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Cómo convertirse en un deportista profesional comprando en internet
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Alfredo Pascual

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Cómo convertirse en un deportista profesional comprando en internet

¿Crees que la red es más rápida que el Decahtlon?

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Un buen día te miras al espejo y descubres que tu cuerpo se ha venido abajo. El músculo de antaño ha dado paso a una serie de protuberancias adiposas que, sin saber muy bien cómo, han hecho de tu torso una pera. Y decides -una vez más- hacer deporte. Miras a la bici a través del cristal de la terraza; sigue ahí, al raso, como los últimos siete meses. Cuando vas a echarle mano te saltan a la memoria las cuestas interminables, los calambres y ese día que después de 50 kilómetros estuviste a punto de firmar testamento.

De modo que te sientas en internet y le pides a Google que dé las claves de tu misera. Al poco comprendes: has estado entrenando mal. La cienca ha avanzado una barbaridad desde que eras joven y ahora todo se hace al calor de los datos. En un foro de cicloturistas, un tipo llamado Greg LeMond82 te recomienda que te compres un pulsómetro. Al parecer existen unas franjas de intensidad que delimitan si quemas grasas, glucógeno o minutos de vida. Adelgazamiento exprés. Ajá.

Necesitas un pulsómetro. Antes de que te des cuenta estás en Amazon con la tarjeta de crédito en la mano. Sientes los nervios típicos del que ha encontrado un truco que le va a cambiar la vida. Te vas a quitar quince años, como Peter Jackson. Te imaginas subiendo el Tourmalet gracias a la tecnología; no, más bien te imaginas la foto que te harás en la cumbre. La subirás a Facebook y tus ex novias te llamarán para ver qué tal estás. Incluso Laura, que ha tenido trece hijos y vive en Gran Canaria, se presentará en tu casa con dos botellas de cava y una sonrisa picarona.

Buscas y fichas un modelo, el CorazónFeliz Lite™, que sale por poco más de 150 euros. Te emocionas: es un gasto nimio para un resultado que prevés milagroso. Pero cuando vas a pagar escuchas una voz en tu interior:

— Ya estás haciendo el idiota otra vez. ¿Necesitas gastarte ese dinero para que te digan que estás fuera de forma? Yo te lo digo gratis: estás gordo, viejo y lo más cerca que vas a estar de un puerto de montaña es la tele.

De modo que te sientas en internet y le pides a Google que dé las claves de tu misera. Al poco comprendes: has estado entrenando mal

Conoces perfectamente la voz: es una reimaginación de lo que te dirían tu madre y tu mujer sumado a lo que te diría ese gestor de finanzas personales que nunca contrataste. En ocasiones te ha salvado la vida, pero ahora no tiene razón de ser: ¿qué sabe mi voz interior de las nuevas tecnologías aplicadas al deporte? Nada. Cuando estás a punto de finalizar el pago, Amazon te lanza otra advertencia: "Los clientes que compraron el CorazónFeliz Lite™ también se hicieron con el sensor PedalesLocos™".

Frenas en seco. Al fin y al cabo no quieres quedar fuera de la estadística de tu nueva comunidad. Miras el dichoso sensor y descubres que cuesta 50 euros. Ya son 185.

Doscientos euros a la basura. Ya verás qué risa como se te rompa el coche este verano.

Qué demonios, el coche está perfecto, vamos allá. En el último segundo asoma un comentario de Amazon; un tal Evaristo le pone una estrella al producto y lamenta no haber comprado el CorazónFeliz Plus™, que no sólo viene con el sensor PedalesLocos™, sino que trae un software de entrenamiento basado en los ejercicios de los SWAT americanos. Te ves de nuevo coronando el Tourmalet, pero esta vez los últimos kilómetros los subes haciendo el pino. Y por sólo 240 euros.

Mira, haciendo el indio sí que te veo.

placeholder Tú dentro de dos semanas

A estas alturas ya has aprendido que las webs especializadas venden su alma al diablo y sólo te fias de los foros. Es más, vuelves a por Greg Lemond82 para que le dé su visto bueno al Plus. "Yo empecé con el Plus y está muy bien, pero no resiste al agua, así que me pasé a los Pulsanator™, que son los que utilizan los profesionales", te escribe por privado. Acabáramos, ¿un pulsómetro que no podré utilizar cuando llueva? Eso es intolerable.

El día que te vea montando en bici bajo la lluvia me hago monje benedictino.

El anterior tú nunca habría hecho eso, pero el nuevo, el que saca ventajas de la técnica, el que monitoriza científicamente su cuerpo, no teme a unas gotas de agua. Lo que necesitas es un Pulsanator™ para que no te pase como al pobre Greg, que tuvo que gastarse el dinero dos veces. A estas alturas es cuando reparas en que el Pulsanator™ más económico sale por 500 euros. "Incluso lo llevan los corredores del Tour, es un buen precio para un producto que utilizan los mejores del mundo", confirmas mentalmente.

Bobo, cualquiera sabe que las marcas pagan por ese tipo de publicidad.

Que se necesite un título de data scientist para entender la información del aparatejo es algo que ya no va a deternerte. Visitas de nuevo los foros orgulloso, consciente de que, de una vez por todas, tu elección tiene sentido entre los parroquianos. Pero no es así: "El Pulsanator™ barato es una mierda. A mí me ha dejado tirado veinte veces. Es un producto de gama baja que venden para flipaos del Tour. Además no tiene GPS, que es esencial", escribe un listo.

¿Necesitas GPS? ¡Tu móvil ya tiene GPS! ¡Y el navegador del coche!

El coche.

Resulta que el GPS es necesario para hacer rutas, que a su vez es crucial para programar un entrenamiento personalizado, que a su vez es clave para que dejes de ser un lamentable fofisano. Así que miras el siguiente modelo, el Pulsanator Pro™, que ya sale por 699 euros. 700 euros. Notas un pequeño temblor en las rodillas.

El Tourmalet cuesta sólo 700 euros, así se ve todo mejor. Con miedo lo chequeas en los foros, rezando para que sea la última vez, mientras planeas las explicaciones a tu mujer.

placeholder En esta foto sólo faltas tú

Y profieres un ridículo gritito de satisfacción al ver que la mayoría de comentarios son positivos. Pero ya eres un viejo zorro de los foros y sabes que en algún sitio, allá en lo más profundo, a alguien le repugna el Pulsanator Pro™. Lo buscas hasta que lo encuentras, aunque sólo sea para confirmar que es un gilipollas. Pero resulta que no lo es: "El Pulsanator Pro™ es una maravilla, pero por poco más te puedes hacer con el Pulsanator Extreme™, que tiene una tecnología nueva que registra los latidos mejor que un electro".

El puto Pulsanator Extreme™ cuesta 1.200 euros. Y qué más da, ya vas a por todas. Calculas de dónde puedes recortar y...

— Santo dios, si cuesta más que tu bici.

Pasas la semana que tarda en llegar el pulsómetro empollando manuales y diversa documentación sobre el trabajo con zonas cardíacas. Sobre tu mesa has elaborado un gráfico especialmente ingenioso que compara la mejora de tu estado de forma con las pendientes del Tourmalet. Incluso te inscribes en el foro, bajo el alias de EternoPerico, y pasas las tardes convenciendo a novatos para que renueven sus pulsómetros. "Al final lo barato sale caro", llegas a escribir.

Al final lo barato sale caro, pero lo caro sale caro desde el principio

Y por fin llega a casa. Inmediatamente te lo pones y sales a probarlo. Los primeros minutos van bien: sonríes como un bobo al ver que reacciona a los pequeños esfuerzos. 90, 100, 110 pulsaciones en llano, esto es maravilloso. Llega la cuesta y te levantas sobre la bici, pletórico, sin dejar de mirar las pulsaciones. 140, 150, 160, 170. Bajas un poco el ritmo, pero no consigues estabilizar las pulsaciones. 180, 190. Asumes que estás hecho una mierda y sigues, ya sin mirar la frecuencia cardiaca. En el repecho más escarpado, al tiempo que echas el bofe, el relojito empieza a pitar como un poseso. Miras de reojo: 203 pulsaciones. Pánico. Te lo arrancas del pecho, paras y te tumbas en el césped a la sombra tratando de asimilar el golpe: te has metido en zona de riesgo en apenas 350 metros.

Las palabras "colapso cardiaco" todavía te retumban en la cabeza cuando recibes un WhatsApp. Es tu mujer. "Cariño, voy camino del taller, se ha estropeado el coche. Y la niña ha suspendido Selectividad, luego te cuento".

Un buen día te miras al espejo y descubres que tu cuerpo se ha venido abajo. El músculo de antaño ha dado paso a una serie de protuberancias adiposas que, sin saber muy bien cómo, han hecho de tu torso una pera. Y decides -una vez más- hacer deporte. Miras a la bici a través del cristal de la terraza; sigue ahí, al raso, como los últimos siete meses. Cuando vas a echarle mano te saltan a la memoria las cuestas interminables, los calambres y ese día que después de 50 kilómetros estuviste a punto de firmar testamento.

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