Es noticia
Tres meses sin Twitter, tres meses sin cabreos, tres meses de felicidad
  1. Tecnología
  2. Cartas al Profesor Farnsworth
Sergio Ferrer

Cartas al Profesor Farnsworth

Por

Tres meses sin Twitter, tres meses sin cabreos, tres meses de felicidad

#Noenlacesmierdas

Foto:

Si usted pregunta a su pareja, compañero de trabajo o vecino si le gusta la tortilla con cebolla, recibirá un abanico de respuestas desde "me encanta" a "la prefiero sin". Si pregunta en Twitter, iniciará una guerra absurda pero a la vez muy seria con dos bandos bien diferenciados: los 'concebollistas' y los 'sincebollistas'. Mientras en la vida real la gente comparte un pincho en una terraza al sol, en internet esas mismas personas se insultan desde casa por culpa de la ausencia o presencia de un simple bulbo.

El 1 de julio empecé mis vacaciones de verano como manda la tradición: borrando Twitter del móvil. Cuando las finalicé tres semanas después, seguía sin ganas de escribir allí, por lo que decidí alargar mi regreso una semana más. Al final tampoco volví en agosto, mes insufrible como pocos en este mundo azul. Y aquí sigo, a pocos días de cumplir tres meses sin mandar un solo tuit. Y qué bien se vive.

Esto no es una obra de Shakespeare con actores: si eres gilipollas en Twitter, lo eres en la vida real

Llegué a Twitter en marzo de 2010 y me he mantenido muy activo desde entonces con casi 50.000 mensajes. Estuve allí cuando Bisbal se sorprendió por ver las pirámides de Egipto tan poco transitadas, cuando Paula Vázquez compartió por error su número de teléfono con millones de internautas, cuando el "puto venado" de Pérez Reverte y cuando el 'Ecce Homo' adquirió justa fama mundial. También cuando cada viernes recomendábamos a otros usuarios interesantes bajo la etiqueta #FF, una filosofía constructiva que parece haber sido superada por los linchamientos públicos que, ojo, siempre existieron.

A comienzos de año fijé como tuit principal una excelente viñeta de JR Mora, motivado por mi desencanto con la red social. Nos encanta quejarnos, y cuando encontramos una 'mierda' en internet —reto que requiere poco más de medio picosegundo—, no nos basta con ignorarla o señalarla con discreción. Disfrutamos convirtiendo esa hez en noticia para, con suerte, poder mantener el enfado un par de días más. La iniciativa #noenlacesmierdas que encabezaba el mensaje pretende acabar con esa costumbre, propósito que comencé este año y que he cumplido bastante bien hasta mi desconexión.

Una regla no escrita de las series de televisión es que, si duran lo suficiente, sus personajes terminan por convertirse en una autoparodia de lo que fueron al principio (hola, Homer). En Twitter nos hemos transformado en eso: 'trols', indignados, paladines de la moral, intensos, listillos, payasos... Elija su papel en esta farsa. Y hágalo bien, porque en internet no existen los personajes. No sirve eso de acosar a una mujer y luego decir —o peor, pensar— "no soy yo, es mi personaje". Esto no es una obra de Shakespeare: si eres gilipollas en Twitter, lo eres en la vida real.

La iniciativa #noenlacesmierdas pretende acabar con esa costumbre tan tuitera de regodearnos en la caca 'online' hasta la extenuación

Twitter también es un pozo de desinformación —no, esa foto no es de Siria— en el que estos personajes gritan a los cuatro vientos "mirad qué robusto y regio es mi pene; admirad cómo se yergue enhiesto" —el 'copyright' de la frase pertenece a Guillermo del Palacio, patente en trámite— en una lucha de egos donde creemos que todo el mundo está a la espera de escuchar nuestra interesante y muy formada opinión sobre las elecciones armenias. Urge ilegalizar la frase "verdades como puños".

Twitter is not Spain

No echo de menos la ira, los egos y la desinformación, pero quizá lo peor de Twitter sea ese sueño de que nuestros 800 contactos representan una media equilibrada de la población española. Por mucho que nos recordemos que, si España fuera Twitter, Podemos gobernaría con mayoría absoluta, no deja de sorprendernos cuando fuera de la red social la gente vive ajena a esas tonterías que tanto nos cabrean. Durante la redacción de este artículo, una persona ajena al mundo del periodismo me dijo sorprendida: "¿Pero la gente todavía usa Twitter?". Bienvenidos al mundo real.

Mi abandono de la red social sólo ha sido parcial, pues sigo hablando con algunas de las personas que he conocido allí —lo mejor de la experiencia— a través de mensajes privados, mi nueva aldea de irreductibles galos. Mi marcha no es un experimento forzado para escribir estas líneas, en todo caso estas líneas son un intento forzado de aclarar mis motivos que, no tengo ninguna duda, no importan a nadie.

Tras casi noventa días sin Twitter, me siento como un exfumador que empieza a comer sano y a hacer ejercicio: quiero que los que me rodean prueben mi experiencia, y no me importa ser algo plasta para conseguirlo. Por eso les invito a pasar unos días sin tuitear, tantos como les apetezca o se vean capaces —dos, doce, cuarenta—. A su regreso, únanse a #noenlacesmierdas para fomentar una red social sin ira ni desinformación. Yo estaré mirando mientras me como una tortilla, no les digo si con cebolla o sin ella, y puede que más pronto que tarde nos veamos por allí.

Si usted pregunta a su pareja, compañero de trabajo o vecino si le gusta la tortilla con cebolla, recibirá un abanico de respuestas desde "me encanta" a "la prefiero sin". Si pregunta en Twitter, iniciará una guerra absurda pero a la vez muy seria con dos bandos bien diferenciados: los 'concebollistas' y los 'sincebollistas'. Mientras en la vida real la gente comparte un pincho en una terraza al sol, en internet esas mismas personas se insultan desde casa por culpa de la ausencia o presencia de un simple bulbo.