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Una mujer a punto de morir y un hombre la llama histérica
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Juan Soto Ivars

España is not Spain

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Una mujer a punto de morir y un hombre la llama histérica

Los parques de bomberos están cubiertos de pancartas. Los hospitales y los centros de salud están cubiertos de pancartas. Los juzgados están cubiertos de pancartas

Foto: Parada de metro de Urquinaona. (EFE)
Parada de metro de Urquinaona. (EFE)

Las redes debaten si el móvil es una adicción o no. Creo que la adicción es debatirlo todo. Hace tiempo que salgo sin móvil de casa y así disfruto las polémicas que no tienen eco en la red social. Los parques de bomberos están cubiertos de pancartas. Los hospitales y los centros de salud están cubiertos de pancartas. Los juzgados están cubiertos de pancartas. Los colegios están cubiertos de pancartas. Los taxistas llevan pancartas en el cristal trasero, y pegatinas contra Uber. Solo faltan pancartas en los kebabs.

En este escenario abarrotado de pancartas, tiene lugar la siguiente escena. El metro se detiene en Urquinaona. Mientras una señora pasa con su hermana, la puerta pita y se cierra al estilo guillotina. Una de las hermanas queda atrapada y se pone a gritar, la otra la emprende a paraguazos con el vagón. Tras un breve rifirrafe de la máquina contra la señora, las puertas liberan a la vociferante. Pese a que las dos hermanas están a salvo no habrá paz: en el vagón empieza un debate que ni en Twitter.

—¡Que me mataba, me llevaba a la tumba!

La comunidad tolera que la señora se desahogue. Unos miran el móvil, algún paria lee un libro. Pero el desahogo de la señora, lejos de remitir, va a más. Ahora está soltando un discurso. Las cabezas se levantan. Ella parece contenta de comunicar al resto de pasajeros su experiencia cercana a la muerte. No hay derecho, dice. Somos personas, aclara. En este punto, un señor con gorra del Barça ('més que un club') introduce el dato de la discordia:

—Había sonao el pito.

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El comentario, parco e irrebatible, provoca una imensa controversia. Creo que las dos hermanas perciben al señor de la gorra del Barça ('més que un club') como un representante de la autoridad competente del subsuelo barcelonés. Para ellas está claro: el señor ha elegido bando, y es el bando de las máquinas homicidas.

—Claro, el pito, y mi vida no importa —dice la aplastada—. Usted defienda al conductor.

El hombre de la gorra, efectivamente, lo defiende. Acusa a las dos hermanas de haber ignorado el aviso del pito, con lo que se han puesto en peligro temerariamente. Varias personas han dejado que la pantalla del móvil se apague sobre la pierna. Hay quien asiente a las palabras del señor de la gorra y quien niega discretamente con la cabeza. Una tercera señora se alía con el bando de las víctimas:

—¡Tenemos que poner una queja al conductor!

El de la gorra considera esta conducta cercana al bolivarianismo. Para él que las señoras tienen un ataque de histeria, opinión que expresa sin el menor cuidado en la forma, a lo que el tridente señoril lo increpa y un jovenzuelo alude a la posibilidad de que, tramitada la denuncia, el de la gorra diga, como testigo, que había “sonao el pito”.

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Durante varias paradas sucede un debate que sería la envida de las Cortes. Voy apuntando los argumentos en la libreta. Motivos para denunciar al conductor: 1) en Urquinaona sube mucha gente, 2) el conductor ha de mirar por el retrovisor, 3) la vida humana es valiosa. Motivos para no denunciar: 1) había sonao el pito, 2) esto es Barcelona y hay que darse brío, 3) a lo mejor es que son ustedes de pueblo y no se enteran de cómo funciona esto. Alegato final de la señora y su hermana:

—Somos nacidas aquí, para que usted lo sepa.

Alegato final del de la gorra del Barça ('més que un club'):

—Nacidas cuando se iba en carromato.

Otro señor alude por lo bajinis a la envergadura del culo de la capturada por las puertas. Por fortuna, el comentario pasa desapercibido. Por fin, el tren anuncia la parada en Joanic. Las hermanas tienen aquí su destino. La hermana de la víctima:

—¡Le voy a cantar las cuarenta!

Se refiere al conductor. Sale pitando por el andén en dirección al habitáculo del maquinista con el paraguas en ristre. La hermana la chilla, parece que ha cambiado de idea en lo tocante a poner una queja. Las puertas se cierran y cuando el tren se pone en marcha vemos a la mujer recuperando el aliento. La calma se apodera del vagón. El de la gorra del Barça refunfuña:

—Había sonao el pito...

Nadie le hace caso. La polémica ha terminado.

Las redes debaten si el móvil es una adicción o no. Creo que la adicción es debatirlo todo. Hace tiempo que salgo sin móvil de casa y así disfruto las polémicas que no tienen eco en la red social. Los parques de bomberos están cubiertos de pancartas. Los hospitales y los centros de salud están cubiertos de pancartas. Los juzgados están cubiertos de pancartas. Los colegios están cubiertos de pancartas. Los taxistas llevan pancartas en el cristal trasero, y pegatinas contra Uber. Solo faltan pancartas en los kebabs.

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