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Bobby Fischer: un titán contra sí mismo
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Álvaro Van den Brule

Arte, ciencia y magia

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Bobby Fischer: un titán contra sí mismo

Como en uno de los crepusculares atardeceres de algún cuadro de Edward Hopper, la soledad parece tener vida latente. Bobby Fischer sufrió una larga exposición a

Foto: Bobby Fischer: un titán contra sí mismo
Bobby Fischer: un titán contra sí mismo

Como en uno de los crepusculares atardeceres de algún cuadro de Edward Hopper, la soledad parece tener vida latente. Bobby Fischer sufrió una larga exposición a este fenómeno, tempranamente alimentado por una madre ausente tras largas y extenuantes jornadas de trabajo y por las secuelas de la falta de atención tan esenciales en cualquier adolescente que está acercándose a la realidad a pasos agigantados. La ausencia de una figura paterna hizo el resto.

Consciente de que no podía atender a su hijo como ella quería, una afortunada tarde a la edad de nueve años, la madre de Bobby Fischer con buen tino y mejor acierto le regaló lo que durante el resto de sus días sería su laboratorio de gestión de la soledad. Un ajedrez.

Aquel episodio aparentemente intranscendente años más tarde catapultaría a su hijo hacia el reconocimiento que le condujo a la fama y de paso le creó un compromiso con sus treinta y dos pequeños camaradas, de los cuales no se separaría hasta que en sus últimos días se refugiara huyendo de su bestia negra –el fisco norteamericano–, en las frías tierras de Islandia y estas le acogieran en su postrer aliento.

Quizás esa presencia permanente de la soledad en su infancia y adolescencia sobredimensionó las capacidades de este excepcional jugador, hasta convertirlo en la que ha sido posiblemente una de las maquinas de pensamiento más avanzadas que haya dado el genero humano. Aunque obviamente el precio de la introversión tan acusada que siempre manifestó no dejo de pasarle factura más adelante.

Algunas opiniones probablemente algo desatinadas, y algunas ideas sujetas a una clara carencia de soporte humanista e intelectual formado, le llevaron a aventurarse en terrenos que le pudieron hacer perder el equilibrio en más de una ocasión.

Mas independientemente del juicio al que todos nos somete la historia, Robert James Fischer tuvo siempre a un colega que no le defraudó y algo que le permitiría aferrarse siempre, y en los momentos más complicados de su vida, con su peculiar talento de vencedor, a su más intima realidad. El ajedrez.

Traemos hoy a estas paginas una de sus mas celebres partidas contra otro amante de este arte–ciencia, el doctor Reuben Fine, compatriota y compañero de fatigas.

Robert James Fischer vs. Reuben Fine. (New York, 1963). Gambito Evans

Partida amistosa 


1. e4 – e5.

2. Cf3 – Cc6.

3. Ac4 – Ac5.

4. b4 – Axb4 (Esta es la esencia del Gambito Evans, una maniobra de desviación que acarrea a las negras pérdidas de tiempo en desarrollo para favorecer una pronta instalación de un potente centro de peones blancos).

5. c3 – Aa5.

6. d4 – exd4 (Una ruptura central imprescindible en este gambito).

7. 0-0 – dxc3 (Demasiada glotonería. Habría sido mejor d6 para permitir la salida del alfil de c8).

8. Db3 – De7 (“Mirando” a la casilla f7, algo temático en el Gambito Evans).

9. Cxc3 – Cf6.

10. Cd5 – Cxd5.

11. exd5 (abriendo la columna) Ce5.

12. Cxe5 – Dxe5.

13. Ab2 – Dg5.

14. h4!! (Profunda desviación de la dama negra sobrecargada) Dxh4.

15. Axg7 – Tg8.

16. Tfe1+ - Rd8.

Y ahora llega la jugada que convierte a esta partida en una pequeña obra de arte…

17. Dg3!! Maniobra de desviación. La dama está defendiendo el mate por parte de las blancas.

Como en uno de los crepusculares atardeceres de algún cuadro de Edward Hopper, la soledad parece tener vida latente. Bobby Fischer sufrió una larga exposición a este fenómeno, tempranamente alimentado por una madre ausente tras largas y extenuantes jornadas de trabajo y por las secuelas de la falta de atención tan esenciales en cualquier adolescente que está acercándose a la realidad a pasos agigantados. La ausencia de una figura paterna hizo el resto.