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A ver si haces callar a ese bebé, que el tren no es una guardería
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Juan Soto Ivars

España is not Spain

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A ver si haces callar a ese bebé, que el tren no es una guardería

Yo era una verdadera máquina de berridos. Hasta que aprendí lo de las sílabas, mi madre no durmió una sola noche

Foto: Una mujer carga a un bebé en La Habana. (EFE)
Una mujer carga a un bebé en La Habana. (EFE)

En el Talgo, suplicio: viaje de siete horas y en el minuto cinco un neonato empieza a berrear. La criatura despega los labios y emite un soplido sordo al principio, hasta que los pulmones inexpertos van ganando confianza para llevar el berrido a una frecuencia capaz de romper los vidrios. De inmediato, varias cabezas emergen de los asientos. Gente con expresión confundida busca el origen del ruidaco pensando lo mismo que yo:

- De todos los vagones, me tenía que tocar este.

Pero no busquéis más, ceñudos compañeros de viaje. A la madre sola y el bebé de aullidos furiosos los tengo aquí, al otro lado del pasillo. Me han puesto junto a la ventana y a mi derecha hay un señor que me mira de soslayo con cierta sonrisa de complicidad circunstancial. Resopla, me encojo de hombros, y dedica a la madre y el bebé un vistazo rápido. Ella se la sostiene. Se pega el bebé al pecho y lo mece.

- Chucuchucuchú, mi niño.

Pero el bebé sigue chillando. El señor a mi lado levanta la cabeza y emite El Primer Quejido Del Viaje. Saco los cascos de la bolsa del ordenador, que son de 'dj' y aíslan como la silicona, pero a través de los primeros acordes de 'Stand by me' de Oasis, versión del concierto Familiar to Millions, noto el extremo puntiagudo del chillido.

La vida se divide en dos partes. Está la que recordamos y la que nos han contado quienes nos quieren y nos cuidaron

La vida se divide en dos partes. Está la que recordamos y la que nos han contado quienes nos quieren y nos cuidaron. Mi madre me prestó sus recuerdos para que yo reconstruyera escenas de la etapa nebulosa. Asegura que yo era una verdadera máquina de berridos. Hasta que aprendí lo de las sílabas, mi madre no durmió una sola noche. Un día empujaba mi carro por la calle y se quedó dormida mientras caminaba. Casi nos atropella un coche. Es su recuerdo más espantoso.

La madre del bebé del tren es más joven que yo, pero no tanto como lo fue mi madre, que me tuvo con veintiuno. Ha logrado aplacar la furia con los vaivenes suaves de su pecho. El señor saca 'La Vanguardia', versión catalana, y empieza a hojearla con cierta desconfianza. Leo por encima de su hombro una noticia sobre política francesa, pero las páginas se agitan de repente y el periódico cae sobre sus piernas. Lo dobla como quien tramita una sentencia de muerte. Me levanto un auricular de la oreja y compruebo que el bebé ha vuelto a berrear.

- Joder, me cago en la puta.- dice el hombre, en un tono suficientemente alto como para que lo oigan la madre y un par de filas de butacas. De la que tenemos delante se gira un señor de ojos saltones, que le sonríe al tipo con la expresión inconfundible de los lacayos.

Foto: Daniel Eisenman y su hijo. (Instagram)

El llanto del bebé nos acompañará hasta que la madre salga a darle el pecho. Luego volverán a su asiento y al poco rato empezará a llorar de nuevo. El hombre a mi lado soltará el Segundo Quejido Del Viaje, el Tercero, el Cuarto, e intercalará otros comentarios ("Ay Dios", "Joder", "En fin"), siempre de forma que la madre sea totalmente consciente de lo mucho que le está fastidiando el viaje.

Descubriremos por qué llora tanto el crío a las dos horas de viaje, cuando una señora que va camino de la cafetería pregunte y la madre diga que el crío debe estar enfermo, que lo nota caliente, hipótesis que la señora corroborará después de tocarle la frente con los labios.

Cuando lleguemos a Valencia, el hombre de 'La Vanguardia' se levantará con movimientos bruscos, agarrará su maleta de ruedas, comprimirá el periódico debajo del sobaco, y entonces, mirando a la madre directamente, puesto en pie, seguro de que cuenta con el respaldo de la sociedad en su conjunto, le espetará sin contemplaciones la misma idea que yo mismo he pensado varias veces a lo largo del trayecto:

- A ver si haces callar a ese bebé, que el tren no es una guardería.

El perro faldero del asiento de delante asentirá contento al paso de su dueño, tan macho, tan autosuficiente, tan mártir que ni se dignará a mirarlo. La madre fingirá que pasa, pero cuando el tipo baje al andén notaré que está jodida.

Entonces me mira, como suplicando que perdone a su hijo, y me limito a sonreírle y a negar suavemente con la cabeza, en plan "no te apures"

Entonces me mira, como suplicando que perdone a su hijo, y me limito a sonreírle y a negar suavemente con la cabeza, en plan "no te apures". Cierto que la mía es una sonrisa fingida, y que estoy tan fastidiado como el hombre, y que estrellaría al bebé contra una pared, y que he pensado 780 veces que no viajo en tren, sino en un anuncio de preservativos. Pero veo a mi propia madre repartiendo miradas de auxilio cuando el que lloraba sin parar era yo mismo.

Sospecho que el problema del hombre que bajó en Valencia es que nadie le he contado la parte que no recuerda de su propia vida. Entonces él fue un bebé como este que berreaba pidiendo algo que posiblemente no le dieron. Quizá la humanidad para tragarse el fastidio, o al menos la humildad para no recriminárselo a la madre con bufidos, quejidos, interjecciones y consejos de mierda.

Los niños molestan de vez en cuando, sí. Pero los tipos como ese dan asco siempre. Hasta Valencia y más allá.

En el Talgo, suplicio: viaje de siete horas y en el minuto cinco un neonato empieza a berrear. La criatura despega los labios y emite un soplido sordo al principio, hasta que los pulmones inexpertos van ganando confianza para llevar el berrido a una frecuencia capaz de romper los vidrios. De inmediato, varias cabezas emergen de los asientos. Gente con expresión confundida busca el origen del ruidaco pensando lo mismo que yo:

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