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Nueva política: “Y tú más” elevado al cubo
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Juan Soto Ivars

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Nueva política: “Y tú más” elevado al cubo

Hacía semanas que sabíamos lo que iba a pasar hoy. Mirábamos el tablero y quedaba claro que la partida estaba en tablas

Foto: El líder de Podemos, Pablo Iglesias, durante el debate de investidura. (Reuters)
El líder de Podemos, Pablo Iglesias, durante el debate de investidura. (Reuters)

Si americanos, franceses y alemanes destinan tantos recursos a construir aceleradores de partículas e investigar la física cuántica, es porque quieren comprender el funcionamiento de la política española, que tiene la propiedad de terminar antes de haber dado comienzo. Esta mañana, por ejemplo, habíamos puesto los ojos en el Congreso sólo para constatar el fracaso del pacto de Sánchez. Rivera ofreció, cumplidor, sus pocos escaños. Los demás grupos leyeron sus respectivos guiones y dejaron claro que tumbarían cualquier cosa que se pareciera remotamente a un acuerdo. Hacía semanas que sabíamos lo que iba a pasar hoy. Mirábamos el tablero y quedaba claro que la partida estaba en tablas.

Podíamos habernos ido a casa sin mayores sobresaltos en media hora, pero quedaba esa otra parte del juego que da color a los tejidos muertos, el adorno de la momia, la artística verónica que sirve para remover un poco la sangre en las jornadas de coágulo político en España. En este sentido, los grupos no sólo cumplieron las expectativas sino que se mostraron dadivosos. Derramaron suficientes descalificaciones, ocurrencias y barbaridades para que cada periodista le pudiera llevar a su redactor jefe un titular diferente. Salvo Pedro Sánchez, nadie se fue a comer con las manos vacías.

Ahora lo que nos queda es una bronca institucionalizada, pero en el desgobierno hay episodios de sobra para reír a calavera batiente

En los debates previos a las elecciones, la palabra más repetida por los cronistas fue bronco. Ahora lo que nos queda es una bronca institucionalizada, pero en el desgobierno hay episodios de sobra para reír a calavera batiente. Cuando subió a la tribuna Alexandra Fernández, la gallega de la Marea-Non-Es-Podemos, lo primero que hizo fue amenazar con que iba a recitar un poema. Jorge Fernández Díaz se tapó las orejas porque le había dicho su hermano Alberto que estas tías se ponen a mancillar padrenuestros a la mínima que las sueltan delante de un micrófono. Antes de eso, un Rajoy más chulo que un ocho había hecho de Berceo en funciones: contó cuentos y empleó vocablos añejos buscando que Sánchez no entendiera lo que decía.

Pablo Iglesias mostró una desconfianza tan frontal hacia la institución donde lo han metido los votos, que lo más raro es que bebiera del vaso que le pusieron sin dárselo a probar antes a Errejón. Estuvo, como manda la política de trinchera, amoroso con los suyos y virulento con el enemigo: a Doménech le pegó tal morreo que por poco se convierten en Brézhnev y Honecker; luego formó un revuelo fabuloso porque echó cal viva encima de Felipe González, acusación que terminó de rematar toda posibilidad de acuerdo entre Podemos y el PSOE. Básicamente, a eso había venido Iglesias al Congreso.

Todos coincidieron en algo esencial: son los otros los que no deberían dar lecciones, los radicales, los traidores, los arrogantes, la vieja política, el búnker

Eso en cuanto a la cal, porque la arena la repartió Rivera. Su discurso era como un guion de Kaufman, se movía en universos paralelos, nadie sabía de qué realidad estaba hablando en cada momento, por ejemplo cuando expresó su deseo de que los 350 diputados se unieran en una Segunda Transición después de haber vetado mil veces a Podemos. Con cierta belleza retórica navegó a lo ancho de vastos mundos oníricos, se recreó en tiempos legendarios y todo para que nadie averiguase si su partido está en cuarto creciente o menguante. Cuando habló en catalán hubo alguien, no sé si Rufián, que le gritó que ¡visca Catalunya lliure! Rivera dijo: "Lliure de corrupción", y otro titular para el periodista hambriento.

Pero, por debajo del carnaval, la legislatura sigue avanzando hacia un imposible que hará que la recordemos como Legislatura de Poincaré. Me trasladaba un amigo de letras su inquietud porque dice que nunca más vamos a tener Gobierno, pero yo le respondí que en política cuántica lo esencial es aprender a sumar con variables imaginarias. Fíjense, por ejemplo, en que los diputados aludieron más veces a los fantasmas que a las personas vivas. Vagaron por el Congreso los fantasmas de Suárez, de Churchill, de los fusilados de Franco, de los de los muertos de ETA y el magullado espíritu de la Transición.

La nota positiva es que todos coincidieron en algo esencial: son los otros los que no deberían dar lecciones, son los otros los radicales, los traidores, los arrogantes, la vieja política, el búnker. Cuando seamos capaces de resolver esta complicadísima ecuación, averiguaremos por fin la identidad de ese Otro que nos va a gobernar.

Si americanos, franceses y alemanes destinan tantos recursos a construir aceleradores de partículas e investigar la física cuántica, es porque quieren comprender el funcionamiento de la política española, que tiene la propiedad de terminar antes de haber dado comienzo. Esta mañana, por ejemplo, habíamos puesto los ojos en el Congreso sólo para constatar el fracaso del pacto de Sánchez. Rivera ofreció, cumplidor, sus pocos escaños. Los demás grupos leyeron sus respectivos guiones y dejaron claro que tumbarían cualquier cosa que se pareciera remotamente a un acuerdo. Hacía semanas que sabíamos lo que iba a pasar hoy. Mirábamos el tablero y quedaba claro que la partida estaba en tablas.

Pedro Sánchez Mariano Rajoy