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Suenan las campanas por el libro de texto
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Antonio Ortiz

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Suenan las campanas por el libro de texto

La nostalgia en torno a los libros de texto de nuestra infancia nos recuerda que somos producto de otra época; hoy se enfrentan irremediablemente al cambio

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La nostalgia que uno siente cuando se reencuentra –ya sea en un trastero o en una tienda de segunda mano– con un libro de texto de aquellos que fueron especiales durante la infancia sirve para recordar que uno está anclado a una época y a una forma de entender la educación y la cultura. Forma que está ligada de forma ineludible al objeto-símbolo por excelencia, el libro, tótem que participa de todos los epítetos positivos que se reparten de forma unánime en nuestros tiempos.

En mi caso me sucedió, hace años, con los legendarios Senda de Santillana, los libros con los que aprendí lo más importante que me han enseñado nunca: a leer. Una nostalgia ambivalente –de aquellos tiempos, de quien fuimos y ya no somos– que forma parte del debate alrededor de la entrada de la tecnología en uno de los ámbitos en los que somos más conservadores y refractarios a los cambios: la educación.

Porque el libro de texto está en el disparadero. Quizás no por las razones por las que los padres quisieran que lo esté (según un estudio reciente de Ypsos para Samsung los mayores beneficios que se esperan de la digitalización son la reducción del peso a cargar y el descenso de coste de los materiales), pero sí porque hay una corriente que a muchos nos sonará familiar: es la misma que llegóal mundo de la música, a los viajes, al comercio, a las comunicaciones. Cuando un sector integra tecnología digital e internet suele salir transformado: cambian los intermediarios, los márgenes, los procesos y hasta producto y productores.

Cuando la tecnología lo permite empiezan a surgir iniciativas que cuestionan el muy cuestionable modelo del libro de texto. ¿Y si los profesores comparten sus unidades didácticas en plataformas con las que cada uno pueda formar su propio material con lo mejor que encuentre? ¿Y si transformamos esas unidades en vídeos que los alumnos ven en casa y en clase se trabaja en ejercicios? ¿Ysi con la tecnología podemos ofrecer a cada alumno un material personalizado?

Algunos peros, muchas ventajas

Hay muchos más “y si…” en este tema, pero también hay una respuesta conservadora para cada uno. La tecnología –los cacharros, internet– pueden resultar una fuente de distracción, puede ser que leer en papel después de todo se grabe mejor en nuestra memoria que la lectura en pantalla, puede que estemos desvistiendo un santo para vestir otro (editoriales por empresas de tecnología) que no sabemos si será peor.

Aun así es difícil soslayar algunos beneficios intrínsecos que ofrecería el superar el modelo tradicional de libro de texto. El profesor podría tener fuentes mucho más diversas entre las que escoger el material y no verse tan limitado,el aula se abre de repente al mundo para dejar de estar replegada sobre sí misma, el alumno encuentra que entrar al colegio o instituto no supone volver al siglo pasado sino que hay una continuidad entre su realidad cotidiana en casa y la calle y la de clase. Ysí, podríamos ahorrar dinero en un modelo poco ineficiente de distribución de contenidos.

Este momento no pasa desapercibido para las editoriales. Algunas, las menos hábiles en mi opinión, están en el proceso de digitalización: hacer lo mismo pero pasado a un soporte tecnológico. ¡Hasta piensan que el libro se venda por licencia y cada año cada alumno vuelva a pagar por lo mismo como se paga por un nuevo libro de matemáticas de primero de primaria, como si hubiese habido terribles innovaciones en la metodología para sumar! Hay otros que se están reenfocando y buscando otras vías, algo que incluso en este ultra conservador sector de la educación creo que es lo que tiene sentido:el futuro pertenece a los que encuentran el modelo adecuado para el nuevo entorno, los Spotify, Atrápalo, Amazon y Whastapp.

En todo caso, no esperaría un entierro pronto. La educación se mueve con pies de plomo y todo esto de la transformación digital irá despacio mientras siga siendo cosa de un grupo –cada vez mayor eso sí– de profesores emprendedores (si me perdonan que los llame así) y de unas cuantas iniciativas más o menos estructuradas.

Mientras tanto yo seguiré mirando con cariño los libros de mis hijos. Sigo estando anclado en el siglo pasado aunque, eso sí, en casa me aseguraré de que también juegan a aprender en digital.

NOTA: Reproducimos, por el interés del lector, el debate que ha generado en las redes sociales este artículo. También pueden encontrarlo en el blog de su autor.

La nostalgia que uno siente cuando se reencuentra –ya sea en un trastero o en una tienda de segunda mano– con un libro de texto de aquellos que fueron especiales durante la infancia sirve para recordar que uno está anclado a una época y a una forma de entender la educación y la cultura. Forma que está ligada de forma ineludible al objeto-símbolo por excelencia, el libro, tótem que participa de todos los epítetos positivos que se reparten de forma unánime en nuestros tiempos.

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