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Juan José Cercadillo

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Sangrarte

El entendimiento del toreo solo tiene una palabra: sangrarte. Te tiene que sangrar física o espiritualmente. Te tiene que doler, quemar las carnes, amenazar con arrebatarte el alma

Foto: El diestro Gonzalo Caballero sufre una cogida de su primer toro. (EFE)
El diestro Gonzalo Caballero sufre una cogida de su primer toro. (EFE)

Plaza de toros de las Ventas

12 de mayo de 2016

7ª de feria. Casi tres cuartos de entrada en tarde que amenazaba lluvia y que ha descargado fuerte en el segundo toro y con algunas rachas de viento.

Seis toros de El Ventorrillo de 490 a 542 kilos. Toros serios y cuajados, astifinos, malos y descastados en general. El único bueno, el quinto, gran toro ovacionado en el arrastre.

Pedro Gutiérrez 'El capea', de nazareno y oro. Pitos, pitos tras dos avisos y bronca en el sexto, que mató sustituyendo al herido Gonzalo Caballero.

Morenito de Aranda, de azul pavo y oro. Aplausos y oreja.

Gonzalo Caballero, de teja y oro, cogido en la faena de muleta del tercero, permanece en el ruedo para matar a su toro. Gran ovación cuando abandona la plaza visiblemente herido en el muslo izquierdo.

Sufre herida por asta de toro en la cara interna del muslo izquierdo (de dos trayectorias de 15 y 20 cm), que produce grandes destrozos musculares, rodea el fémur y contusiona la vena femoral. Intervenido en la plaza y trasladado al Hospital San Francisco de Asís. Pronóstico grave.

Es difícil que te gusten los toros. Sobre todo si pretendes entenderlos. Te pueden gustar por tradición, por acción o por omisión: por tradición si te llevaron tus padres; por acción si alguna vez tuviste la oportunidad de estar cerca de ese soberbio animal alguna vez, y por omisión si no has vivido en España y de repente te topas con un espectáculo tan anacrónico como atrayente, tan espectacular como impactante, tan ajeno como reconocible.

Es muy complicado entender las motivaciones de un toro en su embestida, en su pertinaz persecución infinita de un enemigo lacio e inalcanzable que reta hasta la muerte su agresividad y sus dominios. Es prácticamente imposible entender el misterio de su bravura, de su dignidad más que humana y la sobrecogedora coherencia de su propia naturaleza, su existencia y sobre todo su muerte.

Es desconcertante intentar entender el alma de los toreros. Cada uno, con sus pliegues y sus condicionantes, conforma un entramado espiritual y de emociones absolutamente impenetrable para la comprensión de la mayoría de los mortales.

Por supuesto que todo se puede simplificar… y más en estos tiempos simples, y muchos encontrarán razones, explicaciones e incluso fórmulas que expliquen el toreo. Pero puestos a simplificar para los que tienen menos tiempo o más prejuicios, creo que el entendimiento del toreo solo tiene una palabra: sangrarte. El toreo te tiene que sangrar física o espiritualmente. Te tiene que doler, te tiene que quemar las carnes, te tiene que amenazar con arrebatarte el alma. Tienes que mirarte y verte la herida. La herida física de un toro o la herida emocional de un lance. Tienes que sentir la sangre o tienes que sentir el arte. No hay otras posibilidades si pretendes verdaderamente entenderlo.

Simplifiquemos pues: el toreo es sangre y arte. Y de esa mixtura se alimenta y de esa mezcla sobrevive. Y de esa amalgama hay muestras cientos de tardes al año. Y este jueves, una vez más, el milagro se ha repetido, el misterio se ha manifestado en toda su intensidad y variedad: la sangre de Gonzalo Caballero y el arte de Morenito de Aranda.

Y de ese binomio antagónico sangré yo este jueves en las Ventas. Sangré de ver la cantidad que le salía a Gonzalo del muslo tras la vil puñalada del de El Ventorrillo y sangré aún más al ver la calidad de la que le quedaba dentro. Sangre torera, de la más inexplicable, que le impulsó a zafarse de su cuadrilla casi con violencia cuando le llevaban en volandas a la enfermería y ser capaz de volver herido al toro, matarlo y marcharse andando a arreglarse tal destrozo pidiendo al público con los gestos de su mano hacia el tendido que vuelvan a verle en una próxima entrega. Y es literal porque Gonzalo venía este jueves a entregarse. Y si seguimos simplificando, podemos llegar a pensar que era lo más razonable, sabiendo que toreaba la segunda corrida de toros de su vida después de tomar la alternativa, precisamente en esta plaza, a principios de octubre de 2015. Escalofriante dato, sobrecogedora cogida, inexplicable entrega, porque esto no va de la falta de contratos...

Firmeza en los cites, consciencia en los embroques y convicción en los remates habían servido ya para valorar las sobradas cualidades de Gonzalo como torero, pero en su empeño de intentar explicarnos el misterio de su oficio, ofreció sus muslos al indeseable tercero hasta que se los partió certero de un derrote a sangre fría que calentó la suya y la de todos los que entiendan de verdad el toreo…

Sangró mi emoción en el quinto con la faena de Aranda. Su estética, sus formas, su fondo de buen torero compusieron una gran obra de arte ante un buen toro, el único bueno del encierro, y un público aún sensible a la otra cara del toreo. Emocionantes todos, en especial los ayudados por bajo, el toreo a dos manos y los pases del desprecio. Pausado y muy de verdad toda la tarde, conquistó con su sinceridad castellana al público de las Ventas, que correspondió con una merecida oreja. De haber matado de mejor estocada, el premio podía haber sido de puerta grande.

El capea es otra versión inexplicable del toreo. No consigue triunfar en esta plaza, y cada vez lo tendrá más difícil vistas las manifestaciones previas y posteriores del arisco público a sus faenas. Pero supongo que lo seguirá intentando, fiel a su afición y en deuda con sus progenitores. Y ese es un toreo que me cuesta más entenderlo…

Tarde que sangró en las Ventas. Tarde de sangre y de arte. Tarde que renueva tu fe. Tarde que obliga a que sangres.

Plaza de toros de las Ventas