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Carlos Sánchez Almeida

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La absolución de las tres personas juzgadas por supuesta pertenencia a la cúpula de Anonymous ha demostrado que el movimiento jamás tuvo un líder

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Después de haber ejercido la defensa de uno de los acusados en el caso de la presunta cúpula de Anonymous, no puedo ser neutral a la hora de valorar la sentencia (la puedes leer aquí al completo). Han sido cinco años de trabajo cuyo colofón fueron las largas jornadas de juicio, en compañía de dos compañeros de altísima categoría humana y procesal, como son David Maeztu y Miquel Capuz, que ejercían la defensa de los otros dos acusados. No esperen de mí una reflexión sosegada en un momento en el que todo son emociones contrapuestas: alegría por la absolución de tres personas inocentes, tristeza por el desperdicio de energías de nuestro sistema de justicia penal.

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La sentencia de la magistrada Asunción Domínguez Luelmo, titular del Juzgado Penal número 3 de Gijón, con gran rigor jurídico, da respuesta puntual a todas las cuestiones previas planteadas por las defensas. Tiempo habrá para analizarla en profundidad: hoy solo destacaré, por su importancia para otros casos, la declaración de nulidad de todas las pruebas derivadas de la entrada y registro en los domicilios de los acusados, por estimar que se rompió la cadena de custodia de los soportes informáticos intervenidos.

Si algo he aprendido en los años que llevo ejerciendo la defensa en casos de ciberdelitos es que los abogados no somos nada sin un buen perito informático. Los dictámenes periciales elaborados por la policía, pese a su excelente calidad técnica en la mayoría de los casos, no dejan de ser pruebas elaboradas por investigadores que dan soporte a la acusación, y a mi juicio no tienen el carácter de prueba pericial independiente, como tampoco lo tienen las pruebas periciales solicitadas por las defensas.

Dejemos las cúpulas y jerarquías para quienes viven de ellas: los movimientos sociales no las necesitan para seguir avanzando

Por eso aconsejo que en todos los casos de intrusión en sistemas informáticos el análisis del material intervenido se realice por personas ajenas a la persona física o jurídica afectada. La labor de la policía es buscar pruebas del delito: el análisis de las mismas corresponde, en lo técnico, a peritos tan independientes como lo son los jueces para el análisis jurídico.

El caso Anonymous nunca debió llegar a juicio, precisamente porque se prescindió de un peritaje informático de los servidores de la Junta Electoral Central, que deberían haber sido analizados en el momento de la denuncia. Un peritaje independiente hubiese podido demostrar que las incidencias en la web del Congreso se debieron a las protestas masivas de los ciudadanos españoles, volcados en aquellos días en la desobediencia civil masiva del 15M. Nadie aportó a juicio ni uno solo de los cientos de miles de correos de protesta dirigidos a la Junta Electoral, que hubiesen demostrado de forma palmaria la inexistencia de cúpulas. Ni Anonymous ni el 15M tuvieron jamás un líder.

Todos somos Anonymous. Desde hace más de cinco años, en los lejanos días en que se debatía la Ley Sinde, la protesta de los indignados españoles ha sido tan descentralizada como lo es la red, y precisamente por ello cualquiera de nosotros puede ser víctima en cualquier momento de un abuso del poder. Dejemos las cúpulas y jerarquías para quienes viven de ellas: los movimientos sociales no las necesitan para seguir avanzando. Avanzando despacio, porque vamos muy lejos.

*Carlos Sánchez Almeida es abogado especializado en delitos informáticos y Derecho de Internet.

Después de haber ejercido la defensa de uno de los acusados en el caso de la presunta cúpula de Anonymous, no puedo ser neutral a la hora de valorar la sentencia (la puedes leer aquí al completo). Han sido cinco años de trabajo cuyo colofón fueron las largas jornadas de juicio, en compañía de dos compañeros de altísima categoría humana y procesal, como son David Maeztu y Miquel Capuz, que ejercían la defensa de los otros dos acusados. No esperen de mí una reflexión sosegada en un momento en el que todo son emociones contrapuestas: alegría por la absolución de tres personas inocentes, tristeza por el desperdicio de energías de nuestro sistema de justicia penal.

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