Por el Twitter muere el pez

Fue una de las noticias de este fin de semana. Juan Carlos Gafo, número dos de Marca España, el Alto Comisionado que se encarga de la planificación, el impulso y la gestión de la imagen exterior de nuestro país, era cesado de su cargo por el Ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García-Margallo, a consecuencia de un tuit en el que decía: “Catalanes de mierda. No se merecen nada”.

El mensaje en cuestión era la reacción de Gafo ante la pitada al himno nacional que se produjo durante la inauguración de los mundiales de natación de Barcelona. Es tan comprensible que se sintiese ofendido por aquella escena como incomprensible que se le ocurriese publicar un tuit tan desafortunado. En este caso no hay calentón que valga, es una metedura de pata como la copa de un pino.

Twitter es un canal de comunicación fantástico, pero hay que tener cuidado con lo que se dice, básicamente porque una vez publicado no hay vuelta atrás. Cualquiera con un cargo público por supuesto debe extremar el cuidado, básicamente porque su trabajo consiste en representar a otros, y lo de representar o no representar no es como darle a un interruptor, “ahora hablo como el cargo que tengo, ahora hablo de manera personal”. No funciona de ese modo.

Las opiniones personales

Aparte de los políticos y cargos designados (casos que me parece tan evidente que no pueden decir lo que les venga en gana que me sorprende que metan tanto el zueco), están también los directivos y trabajadores en general de cualquier empresa. Me hace cierta gracia la medida ésta de escribir en el perfil cosas como: “las opiniones que comparto en Twitter son personales, no de mi empresa”. Parece que así quedamos totalmente exonerados de decir lo que nos dé la gana, y no es así.

Evidentemente, si me pongo esta tarde a compartir mensajes machistas, racistas y a hacer apología del nazismo, no creo que nadie piense que esa es la ideología compartida por la agencia en la que trabajo. Y sin embargo no me cabe duda de que si hago eso estoy comprando papeletas para que me pongan de patitas en la calle.

Da igual que en tu cuenta escribas a título personal, tu empresa siempre se podrá ver perjudicada si haces barbaridades de manera pública. Y esto es lo que pasa en Twitter. Es lo mismo que si me pongo a cantar desnudo subido a la Cibeles. Probablemente no solo me detengan, sino que si se enteran mis jefes seguramente me despidan, por mucho que alegue que esos gorgoritos y esa escenificación no lo hacía en representación de mi compañía. “Solo faltaría”, me dirían justo antes de una palmadita y un “adiós muy buenas”.

Incautos en la red

Seamos sensatos, si al final todo esto va de sentido común… Libertad de expresión, por supuesto, pero no digamos en las redes sociales cosas que no diríamos si nos pusieran delante de una cámara y un micrófono. Porque es exactamente lo mismo. Sin embargo, y parece mentira, todavía hay mucho incauto.

Se puede opinar de todo, y a nadie le deberían cesar por ello, pero las palabras en público hay que medirlas. Ya escribí en este blog hace tiempo que el tema de la libertad de expresión algunas veces lleva a equívocos. Juan Carlos Gafo podía haber opinado sobre el incidente, incluso mostrando su desacuerdo, vergüenza o decepción por la famosa pitada. Sería comprensible, e incluso lo podía haber enfocado como una petición de respeto hacia nuestros deportistas (muchos nadadores españoles se quejaron en sus cuentas personales). Pero de ahí a tuitear “catalanes de mierda” hay un trecho considerable.

Seguro que Gafo está más que arrepentido y comprende ahora la magnitud que pueden tener tus palabras en público dependiendo de quién seas. Espero que nos sirva de ejemplo a todos (otro más…). Cuidado, que el Twitter lo carga el diablo.