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¿Cuántos periodistas nos creímos las mentiras de Gowex?
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Carlos Otto

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¿Cuántos periodistas nos creímos las mentiras de Gowex?

Desde que Gowex cayó de manera estrepitosa, el disparadero público ha empezado a funcionar buscando a culpables y responsables del descalabro

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Desde que Gowex cayese de manera estrepitosa, el mecanismo del disparadero público comenzó a funcionar buscando a los culpables y responsables de tal descalabro. Y es que casi nadie comprende que una empresa cotizada pudiese llevar a cabo una operación tan escandalosamente fraudulenta sin que nadie se diese cuenta: ni el MAB, ni la CNMV, ni las auditoras, ni los analistas ni, por supuesto, los periodistas.

En realidad, lo de buscar culpables es algo que cualquier corriente psicológica puede explicar con facilidad. Del mismo modo que cuando vemos una película queremos saber cuanto antes quiénes son los buenos y quiénes los malos, cuando sucede un hecho polémico, todos los ciudadanos sentimos la imperiosa necesidad de dirigir nuestro dedo acusador hacia alguien. Sin matices, sin grises, sin claroscuros. Ante la complicación que entraña saber que nada es fácil ni rápido de analizar, preferimos encontrar unas cabezas de turco lo más pronto posible.

¿Qué parte de culpa tenemos los periodistas?

Por lo que a mí respecta, me toca analizar el papel que en este fraude hemos desarrollado (voluntaria o involuntariamente) los periodistas que nos dedicamos a la llamada tecnoeconomía. Y ante un fraude como el de Gowex, cabe preguntarse: ¿cuántos periodistas nos tragamos las mentiras de Jenaro García?

La respuesta es fácil: todos, casi sin excepción. Creo que yo nunca he escrito sobre Gowex, con lo que nunca la he seguido muy de cerca, pero, aún así, tenemos que decirlo de manera clara y absoluta: a casi todos los periodistas nos la colaron, y esa mancha ya no nos la podemos quitar de encima. Y si no había sido suficiente con que nos la colaran una vez, ayer nos la colaron otra vez.

Ante esta sucesión de errores, cabe hacer una reflexión más pausada sobre el papel que cumplimos los periodistas en este tipo de asuntos. Este domingo, Ricardo Galli hacía una acertadísima crítica sobre nuestro trabajo: “Parte de la culpa es del propio periodismo tech, que habitualmente hace publirreportajes en vez de análisis críticos”.

Y no puedo estar más de acuerdo: con demasiada frecuencia (más de la que me gustaría reconocer), los periodistas tecnoeconómicos hacemos una labor más de relaciones públicas que de periodismo puro y duro. Al fin y al cabo, la tecnología de consumo hace que a menudo perdamos el hilo del rigor, nos dejemos llevar por las ganas de dar buenas noticias o nos contagiemos del eufórico entusiasmo del usuario medio.

Solo así se puede explicar que muchas veces hagamos casi de gabinete de prensa de las empresas, haciendo cosas como dedicar grandes crónicas a sucesos tan insustanciales como que Apple abra una tienda física en Madrid, que una empresa española se vaya a Silicon Valley (aunque ignoremos si se volverá a las dos semanas por haberse arruinado) o que en las oficinas de Google haya una piscina de bolas y un tobogán para los empleados.

¿Hemos pecado de falta de rigor?

Sin embargo, y sin ánimo de eximirme de ningún tipo de culpa, sería justo intentar explicar (que no justificar) este tipo de comportamientos. Desde que en España se instaurase la crisis y empezase a hacerse hueco el famoso discurso del emprendimiento (tan necesario como imprudente y odioso), es probable que los periodistas nos hayamos contagiado de esa necesidad de entusiasmo que difundimos cuando nos hacemos eco de que dos chavales jóvenes en paro hayan decidido montar una empresa, un hecho que, más allá de la inyección emocional, no constituye ningún tipo de noticia en sí mismo. Y claro, una vez que los periodistas cometemos ese error, los demás se suman a él.

En Twitter o en conversaciones privadas es frecuente ver a muchos emprendedores españoles criticando el papel de los medios, pero justo a la inversa de lo que decíamos antes. Algunos emprendedores critican con frecuencia que los medios “saquen antes a Google que a una empresa española”, o que “valoren antes a una empresa de fuera que a una de aquí”.

Otros critican nuestro criterio a la hora de decidir qué es noticia y qué no, porque consideran que si su empresa ha renovado la web, ha levantado financiación o ha lanzado alguna novedad dentro de sus servicios, los medios debemos hacernos eco. Y nos les culpo por ello, ojo, ya que es totalmente lógico que consideren noticiables sus novedades, pero caen en el error de pensar que una noticia que para ellos es relevante lo será también para los lectores de un periódico.

El papel de los periodistas 'tecnoeconómicos'

A menudo los emprendedores nos acusan de tirar de notas de prensa más cercanas a la publicidad que al periodismo, y tienen toda la razón del mundo, pero sería injusto criticar esa práctica solo en una dirección. Todos los periodistas que hablamos de startups y nuevas empresas recibimos a diario muchas (pero muchas, ¿eh?) notas de prensa en las que nuestro remitente asegura haber desarrollado “un novedoso sistema de venta”, “un revolucionario software” o “un modelo que cambiará por completo las reglas del [ponga aquí su sector]”.

Algunos, incluso, hablan de su empresa en tercera persona para decir que “mucha gente ya la considera el Spotify de [ponga aquí su sector]”, cuando en realidad esa “mucha gente” son ellos, su familia y sus inversores. Y claro, cuando editamos la noticia eliminando lo de “novedoso”, lo de “revolucionario” o lo de “el Spotify del [ponga aquí su sector]”, se enfadan con nosotros. No nos lo dicen, porque creen que es necesario mantener una buena relación con nosotros, pero se enfadan, y mucho.

En realidad esto no nos sirve de excusa, ya que un periodista tiene que hacer lo que considera justo sin tener en cuenta si va a ser criticado por ello, pero conviene no olvidar que, cuando decidimos que -por ejemplo- una ronda de financiación es una noticia relevante para una empresa pero no para nuestros lectores, a menudo se nos critica que no ayudemos a “contar noticias que interesan a todos porque ayudan a levantar el país”.

¿A quién había que creer, a Gotham City o a Gowex?

En el caso de Gowex, ayer mucha gente criticaba que algunos medios hubiesen puesto en duda el informe de Gotham City y no las cuentas de la propia Gowex; la semana pasada, sin embargo, muchos acusaban a los medios de pegarle un tremendo palo a una empresa española fiándose del informe de una consultora fantasma que nadie conoce. Y en realidad, todos tienen razón.

Porque, ¿qué sabemos de Gotham City? Más allá de que es el nombre mejor escogido de la historia, en realidad no sabemos casi nada. Se trata de una consultora fantasma que publica un informe de manera anónima, sin poner nombres, y con el clarísimo objetivo de especular en contra de Gowex para sacar tajada económica de ello, tal y como ellos mismos reconocieron este lunes. Además, ni siquiera se trata de un informe con el rigor y la calidad que se le debería presuponer; más bien es una colección de rumores y cotilleos que, mira tú por dónde, han resultado ser totalmente ciertos.

Entonces, ¿pecamos los medios de darle carta de rigor a semejante papel? En absoluto, no nos confundamos: para los medios, la noticia no fue que una consultora fantasma le echase los perros a una empresa española; la noticia era que una empresa española se estaba despeñando en el MAB a causa de un informe que le echaba los perros.

Los medios no podemos esquivar nuestros tremendos fallos en este asunto, pero sería injusto pensar que tenemos el mismo grado de responsabilidad que el MAB (un mercado cuyo funcionamiento ha sido muchas veces criticado), la CNMV (cuyo papel hemos puesto más de una vez en entredicho) o las numerosas instituciones que han enterrado en Gowex 14,1 millones de euros de dinero público que, seguramente, no volverán, por citar solo tres ejemplos.

Exigir a los medios que sean más analíticos y rigurosos con la información que pasa por sus manos no solo es recomendable, sino incluso necesario. Sin embargo, pretender que los periodistas seamos fiscales anticorrupción de todo lo que pasa por nuestro correo electrónico no solo es exagerado, sino también absurdo.

En cualquier caso, como digo, no seré yo el que eche balones fuera: en este asunto, los periodistas la hemos cagado a base de bien. Nos las hemos comido dobladas, y eso no puede ser. En lo que a mí respecta, a partir de ahora prometo estar (mucho) más vigilante. Sin hacer caza de brujas, pero no dando nada por sentado.

Desde que Gowex cayese de manera estrepitosa, el mecanismo del disparadero público comenzó a funcionar buscando a los culpables y responsables de tal descalabro. Y es que casi nadie comprende que una empresa cotizada pudiese llevar a cabo una operación tan escandalosamente fraudulenta sin que nadie se diese cuenta: ni el MAB, ni la CNMV, ni las auditoras, ni los analistas ni, por supuesto, los periodistas.

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