué será de nuestros políticos con cara de poni cuando empiece a quemarlos el cargo. Al bello Obama le bastaron dos mandatos para pasar de Will Smith a Kofi Annan, y aquí, azotado por los vientos de la meseta y la infamia, tenemos a Rivera palpándose la cabeza para comprobar si el pelo le aguanta más de una legislatura. Cuando el ciudadano Albert dijo que la renovación estaría protagonizada por gente de 30 y que iba a suprimir el Senado, me sonó como un Peter Pan deseoso de abolir la senectud.

Le pregunto a Olabarría si España se renueva o solo ha cambiado en Facebook su foto de perfil.

-La renovación se ha convertido en un tótem -dice-, como si fuera el bálsamo de Fierabrás. Pero la renovación es instrumental. No es algo conceptualmente llamado a resolver los problemas. Ser joven es una circunstancia; ser viejo es otra. Los problemas los resuelven quienes tienen la capacidad para resolverlos. La vieja ha sido tributaria de poderes invisibles y ocultos, la prueba son las puertas giratorias. Pero corremos el riesgo de que la política nueva sucumba ante una tentación doble: la de los poderes invisibles de siempre y la superficialidad.

Muchos buenos políticos no van a estar en la próxima legislatura. No los ha retirado una opción mejor, sino el dogma de la “renovación”

-¿El electorado premia al tonto guapo por encima del listo feo?

-El electorado y los propios partidos. No quiero ser mal pensado. Puede que los astros se hayan alineado para que todos los líderes de los partidos, salvo el del Partido Popular, con todos mis respetos, sean guapos. Pero también puede que haya una obsesión por buscar gente con pinta de galán joven.

-¿Está diciendo que Rajoy es feo y listo?

-Rajoy, digamos que ni es tonto ni es guapo. En los demás partidos, especialmente en los nuevos, no me atrevo a decir que sean todos tontos, pero sí son todos personas atractivas.

-¿Habría llegado lejos hoy una figura fea y brillante como Azaña?

-No tendría ninguna posibilidad. Estamos viendo una desamortización de personas brillantes en los parlamentos, no solo desde la retórica, sino de la gestión y la indagación en los problemas y sus soluciones. Muchos buenos políticos no van a estar en la próxima legislatura. No los ha retirado una opción mejor, sino el dogma de la 'renovación'. En algunos partidos, los mejores no van a repetir porque los nuevos líderes son débiles y no saben dirigir a gente manifiestamente mejor que ellos. Preferiría no poner nombres concretos porque no me lo van a perdonar.

Olabarría da a entender que estamos dispuestos a probar cualquier veneno nuevo con tal de quitarnos el sabor de boca del viejo veneno que nos mataba, pero yo me pregunto: si había tantos políticos buenos en España, ¿dónde se escondieron durante todos estos años de mediocridad?

*El titular es un homenaje al libro 'Políticos con cara de foca' de Javier Figuero, donde el redactor jefe de 'Arriba' examinaba, en 1980, a los protagonistas de aquella ilusionante renovación.

Todos vimos el debate entre Pablo Iglesias y Albert Rivera en el bar, ¿no? Pues nadie dijo lo más evidente, y es que parecían dos críos alternando por primera vez a escondidas de los padres. Entraron al bar con cara de pedir dos cañas pero acabaron implorando con timidez dos cafés a la camarera. Luego hablaron de política, como hacen los mayores. A veces cuesta tomarlos en serio, la juventud ofende hasta a los jóvenes. Pasó lo mismo cuando Sánchez conoció a Évole y fueron a una tasca para discutir con una familia de socialistas decepcionados: cerveza para todos y para él una sin alcohol. El socialista se comportaba como el chaval que llega nuevo a la ciudad y busca un grupo de amiguetes para ir al cine y a hacer deporte.

Pedro Sánchez