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Juan Soto Ivars

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Feminismo para ligar

Un hombre debe ser siempre feminista, pero seamos sinceros: hay tíos que usan el feminismo de guerrilla —de boquilla— para ligar

Foto: Foto: Hollaback.
Foto: Hollaback.

Un hombre puede ser feminista, pero yo desconfiaría de los que alardean mucho de su convicción, de los que pontifican sin parar, de los que están siempre los primeros en todas las cruzadas, de los que no dejan de hablar de todos esos privilegios que han logrado dejar atrás. Un hombre debe ser siempre feminista, pero seamos sinceros: hay tíos que usan el feminismo de guerrilla —de boquilla— para ligar.

Creo que anteayer descubrí a uno. Tren Barcelona-Madrid. Una del mediodía. Ejemplar de hembra humana de unos 30 años de antigüedad, relativamente agraciada en términos de cópula (desconocida su capacidad reproductiva), carácter indeterminado, absorta en el móvil, asiento 3B. En el 3A, ventana, ejemplar de varón humano, problema capilar disimulado con tres rastas moribundas, carácter perseverante por lo que se verá en el experimento.

El varón entabla conversación con la hembra aprovechando su posición en el tren. Una y diecisiete. La hembra demuestra una disposición positiva hacia la charla. El varón entra en frenesí. Luego de un rato de tiki taka intrascendente logra el primer centro al área: inquiere a su pareja de asiento sobre su situación sentimental o disponibilidad, y descubre que ella se encuentra soltera tras un divorcio.

La diatriba parece el guion de 'Sexo en Nueva York' pero termina con un desvío a la modernilla 'Girls'

Sin preámbulo, por sorpresa, arremete él contra la tendencia de los hombres a ser unos marranos. La diatriba parece el guion de 'Sexo en Nueva York' pero termina con un conveniente desvío a la más modernilla 'Girls':

—Es que yo soy muy feminista.

—Pues mi ex no es ningún marrano. La verdad.

Devuelve la mirada a la pantalla azul. Fuera de juego. Desesperado, él regatea consigo mismo. Pasa a hablar de sus amigos divorciados y en el mercado. Considera que lo peor de los hombres divorciados es que vuelven a la adolescencia, al marcaje. Describe una escena en la que ellos tratan de repartirse los cachos de una chavala en un bar como una jauría de perros.

—Los tíos somos lo peor, en serio, agarrados siempre a nuestros privilegios.

Dice que lo peor de los hombres divorciados es que vuelven a la adolescencia, al marcaje. "Los tíos somos lo peor, agarrados a nuestros privilegios"

Ella, hiriente, que a ver si le presenta a alguno de esos amigos divorciados. Risa cordial de él. De regreso al centro del campo pasa al tema de los viajes. Que si ella viaja con frecuencia, quiere saber, y ella, en una mezcla de desatención y educación, absorta en el móvil, que viaja menos de lo que le gustaría. Él estira la cola y muestra su florido plumaje: yo he vivido en ocho ciudades, entre ellas París. Ella, evasiva: ah, París.

Pero él se lanza a hablar de París. Los pequeños rincones a salvo del turismo. Lugares recónditos, cafés bohemios, un pequeño museo mucho menos famoso que el Louvre, "que es como el Vaticano" (se refiere al igualmente célebre Musée d'Orsay). Ella, desatenta, absorta en el móvil:

—Qué bonito debe ser eso.

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El ejemplar de varón diserta sobre la importancia de realizar desplazamientos geográficos y durante su monólogo repite la crítica al turismo de masas y encadena loas al espíritu aventurero, ella asiente y mira el móvil y por la ventana que hay detrás de él indistintamente. Cuando él empieza a soltar el rollo de que todos deberíamos viajar con una mochila y ligeros de equipaje, yo, desde mi asiento al otro lado del pasillo, percibo que la chica está hasta el coño de tanta brasa.

Ese hombre que llamaba marranos a todos los solteros, el aliadito que solo quiere ser tu amigo, se calla. Y no vuelve a hablar con ella en todo el viaje

Y entonces llega el triplete. Es la una y cincuenta minutos. Casi una hora de brasa. El chico ha vuelto a hablar de la importancia de la realización personal de las mujeres, de su postura como aliado, de los abusos del hombre, y entonces ella interrumpe. Desvía lo de la realización hacia las enfermedades y en tres frases le suelta que padece hepatitis C.

El de las tres rastas, el feminista de boquilla, el chapas, se queda parado un instante. Le dice que lo siente. Ella le dice que no pasa nada. El tipo responde que es toda una luchadora. Ella dice que no y devuelve la mirada al móvil.

Y entonces, ese hombre de la rasta mustia, ese que llamaba marranos a todos los solteros, el aliadito que solo quiere ser tu amigo, se calla. Y os lo juro: no vuelve a hablar con ella en todo el viaje. ¡Destapado un feminista para ligar!

Un hombre puede ser feminista, pero yo desconfiaría de los que alardean mucho de su convicción, de los que pontifican sin parar, de los que están siempre los primeros en todas las cruzadas, de los que no dejan de hablar de todos esos privilegios que han logrado dejar atrás. Un hombre debe ser siempre feminista, pero seamos sinceros: hay tíos que usan el feminismo de guerrilla —de boquilla— para ligar.

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