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Ajedrez y educación: el secreto de Benjamin Franklin
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Álvaro Van den Brule

Arte, ciencia y magia

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Ajedrez y educación: el secreto de Benjamin Franklin

En tiempos tan críticos para la cultura y la educación, pilares ambos esenciales como apuesta de futuro para cualquier país con un proyecto de alcance que

El 13 de marzo del año en curso fue un día histórico para este juego milenario que es el ajedrez. No concluyó un match brillante entre dos colosos de este arte, ni se jugó una partida inmortal que quedara registrada en las crónicas, ni un genio en ascenso arroyó a ningún jugador consagrado. El 13 de marzo del 2012 el Parlamento Europeo suscribió una declaración a favor de introducir en las escuelas e institutos de la Unión  el arte–ciencia del ajedrez pronunciándose a favor de los enormes beneficios que este deporte mental podía procurar a sus practicantes.

Como herramienta avanzada de gestión de conflictos, el ajedrez invita a pensar con criterios amplios y no restrictivos. Es un laboratorio de I+D portátil. Su belleza nunca se consume pues es como un Fénix milenario. El ajedrez, como la música, es un idioma universal.

¿Cómo nos puede ayudar a transformar el ajedrez nuestras vidas para que éstas sean mejores? ¿Qué está presente en la sociedad y en el individuo desde que nacemos hasta nuestra partida?

El ajedrez es un juego que en su vertiente científica constituye una oportunidad única de simular el conflictoEl conflicto es una realidad vital y constante en las relaciones humanas. El ajedrez promueve a través de sus innumerables técnicas soluciones avanzadas para abordar con éxito la gestión de problemas de cualquier índole, ya sean éstos de carácter empresarial, político, mercantil, profesional, personal o aplicables a otros escenarios donde se produzcan tensiones o incertidumbres. Propone, además, soluciones de consenso donde prevalezca la negociación y el entendimiento como contrapunto al maniqueísmo, la beligerancia y la violencia.

Un juego que nos ayuda a cambiar

El ajedrez es un juego que en su vertiente científica constituye una oportunidad única de simular el conflicto. Este “simulador de conflictos” que es el ajedrez, es un mecanismo de ida y vuelta. Si nuestra impronta personal queda fijada en la forma en que jugamos, podemos invertir el proceso y abordar nuestras zonas oscuras y nuestras limitaciones a la hora de enfrentarnos al conflicto, aprendiendo nuevos mecanismos de convivencia y soluciones no violentas, y convirtiéndolas en armoniosas, incluso dentro de situaciones adversas. Podemos apreciar que el conflicto forma parte de la vida sin que su resolución exija la anulación del contrario, la propia, la de terceros, o el recurso a la agresión. Podemos, en un entorno sin riesgos, observar nuestra forma de encarar los conflictos, comprendiendo el porqué de muchas de nuestras reacciones automáticas, de cómo se activan nuestros miedos y de cómo nuestras emociones primarias y heridas no resueltas contaminan nuestra voluntad, haciéndonos ejecutar acciones o permanecer pasivos en perjuicio propio o de terceros. Y apreciado ello, podemos cambiar. Podemos emprender un proceso de reeducación y de regeneración, activando incluso nuevos circuitos neuronales y, por extensión, creando nuevas herramientas para gestionar las situaciones de conflicto. Y para hacer esto ni siquiera es necesario saber leer o escribir. Sólo tener una clara voluntad de querer transformarse y evolucionar.

El ajedrez nos puede proporcionar una nueva luz para reestructurar nuestras vidas, reacciones, visión personal sobre el mundo y la humanidad y para afrontar con mayores perspectivas de éxito personal y colectivo aquellas situaciones vitales más duras y dolorosas, además de encarar los retos de la vida, por difíciles que sean. Para transformar el mundo, debemos primero transformarnos a nosotros mismos.

El estudio y la práctica regular del ajedrez se traduce en un incremento patente de las habilidades cognitivasEl ajedrez ayuda a las personas a ser sus propios médicos del alma, mediante su práctica y aprendizaje, a través de este juego que es un simulador vital y que promueve la clarividencia más allá de las visiones en blanco y negro. El estudio y la práctica regular se traducen en un incremento patente de las habilidades cognitivas, cuyas transferencias a otras áreas de conocimiento complementa de manera más que notable, combatiendo así la suerte ordinaria del destino a través del esfuerzo por mejorar la situación en la que uno se encuentra.

El desarrollo de la memoria visual puede llegar a ser excepcional con un trabajo adecuado, al igual que el poder combinatorio, la capacidad de cálculo, la concentración, el pensamiento lógico y transversal y, en definitiva, la estructuración de la mente de una manera mas armónica. Otra de las grandes ventajas del ajedrez es que puede encauzar la hostilidad de manera constructiva y creativa. Buena parte de los logros históricos y sociales se han conseguido sobre la base de buscar y hallar soluciones y salidas a los conflictos que no pasen por el recurso a la violencia.

Entre las múltiples capacidades que se obtienen ejercitando regularmente el ajedrez destacaría, sin lugar a dudas, la puesta en práctica de la toma de decisiones y la valoración del pensamiento analítico, con la ponderación constante de la ley prueba–error.

La moral del ajedrez

Si sumamos dos de los aspectos básicos que se manejan de forma recurrente en el ajedrez, la táctica (planificación a corto plazo), así como la estrategia (planificación a largo plazo), a través del sutil y casi imperceptible hábito al juego y la diversión que comporta, estaremos aprendiendo a saber estar en equilibrio con nosotros mismos y los demás. En definitiva, lograremos una auténtica enseñanza.

Benjamin Franklin en su famoso ensayo La moral del ajedrez, publicado en 1786, tres años antes de la revolución francesa y cinco de la guerra civil que asolaría su país; destacaba con vehemencia su práctica, pues proporcionaba a su entender “la capacidad de prever con tino las consecuencias a largo plazo que pudiera tener cualquier acto”; así como cautela en la observación de la totalidad de cualquier escena y la observación de la dinámica oculta de las posibilidades que no son aparentes a primera vista.

Dicho esto, hay que añadir que este genial inventor, científico y político, autor de más de un centenar de patentes de enorme trascendencia muchas de ellas y de dos docenas de ensayos, solo asistió a la escuela hasta los diez años. Preguntado por un periodista de un diario local de Pensilvania sobre lo prolífico de su creatividad, respondió sin dilación que su secreto estaba en la práctica diaria del ajedrez (sic). Finalmente, apuntalar una idea inherente al ajedrez y a la practica vital. Si arriesgamos, podemos perder. Si no arriesgamos, ya hemos perdido.

El 13 de marzo del año en curso fue un día histórico para este juego milenario que es el ajedrez. No concluyó un match brillante entre dos colosos de este arte, ni se jugó una partida inmortal que quedara registrada en las crónicas, ni un genio en ascenso arroyó a ningún jugador consagrado. El 13 de marzo del 2012 el Parlamento Europeo suscribió una declaración a favor de introducir en las escuelas e institutos de la Unión  el arte–ciencia del ajedrez pronunciándose a favor de los enormes beneficios que este deporte mental podía procurar a sus practicantes.