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Las Kellys: limpian habitaciones de hotel y desconfían de los sindicatos
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Juan Soto Ivars

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Las Kellys: limpian habitaciones de hotel y desconfían de los sindicatos

¿Quiénes son Las Kellys? Las que convierten una cama revuelta de hotel en esa clase de rectángulo impoluto que invita a dormir; las que aspiran la moqueta donde te dejaste tirados los calzoncillos, las que doblan las toallas...

Foto: Foto: J. S. I.
Foto: J. S. I.

Esta tarde, cuando han salido del curro, dos señoras se han encontrado en plaza Cataluña, Barcelona, donde se han puesto a charlar mientras esperaban a otra. Su intención era ir a la puerta de servicio de varios hoteles para repartir unas octavillas que ellas mismas habían recortado con tijeras. Son miembros de La Asociación Las Kellys, colectivo que ha unido en varias ciudades españolas, siempre de espaldas a los sindicatos, a esas trabajadoras.

Están hartas de los sueldos de miseria y las condiciones de trabajo, pero dicen que los sindicatos no las representan. ¿Y quienes son Las Kellys? Las que convierten una cama revuelta de hotel en esa clase de rectángulo impoluto que invita a dormir; las que aspiran la moqueta donde te dejaste tirados los calzoncillos, las que doblan las toallas, las que reponen los jaboncillos del baño. Las Kellys significa “las que limpian”. Y las que limpian están hartas de que las traten como a chachas. No van seguir siendo invisibles, ni van a quedarse calladas.

Basta consultar cualquier página de opiniones sobre alojamientos para comprender la relevancia de un trabajo que es, de toda la hostelería, el más precario y el más ingrato. Un hotel puede ser modesto, sus habitaciones pueden ser pequeñas, pero si está limpio, será considerado un buen hotel. Pero detrás de esa limpieza cabe un montón de porquería.

Las Kellys se están abriendo paso a codazos entre los sindicatos y la patronal para representarse a sí mismas. Les pasa lo que a los jóvenes del 15-M con los partidos políticos: han visto que la única alternativa que les queda es organizarse entre ellas para negociar.

¿Negociar, el qué? Sus condiciones pésimas de contratación, el menosprecio patente por parte de cargos intermedios -sobre todo, de los que ellas llaman “gobernantas”-, la temporalidad extrema, los sueldos miserables, los horarios imprevisibles y, por si todo esto fuera poco, una lista de enfermedades y trastornos derivados del trabajo -hernias de disco, lumbalgias, contracturas- que la mutua del sector se niega a contemplar.

Les pasa lo que a los jóvenes del 15-M con los partidos políticos: han visto que la única alternativa que les queda es organizarse entre ellas para negociar

Los sindicatos las miran con recelo, incluso tratan de absorberlas y canibalizarlas. Gente de los sindicatos ha usado su nombre sin su permiso, pero ellas quieren organizarse por libre. Sospechan que nadie fuera de su profesión va a entender los pesares de su trabajo, y muchas se niegan o no pueden dejarse parte del sueldo en las cuotas de afiliación. Quieren crecer, que otras compañeras se unan a ellas. En Lanzarote, la fuerza de Las Kellys ya es suficiente como para que haya cundido la cautela entre las empresas externalizadas de limpieza y los empresarios hoteleros. Están, pues, entre la pared del sindicato y la espada de la patronal.

Sin embargo, esos jaboncillos de hotel ¿no son una de las cosas más golosas de este mundo? Tengo en mi casa un cajón lleno donde también se amontonan tubitos de crema hidratante, esponjas para lustrar zapatos, cepillos de dientes, maquinillas, calzadores y hasta gorros de baño en sus cajitas. ¿Para qué quiero todo eso? Para nada, pero a veces, cuando salgo de una habitación de hotel y me encuentro el carrito en el pasillo, vigilo que nadie mire y me guardo dos o tres jabones extra en el maletín.

En la tensión del hurto nunca me había preguntado, por ejemplo, cuánto pesa ese carro del que sustraigo frívolamente un jabón, y que una mujer empuja por los pasillos todos los días. Llega la tercera Kelly, Miriam, y las tres se van a repartir las octavillas. Isabel, rubia diminuta con piernas de alambre que trabaja desde hace 21 años en un hotel de la Villa Olímpica, me informa de que el carro llega a pesar 90 kilos.

¿Y esas almohadas insuperables de hotel, no son geniales? Tres kilos cada una. ¿Y esos colchones de viscoelástica tan confortables? Más de 50. Y los nórdicos de hotel, ¿no son fabulosos? Pienso en lo mucho que me cuesta cambiarle la funda al mío, y no me quiero imaginar lo que ha de ser cambiar la funda de 26. Miriam está visiblemente reventada cuando acompaña a sus compañeras. Sin embargo, Isabel no consigue convencer al médico de la mutua de cuál es la causa de sus problemas de espalda.

- Y ahora quieren que me jubile a los 69, ¿estamos locos?

Lo estamos. Tan locos como esa pareja que puso la habitación cubierta de cocaína, como el tipo que se olvidó en la cama una bolsa llena de 'dildos', como los millonarios que dejaron la cama empapada de sangre o aquella mujer, recuerda Carmen, que salió al pasillo desnuda pidiendo auxilio y al ver a la camarera le ordenó a gritos que le trajera champán. Con lo que ven las Kellys cuando abren la puerta para limpiar, se podría escribir un libro.

- La verdad es que esas sorpresas son la parte divertida del trabajo. Te ríes, te tienes que reír.

Pero se ríen menos a la hora de firmar los contratos, y cuando les ingresan la nómina ya se ríen por no atentar. Las Kellys reclaman el derecho a estar presentes en las reuniones del sector. Aunque hay miembros afiliados a distintos sindicatos, han decidido que solo ellas pueden luchar por sí mismas, es decir: defender a unas trabajadoras a las que nadie escucha, a las que nadie mira.

- Los sindicatos acabaron firmando la reforma laboral, ¿cómo vamos a fiarnos de ellos?

¿Qué sentido tiene que hoteles inmaculados que cobran hasta 300 euros por una habitación esclavicen a las responsables de la pulcritud?

Isabel mira atrás y se da cuenta de lo mucho que han empeorado sus condiciones en estos últimos 20 años, recordemos, trabajando en una de las ciudades europeas con mayor ocupación hotelera y precios más altos. ¿Por qué esa riqueza tan cacareada que representa el turismo no las beneficia en absoluto? ¿Qué sentido tiene que hoteles inmaculados que cobran hasta 300 euros por una habitación esclavicen a las responsables de la pulcritud?

- Poner una cama supletoria le cuesta al cliente 180 euros, pero a mí me pagan lo mismo si tengo que hacer una cama más-, se queja Isabel.

Aunque admite que otras están mucho peor. Hay camareras que cobran 1,70 euros por hacer una habitación, a otras les pagan seis euros la hora y a Carmen llegaron a ofrecerle horas extra a cinco euros. Para colmo, la reforma laboral ha convertido sus horarios en una carrera de obstáculos.

- Quieren tenernos allí cuando les venga bien -dice Carmen-. Yo tengo un contrato de 16 horas, así que necesito combinar con otro trabajo, pero como nunca sé qué turnos voy a tener la semana que viene, dime tú cómo me podría organizar.

Se llama flexibilidad, pero a ellas les parece todo lo contrario. Con ellas, la flexibilidad empresarial es inflexible. Hablando de estas contradicciones llegamos hasta el hotel. De la puerta de servicio salen en ese momento dos camareras uniformadas. Carmen les acerca un panfleto y las mujeres salen despavoridas.

- ¿Ves? Muchas chicas tienen miedo de unirse porque a los jefes no les gusta que luchemos por nuestros derechos. Prefieren que nos metamos en un sindicato, claro. Pero ya nos empiezan a conocer.

Esta tarde, cuando han salido del curro, dos señoras se han encontrado en plaza Cataluña, Barcelona, donde se han puesto a charlar mientras esperaban a otra. Su intención era ir a la puerta de servicio de varios hoteles para repartir unas octavillas que ellas mismas habían recortado con tijeras. Son miembros de La Asociación Las Kellys, colectivo que ha unido en varias ciudades españolas, siempre de espaldas a los sindicatos, a esas trabajadoras.

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