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Joan Tapia

Confidencias Catalanas

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Artur Mas, 3 - Rajoy, 0

El lunes 10 escribí que Artur Mas había ganado la batalla del 9-N. Ganó porque se celebró una seudoconsulta sin ningún efecto jurídico pero con valor

Foto: El presidente de la Generalitat, Artur Mas (d), y el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. (Reuters)
El presidente de la Generalitat, Artur Mas (d), y el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. (Reuters)

El lunes 10 escribí que Artur Mas había ganado la batalla del 9-N. Ganó porque se celebró una seudoconsulta sin ningún efecto jurídico, pero con valor político, ya que 2,3 millones de personas acudiendo a unas urnas de cartón no es algo a despreciar. También porque logró superar la suspensión del Constitucional (quizás con argucia y deslealtad como dicen los fiscales catalanes, pero mostrando decisión). Y porque al llevar a cabo la seudoconsulta sin atender al Constitucional dio un golpe para recuperar el liderazgo del soberanismo que la ERC de Oriol Junqueras le había arrebatado el 25 de mayo al ganar las europeas.

Y pudo ganar a Rajoy y a Junqueras porque fue respaldado por un par de organizaciones de la clase media independentista (la ANC y Òmnium) que le proporcionaron (quizás los tenía garantizados al lanzar la seudoconsulta) 40.000 voluntarios que dedicaron todo un festivo a un proceso participativo relevante para muchos catalanes. Y el PP debería preguntarse las razones (su fijación con TV3 es muy exagerada porque su cuota de pantalla es del orden del 15%) para haber llegado a este punto.

Pero no lo está haciendo. Para el PP y para el Gobierno, que parecen compartir una ignorancia culpable sobre la realidad catalana, la culpa sólo es… de los otros. Y si el 10 de noviembre Mas había marcado un gol, ahora el marcador está 3 a 0. Pero no porque Mas haya hecho buen juego (quizás también) sino porque la defensa del Gobierno y del PP, confusa y desordenada, se ha metido dos goles en su propia portería.

El primer autogol fue la comparecencia de Rajoy el miércoles 12 respondiendo a Mas. El president en una intervención el día anterior, en la que respiraba autosatisfacción, había dicho que quería una estructura de diálogo permanente con el Gobierno para negociar tanto la realización de un referéndum de verdad (como el escocés) como las 23 demandas que presentó en aquella extraña reunión con Rajoy de finales de julio que no sirvió para nada.

Rajoy contestó –visiblemente enojado– que sobre el referéndum no había nada que hablar pues la soberanía reside en el pueblo español, y que el 9-N había sido un fracaso porque había más catalanes que independentistas (cierto). Punto y final. Quizás gustó al nacionalismo español molesto con el extraño artefacto de la seudoconsulta, pero no mostró la más mínima empatía ni con los 2,3 millones de catalanes que acudieron a las urnas de cartón ni con los dos tercios que no fueron pero que están preocupados.

Negarse a hablar –o incluso a marear la perdiz– cuando 2,3 millones de personas se han movilizado no es inteligente. Repitió su comportamiento de septiembre del 2012, cuando Mas exigió un pacto fiscal como el de Euskadi (que existe y Euskadi sigue siendo España). No, punto y final. La mayoría absoluta permite eso, pero lo sucedido luego indica que Rajoy se equivocó porque las cosas han ido a peor.

Giscard d´Estaing toreó al general De Gaulle con su famoso “Oui, mais” (Sí, pero). ¿Tan difícil era moverse en un “No, pero” para no romper los puentes con el Gobierno electo de Catalunya? Dicen que negociar implica roce (sentarse juntos) y del roce puede venir el acuerdo e incluso el cariño. El no roce ya hemos visto que conduce a la creciente desafección. Y no con la Generalitat, sino también con, como mínimo, los 2,3 millones de las urnas de cartón o los 1,8 millones de independentistas. No son mayoría, pero pueden ganar las elecciones si se abstiene el 33%.

Pero el segundo autogol, el que puede tener peores consecuencias para España porque puede convertir a Artur Mas en una especie de mártir vivito y coleando, ha sido creer que una querella de la Fiscalía contra el president y la vicepresidenta Joana Ortega era la forma inteligente de responder al 9-N.

El Gobierno ya quiso que el fiscal general del Estado compareciera en TVE la noche del domingo. Al parecer, Torres-Dulce, un fiscal de gran prestigio en la carrera pero con fama de independiente y de buen jurista, se negó. Se recurrió entonces a la amenazante comparecencia del ministro de Justicia. Y el martes varios dirigentes del PP dijeron que la querella sería realidad la misma tarde.

Pero Torres-Dulce hizo una nota desde Logroño diciendo que los tiempos de la justicia no son los de la política. O sea, que la Fiscalía debía defender la legalidad pero no ir a toque de pito del Gobierno y encargó el asunto a los fiscales catalanes.

El fiscal general ya indicaba que no estaba muy por la labor porque cuando el anterior fiscal jefe de Cataluña, Rodríguez Sol (de cuyo hijo Torres-Dulce es padrino), hizo unas polémicas declaraciones sobre el derecho a decidir fue cesado al instante. Y ahora, más de una semana después, la querella no se ha presentado. Los fiscales destinados a Cataluña dicen que ven “argucia y deslealtad” pero no quieren la querella porque el asunto ya está en los tribunales por distintas denuncias particulares y la Fiscalía deberá fijar posición (algo parecido dijo Torres-Dulce el viernes en Burgos).

Y hoy la junta de fiscales se reúne y el fiscal general tomará luego una posición que será ejecutiva porque los principios de la Fiscalía son la defensa imparcial de la legalidad (no es la abogacía del Estado y no está obligada a obedecer al Gobierno) pero también la jerarquía en las decisiones. ¿Por qué Torres-Dulce, que cesó en pocas horas a su amigo Rodríguez Sol, ha dilatado ahora tanto la cuestión? Pues puede ser que le moleste ser tratado como un subordinado del PP o no esté convencido de su conveniencia. Y ayer Miquel Iceta, que maneja buena información, dijo que el fiscal general no quería la querella, pero que era objeto de una presión brutal por parte del Gobierno.

Con toda esta película de desencuentros entre el fiscal general (celoso de su estatuto y que tiene un mandato de cinco años durante los cuales no puede ser destituido), el Gobierno del PP que cree que la persecución a Mas mediante querella le lavaría el frente a los irritados aznares que tiene dentro, los fiscales catalanes que se ‘rebelan’ –y sobre los que la guinda de Carlos Floriano es acusarlos de estar “contaminados” por el ambiente catalán y tener miedo al nacionalismo–… lo que queda palmariamente claro es que el Gobierno ha alcanzado niveles de incompetencia inimaginables hace poco.

Los fiscales destinados en Cataluña tienen razón en que el asunto ya está en los tribunales y la Fiscalía tendrá que definirse. Pero lo peor es que, en el frente político, convertir al president en un mártir es un buen negocio para Artur Mas. Es una campaña de propaganda low cost para “el partit del president” (el partido del presidente), la excusa para enterrar a CDC –quemada por el caso Pujol–, una ayuda para relegar a ERC en el campo independentista… y quizás la rampa de lanzamiento de unas elecciones anticipadas.

El lunes por la noche una persona próxima a Duran i Lleida me comentaba que la cúpula de Unió creía que sería inevitable montar una lista propia si Artur Mas apostaba de forma unívoca por la independencia. De repente se interrumpió: “Claro que si hay una querella contra el presidente y contra la vicepresidenta (es de Unió), entonces todo cambia, entonces todos con el president”.

Que el fiscal general no entendiera la deriva sería natural. Sólo está para defender la legalidad y no está obligado a tener en cuenta otras consideraciones. Que no lo razone el presidente del Gobierno de España, que afronta una situación muy delicada en Cataluña, es casi incomprensible.

Y sólo veo tres hipótesis. Acosado por los problemas ha perdido el norte y reacciona de forma imprevisible. O cree que al independentismo se le puede vencer sólo aplicando la ley y recurriendo a los tribunales (desde el Constitucional a la sala de lo penal del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña). Es un error porque no sólo Pedro Sánchez, que recibe inputs del PSC, ha dicho de forma solemne que el conflicto con la Generalitat es un problema político que no se resuelve en los tribunales, sino que incluso un general –el jefe del Estado Mayor del Ejército de Tierra Domínguez Buj– vino a decir ayer, citando a otro general americano de la guerra de Irak, que la batalla debe ganarse en la mente y los corazones de todos los españoles, para que asuman que es mejor seguir siendo españoles que apostar por la independencia.

Así están las cosas. Crisis de la Fiscalía por las presiones del Gobierno y las interferencias públicas de cuadros del PP de segundo nivel; Artur Mas ganando la batalla por 3 a 0 (hasta el momento); 2,3 millones de catalanes molestos porque se quiera perseguir penalmente a quien ha puesto unas urnas de cartón a las que ellos han acudido, un general importante, y al parecer bienintencionado, apelando a ganar los corazones de todos los españoles…

El 9-N Artur Mas ganó. Pero lo peor es que el Gobierno ha perdido los papeles y reacciona como un boxeador noqueado. Esperemos que sea un mal temporal… pero ya han pasado nueve días.

El lunes 10 escribí que Artur Mas había ganado la batalla del 9-N. Ganó porque se celebró una seudoconsulta sin ningún efecto jurídico, pero con valor político, ya que 2,3 millones de personas acudiendo a unas urnas de cartón no es algo a despreciar. También porque logró superar la suspensión del Constitucional (quizás con argucia y deslealtad como dicen los fiscales catalanes, pero mostrando decisión). Y porque al llevar a cabo la seudoconsulta sin atender al Constitucional dio un golpe para recuperar el liderazgo del soberanismo que la ERC de Oriol Junqueras le había arrebatado el 25 de mayo al ganar las europeas.

Mariano Rajoy Oriol Junqueras