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Los piratas teníamos razón
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Antonio Ortiz

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Los piratas teníamos razón

Las descargas no son sino la conjunción de una demanda insatisfecha con el conocimiento de que el entramado de intermediarios no tiene razón de existir

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Creo recordar que era los viernes cuando en el instituto tocaba debatir, analizar, recordar y glorificar el último episodio de Twin Peaks. Era 1990, Telecinco ofrecía la serie y nosotros, apurando la preadolescencia (yo tenía 14 años, en los noventa la adolescencia tocaba más tarde), celebrábamos la permisividad con la que los padres que habían crecido en el franquismo afrontaban las dispersas tramas perversas, fatales, sexuales y oníricas del universo Lynch.

Lo que ha cambiado desde entonces no es sólo el buen gusto de Telecinco a la hora de seleccionar su programación, la edad a la que los chavales se espabilan en esta generación o el prestigio social de controlar lo que pueden ver los chavales por parte de sus padres. La serie como formato narrativo es más cine que el cine -cuánto tiempo hace que una película no nos da un personaje de la categoría de Tony Soprano o un malo tan fascinante como Omar Little, qué obra para gran pantalla crea una relación con sus fans equiparable a la que goza Juego de Tronos...-, pero sobre todo hemos asistido a una subversión del modelo de distribución y consumo facilitado por una revolución tecnológica que apenas logramos ponderar en su justa medida cuando hacemos estas comparaciones a 25 años.

Nuevos hábitos

Mi resumen del cambio es que los mal llamados piratasteníamos razón. Si la tecnología permite una distribución de bajo coste, instantánea y global, si gracias también a la red la expectación respecto a una obra es asimismo simultánea en todo el mundo, eso de esperar a que pasen meses, alguien la doble y, como casi siempre, maltrate una serie es algo con lo que la gente no está dispuesta a tragar.

Queremos la serie a la vez que se emite en su lugar de origen, la queremos con subtítulos para poder escuchar a los actores originales y, por supuesto, no estamos atados a la pantalla del salón de casa. Todo esto se puede resumir en la experiencia que consiguieron articular las redes P2P primero y las páginas de descarga después, un fenómeno que la industria se ha pasado años atacando y que, apenas sólo los últimos años, está asumiendo como parte del modelo que su cliente quiere.

Y es que, a pesar del intento de llevar el fenómeno a una discusión moral, lo de las descargas no es sino la conjunción de una demanda insatisfecha con el conocimiento de que el entramado de intermediarios y ventanas de explotación ha perdido parte de su razón de ser en los tiempos de internet y la banda ancha.

La buena noticia es que parte de la industria ha hecho algo más que insultar y atacar a sus mejores clientes, si ahora uno quiere ver Fargo -algo que, por cierto, recomiendo mucho más que estar leyendo esta columna-,puede elegir entre el esfuerzo de buscarse la vida entre páginas de dudosa reputación o utilizar una plataforma que te lo da fácil, en streaming, para cualquier pantalla y con muy poco tiempo de diferencia respecto a su estreno. Y de pago, claro.

Este último aspecto es uno de los que queda por dilucidar: cuánto estamos dispuestos a pagar no ya por el contenido, sino por el servicio y la experiencia. Desde luego no va a ser tanto como se pretendía en un principiopero, a la vez, creo que toca desmentir a los que de forma pertinaz se refieren a la gente que descarga como a “los del todo gratis”.

Lo que uno observa ahora en los comentarios de los blogs, en Twitter y hasta en la charla con el café en la oficina es un creciente orgullo de pagar. De pagar para que quienes han creado una obra que amamos sean recompensados, orgullo y satisfacción -que diría el otro-,porque nuestras exigencias se están viendo satisfechas.

Dicen que van a volver a hacer Twin Peaks. No lo veo claro. Esa serie era tan de los 90, acumulaba todo el caos y la genialidad de Lynch y la guardamos en ese imaginario de la juventud que me temo lo peor: que sea diferente, pero mejor, y que el Twin Peaks que perdure y quede en el tiempo ya no sea el mío. Lo que sí es seguro es que ninguno esperaremos a que lo quiera emitir el Telecinco de turno para comentarlo al día siguiente en el cole.

Creo recordar que era los viernes cuando en el instituto tocaba debatir, analizar, recordar y glorificar el último episodio de Twin Peaks. Era 1990, Telecinco ofrecía la serie y nosotros, apurando la preadolescencia (yo tenía 14 años, en los noventa la adolescencia tocaba más tarde), celebrábamos la permisividad con la que los padres que habían crecido en el franquismo afrontaban las dispersas tramas perversas, fatales, sexuales y oníricas del universo Lynch.

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