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Juan Soto Ivars

España is not Spain

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España no existe

Cristina Mena hizo diana cuando escribió que nuestro problema nacional es que no hemos resuelto el dilema entre ser un país sentimental o un país racional

Foto: Mariano Rajoy (i),  Pedro Sánchez (2i), Albert Rivera (2d) y Pablo Iglesias (d), antes del debate a cuatro de la campaña electoral del 26-J. (EFE)
Mariano Rajoy (i), Pedro Sánchez (2i), Albert Rivera (2d) y Pablo Iglesias (d), antes del debate a cuatro de la campaña electoral del 26-J. (EFE)

Repetía ayer Albert Rivera el mantra de que España ha votado cambio y diálogo. Otro mantra asegura que una mentira repetida mil veces acaba convertida en verdad, pero con el tiempo y la repetición yo he terminado por pensar que Rivera miente o está equivocado. Digo esto ahora, pero tras el 20-D escribí prácticamente las mismas palabras que Rivera, y las repetí al día siguiente de las segundas elecciones. Con un Parlamento dividido y sin mayorías absolutas, es tentador imaginarse que España es un diosecillo arbitrario y que los políticos son el juguete de sus caprichos. La verdad es mucho menos literaria.

Nuestro país tiene un nombre de mujer que parece inducirnos a la personificación. El vicio viene de antiguo: Cristina Mena hizo diana cuando escribió que nuestro problema nacional es que no hemos resuelto el dilema entre ser un país sentimental o un país racional. Nos encontramos, pues, incómodos en la balsa de piedra que se tambalea entre Europa y Latinoamérica. Ignoramos si vamos para alemanes o para africanos. De entre las locuras que escribió Giménez Caballero, saco la palabra que mejor nos define: euromoros.

Bajemos, dicho esto, de nuevo a la moqueta parlamentaria. Que España ha votado cambio y diálogo es propio de la concepción sentimental difundida por los noventayochistas. Suena bien, se entiende fácil y a poco que uno tenga un abuelo rojo y un abuelo facha está encantado de repetirlo, como he hecho yo a lo largo de cientos de kilómetros de barra de bar. Pero entonces irrumpe la parte racional como una resaca, más malasombra que un danés abstemio, y me dice que el eslogan es una chorrada que no soluciona el puzle electoral.

España no siente ni padece. Es un equilibrio entre individuos contradictorios, así que no es adecuado que un político haga de altavoz de algo que no existe

Y a ver quién se lo niega. España no vota ni piensa, no siente ni padece. España es un equilibrio entre individuos contradictorios a lo largo de la historia, así que no parece adecuado que un político haga de altavoz de algo que no existe. La sinécdoque no es patrimonial de Rivera: lo mismo hace Rajoy, lo mismo hacía Sánchez (Que En Paz Descansemos), lo mismo hace un independentista que habla de la voluntad de (su) Cataluña, o Pablo Iglesias cuando, con sus melenas y barbas, se disfraza de profeta de 'la gente'.

España, la gente de España, no comparte una voluntad de destino en lo electoral. La gente vota para que gobierne el suyo y para que pierdan los demás. Luego hay quien tiene la tolerancia suficiente para soportar que su partido pacte con otro que le gusta menos, pero también hay quien jura sobre la Constitución que su partido le ha traicionado, quien se arrepiente y dice que no votará más y quien vuelve a votar de nuevo con la esperanza de que esta vez gane su candidato.

La gente vota para que gobierne el suyo y para que pierdan los demás. Luego hay quien puede tolerar que su partido pacte con otro que le gusta menos

La consecuencia es la misma, y en otros países se apañan. ¿Cómo lo hacen? Disolviendo líneas rojas, buscando un mínimo común denominador. Se diría que Albert Rivera es quien mejor ha emprendido esa tarea si no fuera por que trata a los podemitas como si fueran antidemocráticos, tratamiento igualmente injusto de los de Pablo Iglesias hacia su formación.

Quitándole a 'lo nuestro' toda la literatura, sustituyendo el sentimentalismo por la lógica cartesiana, es imposible que nadie gobierne si seguimos pensando en lo que quiere o no quiere España. Los retos son muy concretos: un Gobierno, ahora mismo, solo necesita una postura consensuada para recibir el próximo pescozón que nos va a calzar Bruselas.

El dilema no es quién gobierne, sino cómo vamos a gestionar la hostia. Lo demás, que son todo esencialismos, no lo hemos resuelto en varios siglos de historia y no parece que lo vayamos a solucionar ahora. No es España quien está esperando un Gobierno, sino sus acreedores.

Repetía ayer Albert Rivera el mantra de que España ha votado cambio y diálogo. Otro mantra asegura que una mentira repetida mil veces acaba convertida en verdad, pero con el tiempo y la repetición yo he terminado por pensar que Rivera miente o está equivocado. Digo esto ahora, pero tras el 20-D escribí prácticamente las mismas palabras que Rivera, y las repetí al día siguiente de las segundas elecciones. Con un Parlamento dividido y sin mayorías absolutas, es tentador imaginarse que España es un diosecillo arbitrario y que los políticos son el juguete de sus caprichos. La verdad es mucho menos literaria.