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Lo único transversal en España es la gilipollez
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Juan Soto Ivars

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Lo único transversal en España es la gilipollez

Los españoles inventamos la democracia hispánica para lidiar pacíficamente con la gilipollez ajena

Foto: Votaciones en un colegio electoral. (EFE)
Votaciones en un colegio electoral. (EFE)

La maldición de España no es el cainismo. De hecho, el cainismo podría ser un buen punto de partida para solucionar nuestros problemas si un bando lograse aniquilar al otro y ya no quedase ni un gilipollas más para estropearlo todo. Pero si algo nos enseñó el experimento sociológico previo a 'Gran Hermano' (la Guerra Civil), es que el método falla: un bando se persuade de que todo gilipollas está en el contrario y se lanza al ataque. Tras la victoria, los ganadores ven pasar a su líder bajo palio con su fajita ridícula. Como un auténtico gilipollas.

Descartada, pues, la solución taxativa, los españoles inventamos la democracia hispánica para lidiar pacíficamente con la gilipollez ajena. Platón explicaba su desencanto con la democracia ateniense mediante la analogía del navío: igual que no aceptaríamos viajar en un barco cuya tripulación está borracha, tampoco deberíamos dar el timón del Estado a una masa ignorante y manipulada. En este sentido, los Estados Unidos han penetrado en el reino de la democracia platónica, pero en España jugamos con otros naipes.

Si no viajaríamos en un barco cuya tripulación está borracha, tampoco deberíamos dar el timón del Estado a una masa ignorante y manipulada

Abro paréntesis para decir que gilipollas me parece una palabra maravillosa. Su origen misterioso se presta a toda clase de leyendas. Mi favorita la encontré en el blog Secretos de Madrid. Allí explican que Baltasar Gil Imón de la Mota, consejero de Hacienda del siglo XVI, tenía dos hijas feísimas a las que intentaba casar sin éxito. Arrastraba a las dos pécoras por todo convite público y los pretendientes salían escopetados. “Ahí va don Gil con sus pollas”, decían los cortesanos, que nos brindaron el insulto más ubicuo que conoce nuestro léxico.

Pero ¿de qué hablamos cuando hablamos de gilipollas? La definición de la RAE es lacónica y pobre: “Necio o estúpido”. Notamos en seguida que a esa salsa le falta mejunje, hasta el punto de que más de uno tendrá ganas de llamar gilipollas a los académicos que la cocinaron. El paladar indica que gilipollas es mucho más que necio o estúpido: es petulante, repelente, chuleta, maleducado, ignorante, malcriado y pelmazo. Que me traigan otra palabra que condense tantas palabras distintas y dejaré que me llamen gilipollas con placer.

Cierro paréntesis. Para los españoles, la democracia no es un sistema de elección de representantes, sino una forma de insulto velado. Cuando un español vota a un partido y ese partido pierde las elecciones, su conclusión, bastante perezrevertiana, es que aquí no cabe un gilipollas más. Debo decir que en esto el español tiene toda la razón.

Cuando un español vota a un partido y ese partido pierde las elecciones, su conclusión, bastante perezrevertiana, es que no cabe un gilipollas más

El votante medio del PSOE piensa que los del PP son gilipollas, el del PP lo mismo con los del PSOE, y pasa igual con los de Ciudadanos y los de Podemos: en España da igual quién gane, porque saldrá alguien que dice que vivimos en un país de agilipollados. De aquí la tesis: lo único transversal en España es la gilipollez.

Procedo a demostrarla. El síntoma más evidente se nota en las discusiones de política, nuestro pasatiempo nacional. Si un individuo tiene ideas propias y no se pliega como una monja a los dictados de su bando, en seguida empieza a notar que la gente se irrita con él. Uno puede, pongo por caso, votar a Podemos, sin que por eso deje de percibir que en Podemos hay una buena remesa de gilipollas. Si lo dice, en seguida le saltarán al cuello los militantes, individuos incapaces de aceptar que la gilipollez española es transversal.

Los militantes, en su lucha permanente contra la realidad, han inventado un mecanismo ingenioso que se llama “y tú más”. El “y tú más” es un recurso inteligente para desviar la atención: si yo digo que un cerdo es hediondo, el militante del Partido Porcino exclamará que los jabalíes no huelen mejor. ¿Deja un cerdo de ser hediondo porque un jabalí huela peor? No, pero con un hábil movimiento de manos, el militante trata de demostrarnos que sí.

La maldición de España no es el cainismo. De hecho, el cainismo podría ser un buen punto de partida para solucionar nuestros problemas si un bando lograse aniquilar al otro y ya no quedase ni un gilipollas más para estropearlo todo. Pero si algo nos enseñó el experimento sociológico previo a 'Gran Hermano' (la Guerra Civil), es que el método falla: un bando se persuade de que todo gilipollas está en el contrario y se lanza al ataque. Tras la victoria, los ganadores ven pasar a su líder bajo palio con su fajita ridícula. Como un auténtico gilipollas.

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