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Le pregunté dónde estaba el metro en español y me respondió en catalán
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Juan Soto Ivars

España is not Spain

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Le pregunté dónde estaba el metro en español y me respondió en catalán

Cuando llegué a vivir a Cataluña no me daba cuenta, pero me había traído una mochila llena de prejuicios sobre la cuestión de la lengua española

Foto: Una bandera española, junto a una bandera separatista catalana. (Reuters)
Una bandera española, junto a una bandera separatista catalana. (Reuters)

Cuando llegué a vivir a Cataluña no me daba cuenta, pero me había traído una mochila llena de prejuicios sobre la cuestión de la lengua española. Creía que mi sacrosanto idioma estaba amenazado por un montón de catalanes malvados que habían decidido renunciar a comunicarse en el idioma de Cervantes, así que cuando iba por las calles de Barcelona y un viandante se dirigía a otro en español, a mí se me activaba la nostalgia. Creía que era una nostalgia anticipada. En realidad, era una nostalgia tonta e inducida.

Como tantos otros españoles, yo me había criado escuchando hablar por la tele sobre las agresiones que amenazan nuestro idioma en esta tierra. Conceptos mal entendidos como la inmersión lingüística, polémicas como la rotulación en catalán o protestas en colegios sacadas de contexto se habían convertido en los cimientos donde se asentaba mi error de punto de vista. Como tantos otros españoles que visitan Barcelona, no tardé mucho en hacerme con la típica anécdota que luego vamos contando por ahí:

Un día, aquel primer viaje, iba yo más perdido que un ciego en una orgía por el barrio del Ensanche. Me acerqué a una señora de 50 años para preguntarle cómo llegar al metro, le pregunté en español y ella me respondió en catalán. Mientras la señora hablaba, yo no intentaba entenderla, sino que ponía cara de póquer y celebraba en lo más hondo que mis ideas preconcebidas encontrasen por fin un ejemplo real. A cada palabra suya, me acurrucaban por dentro en mi maravillosa sensación de ofendido. Sordo y empecinado, hice como si hubiera entendido, di unos pasos y pregunté a otro. El peatón me dio las indicaciones en un castellano como de vender interfonos en una película de Berlanga, pero cuando llegué al metro ya no me acordaba de él: seguía pensando en la aviesa señora que me había respondido en catalán. ¡Qué maleducada! ¡Seguro que vota a la CUP!

La infinita mayoría de los catalanoparlantes usan las dos lenguas indistintamente y ni siquiera son conscientes de si se expresan en una o en la otra

Anécdotas como esta se oyen mucho en el resto de España. Si no nos ha pasado a nosotros, tenemos un primo que fue a Barcelona, preguntó en español y le respondieron en catalán. Sale a relucir esta ofensa, fruto del desconocimiento, como ejemplo de falta de delicadeza y el fanatismo nacionalista de los catalanes, cuando la única información que da es el desconocimiento de quien cuenta el caso sobre el funcionamiento de las dos lenguas en esta tierra.

Hay, naturalmente y como en todas partes, personas estúpidas. Son los que montan un pollo en un ferri porque el camarero no sabe atenderles en catalán y salen en todos los periódicos, pero conviene conservar la perspectiva: también hay en Galicia ancianas que no hablan más que gallego y no veo que eso acapare los titulares. Cierto que en Cataluña, como en el resto de España, las posibilidades de toparse con un gilipollas por la calle son relativamente altas, pero merece la pena explicar por qué curioso mecanismo nos responden en catalán algunas veces que preguntamos en español.

Como tantos otros españoles, yo me había criado escuchando hablar por la tele sobre las agresiones que amenazan nuestro idioma en Cataluña

La infinita mayoría de los catalanoparlantes usan las dos lenguas indistintamente y ni siquiera son plenamente conscientes de si se están expresando en una lengua o en la otra. Aquí viene un ejemplo: cuando mi mujer Andrea y yo nos vamos a ver a nuestros amigos Víctor y Marga, Andrea, que se ha criado con padres hispanohablantes y suele usar el español, habla con Víctor y conmigo en español, pero cuando se dirige a Marga lo hace en catalán. Si Víctor o yo nos dirigimos a Marga, Marga nos responde en español. Si Víctor habla con Marga, Marga habla en español o catalán, dependiendo de que haya hablado antes Andrea o haya hablado yo.

¿Estamos locos? No. Nuestras conversaciones a cuatro son el ejemplo perfecto de cómo funciona la cosa de las lenguas en Cataluña. Aquí solo le dan importancia al uso del idioma los más ofuscados: del lado catalanista, los que montan un boicot a Coca-Cola porque etiqueta en español; del lado españolista, los que van llorando porque obligan a sus hijos a escuchar las clases en catalán. Pese a que todo catalán tiene derecho a beber refrescos, pese a que las notas de los estudiantes catalanes en lengua española son igual de buenas (o de malas) que en el resto de España, y pese a que en los patios de los colegios se oye hablar a los chavales en español, ¡aquí hay un grave problema!

Yo creo que el grave problema es el de los que han olvidado que hablando se entiende la gente.

Cuando llegué a vivir a Cataluña no me daba cuenta, pero me había traído una mochila llena de prejuicios sobre la cuestión de la lengua española. Creía que mi sacrosanto idioma estaba amenazado por un montón de catalanes malvados que habían decidido renunciar a comunicarse en el idioma de Cervantes, así que cuando iba por las calles de Barcelona y un viandante se dirigía a otro en español, a mí se me activaba la nostalgia. Creía que era una nostalgia anticipada. En realidad, era una nostalgia tonta e inducida.

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