Es noticia
Tauromagia
  1. Sociedad
  2. Feria de San Isidro
Juan José Cercadillo

Feria de San Isidro

Por

Tauromagia

David Mora, que reaparecía en Madrid tras dos años alejado de los ruedos por la tremenda cornada que sufrió en 2014, cuajó una grandiosa faena, premiada con dos orejas

Foto: El diestro David Mora sale por la puerta grande tras cortar dos orejas durante la decimonovena de la feria de San Isidro. (EFE)
El diestro David Mora sale por la puerta grande tras cortar dos orejas durante la decimonovena de la feria de San Isidro. (EFE)

Plaza de toros de Las Ventas

24 de mayo de 2016

19ª de Feria. Lleno en tarde calurosa y con mucho viento que molestó toda la tarde excepto en el segundo.

Seis toros de Alcurrucén, propiedad de los hermanos Lozano, de entre 510 y 588 kilos, cuatro de ellos cinqueños. Segunda corrida de las dos que ha lidiado este hierro en Madrid este año. Descastados en general, excepto el primero y el extraordinario y precioso segundo, premiado con la vuelta al ruedo, de nombre Malagueño. Serios, pero con hechuras un poco destartaladas como para garantizar la embestida. Y como descoordinados de patas, sobre todo el sexto, que pareció lesionarse en el primer capotazo.

Diego Urdiales, de obispo y oro. Silencio tras aviso y silencio.

David Mora, de verde manzana y oro. Dos orejas y ovación. Salió por la puerta grande.

Roca Rey, de corintio y oro. Ovación y ovación. Gran ovación al abandonar la plaza.

La tauromaquia es pura magia y en su sublimación, se convierte en milagro. La magia es el arte o ciencia oculta con que se pretende producir, valiéndose de ciertos actos, resultados contrarios a las leyes naturales. Es una gran definición del toreo en realidad: es contrario a la ley natural sujetar el instinto de supervivencia, mientras tratas de conservar el máximo decoro y elegancia, ante una fiera agresiva que ataca dotada de extraordinaria fuerza y certeras y astifinas armas. Antinatural también como lo es la infinita agresividad de un animal vegetariano que, en su condición de bravo, repite sus ataques hasta la misma muerte defendiendo un espacio que hace suyo no habiéndolo sido nunca, el de la plaza, y ante tantos enemigos como osen simplemente pisar eso que él ha considerado intocable: el ruedo. Tauromagia podríamos llamar a la tauromaquia, sin duda, para acercarnos un poco más a su profundo significado.

Pero esto no ha durado 2.000 años porque sea mágico. Esto ha durado y durará otros 2.000 porque de vez en cuando, cuando menos te lo esperas, la magia desaparece, como por arte… de ídem, y deja paso franco al milagro: ese hecho, ya no aparentemente contrario a ellas, sino completamente inexplicable desde las leyes naturales y el entendimiento, y atribuido a una intervención sobrenatural de origen necesariamente divino.

Este martes hemos presenciado un milagro, el Milagro de David Mora. Milagro con cientos de matices y manifestaciones: por ejemplo, la resurrección de David Mora en vivo y en directo en esta plaza, dos años después de la cornada a porta gayola que le dejó literalmente sin vida unos instantes, cuando las manos milagrosas del doctor García Padrós le salvaron de una muerte más que segura. Brindó este martes el madrileño a su salvador, entre una ovación casi homenaje del público, y con fehaciente intervención divina empezó Malagueño, precioso toro segundo que había defendido de maravilla su territorio en los dos primeros tercios, a embestir como si fuera el último apóstol de la bravura.

Y vimos también la crucifixión: el torero arrancando la faena de muleta acercándose al toro, muy cerrado en tablas, desde los medios, con intención de citarle con un pase por la espalda. Nadie lo veía posible, pero no renegó de su intento y el toro, ante la falta de espacios físicos, no tuvo más remedio que arrollarlo. Lo hizo con tal ímpetu que colgó del cielo a David para que alguien cercano a esas alturas lo acomodara en la caída mejor de lo que nos pareció a toda la plaza. Salió sin cornada aparente pero sin movilidad en las piernas y el susto de ese castigo definitivo dio lugar enseguida a la contemplación del milagro de su indemnidad. Y de la indemnidad en las intenciones del toro, que siguió con su apostolado hasta convertirse en auténtico mártir de la bravura, santificado para siempre con el premio póstumo de la vuelta al ruedo.

Otra manifestación cercana al milagro de las que más me alegro fue el hacer ver a algunos ciegos que sus simplezas sobre el pico o sobre el hueco, o sobre el recto -perdón- o el torcido, o el cruzarse o el estar lejos casi nada tienen que ver con el milagro del toreo. David no estuvo ni más cruzado que Roca Rey, ni más derecho, ni menos al hilo que muchos toreros abucheados inmisericordemente otras tardes. El milagro del toreo no es solo una postura, aunque lo sea, ni solo una geometría, aunque haga falta, ni solo una técnica, se tenga o se carezca de ella. El milagro del toreo es, por encima de cualquier otra consideración, el susodicho apóstol Malagueño embistiendo con bravura y el torero madrileño moviendo despaciosamente los instrumentos. El de Alcurrucén repitiendo con el morro por el suelo, fijo, noble, largo y serio, y ese Mora olvidándose del cuerpo, entregándose al encuentro y sintiéndose un auténtico resucitado que, vuelto de la misma muerte, disfruta pleno de una vida que, sintiéndola regalada, no le pareciera importante volver a entregarla sin más, ni menos.

Subsanado el error del primer muletazo, más inmolación que riesgo, inició la faena según los cánones y con los oles ya a esas alturas del milagro dejando sordos a ciegos y mudos a feligreses, tales eran los decibelios. Faena de cuatro tandas y remates sobrios y breves que… milagro si breve, dos veces milagro. Estoconazo en la cruz, el toro muerto al instante y honrado semejante éxtasis con merecida vuelta al ruedo para el toro y merecidísima puerta grande al torero.

Por suerte o por desgracia, volvimos a la magia en el siguiente toro, y aunque a muchos nos pareciera también un verdadero milagro que Roca Rey saliera solo con el chaleco roto de un sequísimo derrote del tercer toro cuando le entró a matar, no se dio la conjunción que permitiera la unanimidad del aforo, imprescindible en la consideración de la elevación del evento.

Ojo con este Roca Rey. Diecinueve años. Se ha jugado literalmente la vida, ha toreado con temple, con técnica, con gusto, con cabeza… solo le ha faltado toro. Pero algunos que parecen querer castigarle por su milagrosa salida a hombros del viernes 13 de mayo, le han pitado hasta el brindis a su paisano y Nobel, con mayúscula, Vargas Llosa. Un torero de puerta grande este San Isidro pitado, vapuleado en los cites y vilipendiado en los remates. Una gran injusticia que ha acabado tapando el sentido común de la mayoría que ha ovacionado fortísimo al torero al final de sus dos faenas y al abandonar la plaza. Un torero a seguir como a un apóstol que hubiera bebido de las primigenias fuentes de la tauromagia…

Diego Urdiales, sin suerte. Ni un verdadero milagro habría hecho embestir al descomunal y antinatural cuarto. Bastante hizo con no alargarle la vida ni la faena de seguir siendo insultado, el toro me refiero, acabando con él de una sensacional estocada.

La magia es bella, sorprendente, emocionante si te toca cerca, pero contemplar milagros, disfrutar de no ser capaz de entenderlos y peregrinar para disfrutarlos sellan una afición que con tardes como esta puede durar 2.000 años… si nadie reniega de ella…

Plaza de toros de Las Ventas