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El moro más cabrón de todos y el mudo de los cojones
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Juan Soto Ivars

España is not Spain

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El moro más cabrón de todos y el mudo de los cojones

Así, como esa mirada de Tarik después de contar la historia del mudo, es como creo que huele Tánger, o como olía Tánger cuando yo vivía allí

Foto:  Una de las puertas de entrada a la medina. (Wikipedia: Svik)
Una de las puertas de entrada a la medina. (Wikipedia: Svik)

Proust usaba el olor para llegar al recuerdo y yo quiero usar el recuerdo para llegar al olor, pero antes de nada tengo que hablar de la niebla que rodeaba el barco la primera vez que crucé el Estrecho rumbo a Tánger: era blanca y densa como un folio. He tenido la intención de describir el olor de Tánger muchas veces y todavía no me convencen las palabras que encuentro. Algunos olores solo se pueden describir contando una historia. Si me concentro, lo noto a mil kilómetros de distancia. En Madrid, cuando llegaba corriendo al autobús en invierno, mi cuerpo olía de la misma forma que Tánger bajo las capas de abrigo.

La historia de Tarik Hamar y el mudo de mierda tiene que ver con los autobuses urbanos de Tánger y con una noche de invierno. Tarik Hamar bajó corriendo los últimos metros hasta la parada de autobús donde yo estaba esperando. Llevaba tres cuadros bajo un brazo y una bolsa de deportes llena que saltaba arrastrándose tras él. Era un hombre muy corpulento, de barba horripilante, con tres o cuatro dientes podridos en la boca, y siempre que yo me lo encontraba llevaba esa gorra verde en la cabeza.

—¡Para! ¡Para! ¡Para! —gritó, golpeando con la mano enorme la pared del bus que ya estaba en marcha, pero el conductor no le hizo caso. Se agachó a recoger una colilla de cigarro y volvió al banco tan contento con la colilla entre los labios, pero quejándose: en este país ya no hay amabilidad musulmana, qué vida más dura, Alá, qué manera de pasar de un hermano. Una señora lo miró de reojo. Yo también lo miré de reojo. Seleccionó a la señora para su arenga, pero como ella no le hacía caso, se dirigió a mí en español:

—¿Qué te parece, 'zemel' —me llamaba 'zemel', que quiere decir maricón—, que no espere el conductor a uno pobre vendidor? Todo el día trabaja. No, no los pinto yo. ¡Ojalá fuera artista! ¡Los artistas no cargan sus pinturas, se les reconoce por eso, ti lo joro! Vendo lo que encuentro. ¿Quere tuercas que son nuevas?

Luego se dirigió a la señora:

-Ah, 'serifa', ¡alajalalajaja! —lo pongo así porque yo no sé gran cosa de árabe.

Un nuevo autobús cortó las palabras que salían de la barba de Tarik Hamar. Subimos. Dentro había poca gente. Por un momento estiró el cuello, como si creyera ver a alguien que...

—¡Alá akhbar! —gritó.

En el autobús viajaba el mudo de los cojones con su sombrero de Piolín calado hasta los ojos, su abrigo amarillo, zapatos brillantes y sus pantalones oscuros recién planchados. Me puse donde pudiera ver bien toda la escena. Cuando el mudo de los cojones detectó a Tarik, intentó escabullirse por la puerta de atrás, pero ya era demasiado tarde. “Ay, ¿por qué Alá me castiga, qué he hecho yo? ¿Por qué?”. Sus labios se movían como una máquina de hacer burbujas y no era capaz de emitir el más mínimo sonido. El mudo 'd'zeb' ('d'zeb' significa “de los cojones”) se había quedado de pie, indeciso.

—Iala, iala —le gritó un Tarik pletórico, y cogiendo al mudo 'd'zeb' con sus manos gigantes lo clavó de nuevo en un asiento. Se quedó el mudo moviendo la boca sin articular ni un sonido mientras Tarik dejaba en el suelo la bolsa de deportes y apoyaba los cuadros en las piernas del mudo. El vehículo se puso en marcha.

—¡Ay, a quién me he encontrado! ¿De dónde vienes, 'tabon dimak'? —'tabon dimak' significa “el coño de tu madre”— ¡No te hagas el tonto que me entiendes perfectamente! ¡Alá, Alá, Alá, el mudo 'd´zeb'! ¡El mudo cabrón! ¿De dónde vienes, eh? ¿No me oyes?

Olvidé mencionar un detalle importante: a Tarik Hamar le salía la voz de los cojones. Si gritaba en un autobús, todos lo escuchaban, todos menos el mudo, que lo miraba con timidez y de reojo, solo para cerciorarse de que Tarik seguía hablando. Pero el mudo entendía tanto de lo que gritaba en árabe Tarik como yo. El gigante alargó el brazo sobre una señora y tocó el brazo del mudo, que se sacudió como una gelatina con sombrerito de Piolín. Luego me miró a mí, y gritó en español:

—Ay, ¡la risa! ¡Alatif! ¿Qui hase esti viajando en bus? ¡Esti tío está forraaaaado di pasta, ti lo joro! ¡Tiene sien millones d' deraham en la banco! ¡Cógete un limossina, que la puedes pagar! ¡Vaya con el mudo 'd´hara'! —'hara' significa mierda— ¡Uuuuuh! ¡Di dónde vendrá esti mudo 'd'zeb'!

Me incomodaba un poco el maltrato al mudo. Pensé que Tarik habría estado fumando kif mientras trataba de vender los tres cuadros y lo que llevara en la bolsa, seguramente dos tuercas oxidadas, una barbie desnuda, un libro, una alcachofa de ducha, tres tazas de cerámica, un CD sin caja, bolígrafos que no pintan, un auricular con el cable enmarañado, una llave de armario, unas tijeras de cortar uñas... Tarik era comerciante.

Unos estudiantes flacos se dieron unos a otros el toque, como diciendo: “Mira, 'jai', que empieza otra vez”. Tarik Hamar se quedó mirando al mudo en silencio, y al notar que su público reclamaba más espectáculo, retomó su arenga mezclando árabe y español. Dijo algo así:

—¡Con los millones que tienes en el banco, cabronazo! ¡Este tiene más millones que el rey! ¡Le tocó la lotería! Habían comprado su hermano y él un boleto y les tocó la lotería. ¿Por qué le tocaría a este gilipollas la lotería? Eran unos muertos de hambre, os lo digo yo, os lo juro por el honor de mi padre. Unos muertos de hambre como yo... ¡Y mirad ahora! ¡Vaya zapatos calzas, 'autankhaba'! —'autankhaba' es algo así como hijo de puta.

El mudo miraba al frente. Tarik continuó largando:

—Está ido, eso sí. ¡Ja ja ja! ¡Además de mudo y sordo, está mal de la cabeza! Pero es que... ¡dame pan y llámame tonto! ¿Por qué no te has cogido un taxi tú solo, cabronazo, que te sale el dinero por las orejas? Este habrá dado ya tres vueltas en el autobús. ¡Has dado ya tres vueltas, o qué!

Los estudiantes flacos tenían encima un cachondeo tremendo. El autobús se detuvo en la escuela de oficios y ninguno se apeaba. Hay cosas que vale la pena ver hasta el final. Qué bochorno, parecía pensar la señora gorda, en buena hora se han encontrado estos dos. Pero Tarik estaba demasiado ufano de encontrar complicidad en aquellos estudiantes.

—¡Yo sé dónde has estado toda la tarde! ¡Has estado en el Morocco Palace! ¡Has ido al puticlub a que te echen un polvo! ¡Llevas el pantalón muy bien planchado para ser soltero! ¡Cuando lleva el pantalón planchado, ha ido de putas! Y a tus años, mudo 'd'zeb'. Este tío tiene lo menos... Si yo tengo 49, él tiene... 70 o 75. ¿Qué te han hecho? ¡Ja ja ja! ¡Lo han dejado planchado a él, loco perdido, míralo, no sabe ni por dónde va! Su hermano pequeño es trabajador, pero este mudo de la puta... ¡Quiere dar pena porque es mudo, pero tiene más dirhams que todo el autobús junto! ¡Alá! ¡Este cabrón caga dirhams y se limpia el culo con billetes, se limpia el culo con el padre Hassan! ¿Cuántos dirhams te has dejado en el Morocco, putero?

A Tarik Hamar se le iluminaron los ojos de rabia, alegría y resentimiento:

—¡Cuando lo cuente! ¡Mañana no salgas de tu casa! ¡Eres como un rey de dinero que tienes, pero mañana no vengas al café, porque esto sale en 'Le Journal du Tanger'! ¡Mañana lo pasaré bien! ¡Nos vamos a reír el barrio entero y mi primo el de Tetuán! Míralo, hace como que no escucha. ¡Pues aquí está mi parada, cabronazo!

Cómo acaba todo.

El autobús se detuvo con un chirrido. La gente estaba esperando la despedida de Tarik, pero, de pronto, Tarik volvió a sentarse. Había decidido no apearse. ¡Maldito cabrón! ¿Todavía le quedaban ganas de humillar al mudo de los cojones? Hay que saber parar una broma a tiempo, el mudo mueve los labios como una criatura miserable que come migajas en la palma de una mano. Pero el autobús siguió impasible con su trayecto entre las calles:

—No, no me voy. ¡No me voy porque este está perdido! ¡Este cabrón ha perdido el norte! ¡Míralo, está babeando! ¡Claro, le han echado un polvo y lo han dejado...! ¡Uuuuuh! ¡Pues tu parada es la próxima! A ver si tengo por aquí un rosario... ¡Para que vayas haciendo las cuentas esta noche! ¡Porque mañana...! ¡Ja ja ja! ¡Mañana todo el barrio va a saber que has estado en el Morocco! ¡Mañana lo sabe hasta el imán!

El autobús se detuvo de nuevo. Apresuradamente, Tarik recogió sus pertenencias y agarró al mudo por el brazo.

-¡Perdone, 'serifa', perdone que haya gritado, pero es que este... este cabrón! ¡Vámonos!

Mudo y Tarik salieron del autobús. Los vi perderse en las callejuelas, el mudo atemorizado y Tarik riendo a carcajada limpia. Cuando pregunté a Tarik por lo que sucedió después, me dijo que entró con el mudo en su casa, lo llevó hasta la cocina, le dio un vaso de agua y luego esperó a que el mudo se acostase. Lo escuchó toser en su cuarto, entró para ver si estaba bien. Luego, Tarik Hamar se bebió un vaso de agua y se fue a la calle.

—El mudo di los cojones —me dijo—. ¡Pobre di él si io soy malo persona! ¡Tene suerte con lotería y tene suerte de que io soy su amigo! ¡Pobre di el mudo 'd'zeb' si lo pilla persona mala y lo cuenta a todo el mundo!

Creo que Tarik se sentía mal, porque al día siguiente todo el barrio sabía que el mudo se iba de putas.

—Pero Tarik, si todo el mundo sabe que el mudo se iba de putas para que le plancharan los pantalones.

Y Tarik me miró como si yo me hubiera vuelto loco.

Así, como esa mirada de Tarik después de contar la historia del mudo, es como creo que huele Tánger, o como olía Tánger cuando yo vivía allí.

Proust usaba el olor para llegar al recuerdo y yo quiero usar el recuerdo para llegar al olor, pero antes de nada tengo que hablar de la niebla que rodeaba el barco la primera vez que crucé el Estrecho rumbo a Tánger: era blanca y densa como un folio. He tenido la intención de describir el olor de Tánger muchas veces y todavía no me convencen las palabras que encuentro. Algunos olores solo se pueden describir contando una historia. Si me concentro, lo noto a mil kilómetros de distancia. En Madrid, cuando llegaba corriendo al autobús en invierno, mi cuerpo olía de la misma forma que Tánger bajo las capas de abrigo.