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Lluís Llach, de poeta a "político con horizontes de mierda"
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Juan Soto Ivars

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Lluís Llach, de poeta a "político con horizontes de mierda"

Ahora Llach parece un monigote al que le meten las palabras en la boca sus amigos. Reaparece en los periódicos con una declaración típica de un político de mierda

Foto: Lluis Llach. (EFE)
Lluis Llach. (EFE)

Amo a los buenos poetas pero me es imposible amar a un político. El poeta está comprometido con la verdad de las palabras y el político es un chulo que las prostituye. Lo más patético de la caída del poeta Llach es que, cuando todavía decía la verdad, construyó la escalera de versos por la que ahora se ha tirado de cabeza: “Tienes razón, Pilar, aquí envejecen nuestros pies pisando zarzas, heces de cabra y pizarra (…) Pero fuera, Pilar, hay tanta mierda. (…) La mierda de los políticos con horizontes de mierda”. Hoy el horizonte de Llach es una independencia con lo puesto. La desconexión a machamartillo con un parlamento insuficiente. Además, usa las únicas palabras que un poeta tiene vetadas desde los tiempos de Mayakovski: la amenaza desde una posición de poder institucional.

Leo las declaraciones del diputado Llach y me dan lástima. Advierte de que los suyos, sus amigos políticos, sancionarán a los funcionarios que no cumplan los planes de desconexión una vez aprobada la ley de transitoriedad jurídica. El mismo Llach que defendía la consulta no vinculante pese a que ésta violase las leyes del estado -en esto yo podía llegar a estar de acuerdo- saca la porra para señalar a los funcionarios que vayan a violar la ley que le gusta a él. Uno no puede ser ácrata sólo para lo que le interesa. Quizás le quede este vicio de sus tiempos de poeta. Los poetas viven fascinados por la paradoja y les gusta jugar con la contradicción.

Yo recuerdo la primera vez que escuché su voz cuando tenía 11 o 12 años. El disco me lo puso mi tata Virginia, que fue mi primer camello musical. Me fascinó la voz rotunda de Llach y su música hipnótica. Los libretos de sus discos traían una traducción de cada poema al español. Con el libreto en la mano iba siguiendo sus palabras a medida que su voz preciosa las entonaba. Llach me enseñó lo que era el catalán. Era fascinante que un poeta de mi país cantase en un idioma distinto al mío.

Foto: Manifestación durante la última diada. (Efe)

Supe más tarde que la vertiente política de Llach no sólo estaba en sus poemas, sino que se había querellado contra el PSOE cuando éste nos metió en la OTAN. Aquella información contribuyó a la forja de mis convicciones. Supe que el poeta que quiere comprometerse con una causa acaba convertido en activista. Subido a una caja de madera siente el impulso de empujar una revolución, un fascismo, una protesta, una huelga. Si elige la causa equivocada quedará una mancha negra en su obra. Pero el poeta no fusila. El poeta siempre elige ser fusilado.

Una cosa muy diferente al poeta activista es el poeta institucional. El primero no puede evitarlo, el segundo ha traicionado por completo a la poesía

Una cosa muy diferente al poeta activista es el poeta institucional. El primero no puede evitarlo y se le perdona, el segundo ha traicionado por completo a la poesía. El poeta institucional es propio de países donde los poetas se mueren de hambre. En España pasan hambre desde los tiempos de Máximo Estrella, y por eso hemos tenido que aguantar aquí tantas ratas versiculatorias que se enchufan a la teta de un gobierno.

Cuando Llach anunció su compromiso con JxS me dije: calma. Oí alguna entrevista, leí alguna declaración, y con ingenuidad supuse que el papel de Llach iba a ser darle lustre y prestigio intelectual a ese puñado de políticos tan cortos en lecturas de Machado. Cuando leí sus opiniones sobre España hice el esfuerzo de entenderlas. Llach dijo que le parecía imposible que aquí hubiera una verdadera democracia. Me dije: calma, tiene perfecto derecho a pensarlo. Hay mucha gente decepcionada con España, la hay hasta en Madrid. Pero cuando lo sacaron diputado empecé a sentirme abandonado como pasa siempre que muere un poeta.


Ahora Llach parece un monigote al que le meten las palabras en la boca sus amigos. Reaparece en los periódicos con una declaración típica de un político de mierda. Para mi Llach fue sublime por hacer exactamente lo contrario. Me ayudó a ver Cataluña como una tierra fascinante. Su poesía me empujó a amar a Cataluña y me inyectó el embrujo de su idioma. Hoy recuerdo un momento feliz: aquel concierto suyo en Madrid, con tantos madrileños coreando en catalán, y él hablando de la igualdad de todos los pueblos.

Dan ganas de largarse al campo de Porrera para hacerle un túmulo. Dan ganas de enterrar allí al poeta con todos los honores. Y decirle a Pilar, como decía él, “vamos... vamos... Pilar... se hace tarde... y las masías se nos caen”.

Amo a los buenos poetas pero me es imposible amar a un político. El poeta está comprometido con la verdad de las palabras y el político es un chulo que las prostituye. Lo más patético de la caída del poeta Llach es que, cuando todavía decía la verdad, construyó la escalera de versos por la que ahora se ha tirado de cabeza: “Tienes razón, Pilar, aquí envejecen nuestros pies pisando zarzas, heces de cabra y pizarra (…) Pero fuera, Pilar, hay tanta mierda. (…) La mierda de los políticos con horizontes de mierda”. Hoy el horizonte de Llach es una independencia con lo puesto. La desconexión a machamartillo con un parlamento insuficiente. Además, usa las únicas palabras que un poeta tiene vetadas desde los tiempos de Mayakovski: la amenaza desde una posición de poder institucional.