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Así no, Cataluña: este referéndum es mera propaganda
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Juan Soto Ivars

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Así no, Cataluña: este referéndum es mera propaganda

Si lo que se busca es cambiar la relación entre Cataluña y el Estado, ninguna decisión se puede tomar sin concurso de las dos partes

Foto: Puigdemont anuncia para el 1 de octubre un referéndum sobre la independencia. (EFE)
Puigdemont anuncia para el 1 de octubre un referéndum sobre la independencia. (EFE)

Puigdemont, 11 de junio de 2017: “En qué tipo de Estado estamos dispuestos a vivir... ¿Vamos a aceptar que se presenten querellas contra funcionarios solo por motivos políticos? Los trabajadores públicos se alzarán y dirán basta”. Ajá. Lluís Llach, 25 de abril de 2017: “El [funcionario] que no la cumpla será sancionado. Deberán pensárselo muy bien. No digo que sea fácil; al revés: muchos de ellos sufrirán”. Ajá. Esta es la gente que promete “todas las garantías” para su referéndum unilateral.

¿Qué departamento se hará cargo de celebrar el referéndum? ¿Presidencia? ¿Gobernación? ¿Educación? ¿Seguridad? No se ha anunciado y, según un amigo mío jurista, lo más seguro es que ni lo sepan en el Govern. Pero me queda una cosa clara: Puigdemont, investido 'president' por el Gobierno de España según publica el BOE el 12 de enero de 2016, ha decidido que las leyes que le permiten gobernar Cataluña ya no son válidas. Dicho de otra forma: que los funcionarios son carne de su propiedad. Ellos harán lo que se les diga.

El Gobierno catalán anuncia el referéndum para el 1 de octubre

He escrito muchos artículos aquí defendiendo la pertinencia de un referéndum pactado para Cataluña y me han llovido hostias de todos los colores. De unos, porque la unidad de España, la legalidad inmóvil y el espinoso tema de la igualdad de todos los españoles son límites infranqueables ante cualquier intento de la ciudadanía catalana de decidir su futuro. De otros, porque siempre he dejado claro que la independencia de Cataluña me parece un asunto menor (queridos catalanes: los estados independientes ya no existen) y que aun así votaría que no.

También hay muchos lectores que me dicen que les importa un pimiento todo este asunto. El tira y afloja que tan bien describe Guillem Martínez en su último libro, y que también está en L'Estaca, aburre a cualquiera que no sea nacionalista. Cansados y escépticos, los no nacionalistas llegamos a este momento, que unos pintarán como histórico y otros como patético: la Generalitat ha propuesto su referéndum para el 1 de octubre. La pregunta será “¿Quiere que Cataluña sea un Estado independiente en forma de república?” como podría ser “¿Quiere que Cataluña sea una provincia de Murcia?”, porque un referéndum unilateral no es democracia, sino protesta.

Es protesta porque los líderes independentistas saben perfectamente que su celebración solo conduce a inhabilitaciones

Es protesta porque los líderes independentistas saben perfectamente que su celebración solo conduce a inhabilitaciones y quizás a alguna pena de cárcel por sedición. Es protesta porque lo que se busca es echar unos cuantos maderos a la caldera del 'procés', que ya no parece capaz de ganar adeptos, sino que radicaliza a los que ya están convencidos.

¿Y por qué no es democracia? Porque si lo que se busca es cambiar la relación entre Cataluña y el Estado, ninguna decisión se puede tomar sin concurso de las dos partes. La metáfora del divorcio, tan relamida por los propagandistas de la Generalitat, no es aplicable a una realidad nacional que busca su encaje en España y en Europa.

Hablamos de una realidad política demasiado compleja como para andar con cuentos, pero los cuentos son la materia prima de la que se nutren todas las naciones. Una fábrica de cuentos es el 'procés', híbrido entre la reivindicación política y la historia de ficción, y otra es el nacionalismo español, que quiere hacernos creer que las aguas se calmarán reprimiendo un legítimo deseo de hacer una votación en condiciones.

Una fábrica de cuentos es el 'procés', híbrido entre la reivindicación política y la historia de ficción

Caretas, banderitas de colores, máscaras, maquillaje léxico. A este paso, el carnaval del 'procés' terminará siendo más famoso que el de Río de Janeiro y el de Águilas. Está claro que lo que buscan JxS, la CUP y las organizaciones independentistas es pintar al Estado como un ente represivo. El Estado, dominado por políticos incapaces de usar la mano izquierda, les dará material de sobra para que ellos sigan con el mural de la incompatibilidad. Y las ovejas seguirán balando bajo la luz de la luna. Y los burros rebuznarán. Y seguiremos donde estamos.

El problema de España es que nos cuesta horrores negociar con nuestros adversarios, y en este sentido los políticos independentistas podrían ser perfectamente naturales de Aranjuez. El diálogo es una vara de avellano que se usa para azotar la cabeza del contrincante. Hace años que hemos visto a las dos partes acusarse de no dialogar, y lo cierto es que las dos partes tienen la razón.

La unilateralidad nunca será una forma de solucionar un pacto que no acaba de gustar a nadie. Unos clamarán por la aplicación del artículo 155, otros por la independencia unilateral, y el resto de nosotros, de quienes vivimos en Cataluña y fuera de Cataluña, lanzaremos el único grito de protesta que sigue teniendo sentido en estos días: el bostezo.

Puigdemont, 11 de junio de 2017: “En qué tipo de Estado estamos dispuestos a vivir... ¿Vamos a aceptar que se presenten querellas contra funcionarios solo por motivos políticos? Los trabajadores públicos se alzarán y dirán basta”. Ajá. Lluís Llach, 25 de abril de 2017: “El [funcionario] que no la cumpla será sancionado. Deberán pensárselo muy bien. No digo que sea fácil; al revés: muchos de ellos sufrirán”. Ajá. Esta es la gente que promete “todas las garantías” para su referéndum unilateral.