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Seseña ya es nuestra Pompeya con un Vesubio artificial
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Juan Soto Ivars

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Seseña ya es nuestra Pompeya con un Vesubio artificial

Varios partidos políticos, azuzados por ecologistas, habían estado alertando del peligro que supone albergar el vertedero de neumáticos

A 400 metros del Quiñón, la ciudad casi fantasma con la que el Pocero equiparó su megalomanía al urbanismo, ayer se extendía un paraje resinoso, un bosque de 100.000 toneladas de ruedas viejas que cubría un terreno de 9,8 hectáreas y hacía de frontera natural entre entre Toledo y la Comunidad de Madrid, pero también de linde metafórico entre la burbuja inmobiliaria y la crisis, entre la presunción cateta y el fracaso redondo y negro.

[Ver: Incendio en el cementerio de neumáticos de Seseña: "Ha sido provocado"]

Varios partidos políticos, azuzados por ecologistas, habían estado alertando del peligro que supone albergar el vertedero de neumáticos al aire libre más grande de Europa. El tamaño de este monstruo gomoso no es un dato baladí: conecta nuestra basura contemporánea con la psicología municipal que nos llevó gozosamente hasta la crisis.

Durante los años de la burbuja inmobiliaria, hasta el pueblucho más mierdoso de España aspiraba a albergar algo grande. Podía ser el campus universitario más grande, el parque acuático más grande, el palacio de congresos más grande, el rascacielos más grande o el sueldo de alcalde más grande, no importaba el objeto siempre que fuera fastuoso y enorme, y fue esta tendencia a la exageración y a la desmesura lo que premió a las localidades de Seseña y Valdemoro con el vertedero de ruedas más grande.

El desastre obedece a la lógica de 'Parque jurásico': si crea el bicho devorador más grande del mundo, no espere que se quede dentro de la valla más grande

Anoche este paisaje negro empezó a transformarse en un incendio de proporciones pantagruélicas para seguir haciendo honor a su tamaño. El desastre obedece a la lógica de 'Parque jurásico', es decir: si usted crea el bicho devorador más grande del mundo, no espere que se quede dentro de la valla más grande del mundo. El tiranosaurio es un prolífico comensal y la basura es un magnífico combustible. Ahora, si las llamas saltaran el cortafuegos de 400 metros de tierra prensada y asfalto y alcanzasen el Quiñón, no encontraríais un solo experto capaz de delimitar dónde terminaba exactamente el vertedero.

La basura española es así, multiforme, como Zeus. El vertedero de Seseña se parece al Algarrobico y a los paisajes extraterrestres de la 'Nación Rotonda', que recopilaron Guillermo y Rafael Trapiello en un álbum de fotos perturbador. Obras de unos señores que no pensaban ni tres segundos en el día de mañana. Trabajos de un Hércules podrido, héroe de un tiempo en que palabras como “sostenibilidad” sonaban a cursilada de perroflauta.

Lo que prendió anoche se llama fuego purificador. Un romano que contemplase el incendio desde la ventana de un piso del Pocero pensaría que los días de Rómulo Augústulo han llegado a su fin. La ira de los dioses provoca más incendios que la goma de caucho en descomposición.

La escritora madrileña María Folguera ha publicado una novela, 'Los primeros días de Pompeya', en la que compara el advenimiento frustrado del Eurovegas a Madrid con la destrucción de la vieja ciudad ante los ojos de Plinio el Viejo. Deslizaba Folguera una idea interesante, y es que los hombres somos capaces de crear nuestro propio Vesubio artificial.

A 400 metros del Quiñón, la ciudad casi fantasma con la que el Pocero equiparó su megalomanía al urbanismo, ayer se extendía un paraje resinoso, un bosque de 100.000 toneladas de ruedas viejas que cubría un terreno de 9,8 hectáreas y hacía de frontera natural entre entre Toledo y la Comunidad de Madrid, pero también de linde metafórico entre la burbuja inmobiliaria y la crisis, entre la presunción cateta y el fracaso redondo y negro.

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