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'Cogérsela con papel de fumar', concepto del año del diccionario Collins
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Juan Soto Ivars

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'Cogérsela con papel de fumar', concepto del año del diccionario Collins

Agregó a su lista de definiciones 'Snowflake gereration', que define al grupo de jóvenes de la década de 2010 “menos flexibles y con mayor tendencia a ofenderse que generaciones anteriores”

Foto: Foto: Reuters.
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Primero, dos noticias para dar contexto. Leo en 'La Nueva España': “Recogen firmas en rechazo a la visita de Arturo Pérez-Reverte al Niemeyer. Un grupo de mujeres denuncia el perfil "misógino y machista" del escritor, invitado al ciclo 'Palabra' el próximo día 16”. Luego, directamente en Change.org: “Retirad Lo que escondían sus ojos. (…) Los alumnos de 2º de Bachillerato del Instituto Bruguers de Gavà, chicas y chicos que participamos en el proyecto de alumnos antifascistas y de recuperación de la memoria con la Amical Mauthausen, (...) vemos que (Serrano Súñer) se ha convertido en el protagonista de una telenovela romántica en Telecinco, con una producción de Mediaset y basada en la novela de Nieves Herrero”. Los adolescentes piden que se censure la serie. En tres días han firmado 25.000 personas. Es de suponer que no todas serán adolescentes.

Hecho el preámbulo, al ajo. El diccionario Collins agregó a su lista de definiciones del año 'Snowflake gereration' o “generación de los copos de nieve”, que define al grupo de jóvenes adultos de la década de 2010 que son “menos flexibles (resilientes) y muestran mucha mayor tendencia a ofenderse que generaciones anteriores”. Es decir: una generación de naturaleza intransigente, para la que la libertad de expresión es un asunto problemático cuando la utilizan quienes piensan de forma contraria a ellos (así lo explica Rebecca Nicholson en 'The Guardian'). En España, nos referimos al mismo tipo de gente con la expresión “pieles finas” o “la cogen con papel de fumar”.

Una generación intransigente, para la que la libertad de expresión es un asunto problemático cuando la utilizan quienes piensan de forma contraria a ellos

El artículo de Nicholson señala un asunto fundamental: 'Snowflake' se ha convertido en el insulto de moda entre la extrema derecha populista. Lo usa Trump cuando arremete contra la corrección política de los liberales (en EEUU liberal = progre), y también aparece en los discursos de Farage, de la misma forma que en España oímos con frecuencia a Carlos Herrera o Bertín Osborne burlándose de los que se la cogen con papel de fumar.

Se desprenden dos consecuencias: la más importante, que se hace muy complicado criticar la tendencia a la ofensa colectiva desde la izquierda, puesto que en seguida llueven epítetos como “ultra” y acusaciones del estilo “usted lo que quiere es humillar a las víctimas”. La otra, derivada de esta, es que nos perdemos en explicaciones redundantes y confesiones de inocencia, que nos alejan de la crítica absoluta al sentimiento “snowflake”, que en realidad alude tanto a los ofendidos de izquierdas como a los de derechas. Tan políticamente correcto es pedir que se censure una serie sobre Serrano Súñer como suprimir un anuncio de El Corte Inglés donde aparecían unos padres gays por supuesto atentado contra la familia. Y las dos cosas ocurren. Hazte Oír es el Change de los integristas católicos.

Unos y otros olvidan que la libertad de expresión es un derecho absoluto. No se puede defender sin abandonar el marco de la guerra cultural, según la cual un bando tiene derecho a decirlo todo y el bando contrario no tiene derecho a decir nada que ofenda. La libertad de expresión debe defenderse con igual beligerancia cuando la está usando quien piensa de forma contraria a uno mismo. Incluso, cuando quien la usa nos está ofendiendo. Tenemos derecho a manifestar nuestra ofensa, pero no tenemos derecho a no ser ofendidos. Ofendernos es el precio que pagamos por la libertad de expresión.

La libertad de expresión debe defenderse con igual beligerancia cuando la está usando quien piensa de forma contraria a uno mismo

El término 'snowflake' casa con las críticas al sentimentalismo extremo, tan propio de las redes sociales, que denuncia Theodore Dalrymple en su obra 'Sentimentalismo tóxico' (Alianza). Ahí la cosa se complica porque Darlymple puede ser conservador, pero desde luego no es ningún ultra de extrema derecha. Como tampoco lo es Bill Maher, cuyo programa de HBO lo ha convertido en el látigo de la izquierda contra la corrección política, recogiendo el testigo de George Carlin, fallecido en 2008.

La ideología de Bill Maher y la de Donald Trump son absolutamente antónimas. Sin embargo, Maher ataca con la misma fiereza a Trump -por sus ideas fascistoides- y a los liberales que se agarran a la corrección política. No es ninguna paradoja. Bill Maher está comprometido con la libertad de expresión. Sabe que este derecho da permiso a los acólitos de Trump para intentar ofender a los miembros de las minorías. Lo que Maher nos está diciendo es: centrad vuestro ataque en las ideas de Trump, que desgraciadamente son las ideas de millones de norteamericanos, pero respetad su derecho a expresarlas.

Pero la batalla de Maher no va por buen camino. Tropieza constantemente con la intransigencia de la izquierda pija norteamericana, la misma que tachaba a George Carlin, más rojo que los cartuchos de dinamita, de aliado involuntario de la extrema derecha racista. Es habitual que se identifique como derechista a quien critica el sistema de la corrección política, como si la defensa de la libertad de expresión sólo diera ventaja a quienes hacen comentarios mordaces sobre gays o inmigrantes. De hecho, Maher recibió toneladas de críticas por Twitter hace unos días por defender el derecho de Clint Eastwood a hacer bromas “de derechas”.

La homofobia es un problema real, un sentimiento arraigado, igual que el desprecio a los inmigrantes o a los minusválidos. Sin embargo, la victoria de Donald Trump después de treinta años de corrección política en Estados Unidos me demuestra que la medicina ha sido tan útil como la homeopatía. Trump se ha limitado a dar cauce de expresión a unos sentimientos de desprecio que seguían allí, aunque no se expresaran en la esfera pública.

Derecho a ofendernos y expresarlo, sí. Derecho a no ser ofendidos, no. Ni lo tenemos ni lo merecemos

El debate sobre los límites de la libertad de expresión no es actualmente una discusión racional, sino regida por las guerras culturales, que son la representación contemporánea de la batalla ideológica en un tiempo posterior a la Guerra Fría. Los ofendidos de cada extremo llevan años exigiendo recortes en la libertad de expresión universal según sus ofensas personales. Poco a poco, el derecho empieza a retroceder: en Virginia se han sacado de la escuela las novelas 'Huckleberry Finn' de Mark Twain y 'Matar a un ruiseñor' de Harper Lee porque a algunos padres de izquierdas les parecían intolerables las palabras “racistas” que aparecen en estos textos, mientras que en España se publicaba una reedición censurada de 'Los Cinco' de Enyd Blyton.

Por otra parte, Donald Trump, ya presidente, arremete contra los programas satíricos de izquierdas de la televisión y amenaza con una censura contra periodistas, que recuerda a los tiempos de la caza de brujas. Hace poco trataron de boicotear una función del musical de Mongolia en Cartagena porque a algunos fieles les había ofendido el cartel.

Repito la tesis para que quede clara: derecho a ofendernos y expresarlo, sí. Derecho a no ser ofendidos, no. Ni lo tenemos ni lo merecemos.

Primero, dos noticias para dar contexto. Leo en 'La Nueva España': “Recogen firmas en rechazo a la visita de Arturo Pérez-Reverte al Niemeyer. Un grupo de mujeres denuncia el perfil "misógino y machista" del escritor, invitado al ciclo 'Palabra' el próximo día 16”. Luego, directamente en Change.org: “Retirad Lo que escondían sus ojos. (…) Los alumnos de 2º de Bachillerato del Instituto Bruguers de Gavà, chicas y chicos que participamos en el proyecto de alumnos antifascistas y de recuperación de la memoria con la Amical Mauthausen, (...) vemos que (Serrano Súñer) se ha convertido en el protagonista de una telenovela romántica en Telecinco, con una producción de Mediaset y basada en la novela de Nieves Herrero”. Los adolescentes piden que se censure la serie. En tres días han firmado 25.000 personas. Es de suponer que no todas serán adolescentes.