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Diez libros que definen nuestra época

Tras el estallido de la segunda crisis del petróleo (1979), el mundo anglosajón inició la década de los ochenta eligiendo presidentes conservadores que extrapolaron a todo

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Diez libros que definen nuestra época

Tras el estallido de la segunda crisis del petróleo (1979), el mundo anglosajón inició la década de los ochenta eligiendo presidentes conservadores que extrapolaron a todo Occidente los valores de un capitalismo feroz, mientras el comunismo de la URSS languidecía en su última década de vida, mostrándose como un sistema erróneo. Bajo una consigna clara –vales lo que compras–, tanto el ocio como los productos utilitarios se vieron absorbidos en una espiral publicitaria y competitiva que, aun sin ser nueva, jamás había alcanzado tan altas cotas de codicia. Esa ilusión de felicidad consumista hizo que varios intelectuales reflejaran, de manera costumbrista o crítica, el sistema en el que vivían. El problema no era, ni es, el capitalismo en sí, sino el uso que se hacía y hace de él. Aquí ofrecemos nueve obras de esos autores que quisieron plasmar el zeitgeist de las últimas décadas, y una excepción que esperemos no se cumpla.

Ruido de fondo de Don De Lillo (Seix Barrall)

Justo un año antes del desastre de Chernobil, el escritor neoyorquino situó al protagonista de la narración, Jack Gladney,  un profesor especializado en Hitler que vive con su cuarta esposa y sus respectivos hijos de sus matrimonios fracasados, en una pequeña localidad estadounidense. En primera persona, la novela explora un microcosmos de disonancias tecnológicas, agudizado por un accidente industrial y la nube tóxica que se cierne sobre la ciudad. En una analogía química y de percepción del entorno, De Lillo expone ese estado neutro en que nos sumen los distintos ruidos que rodean la vida familiar. 

Menos que cero de Bret Easton Ellis (Anagrama)

La ópera prima de Ellis priorizó la ambientación y el desarraigo por encima del efectismo que posteriormente utilizaría en American Psycho. Si en los años sesenta la generación del baby boom aprovechó la positiva coyuntura económica paternal en pos de la contracultura para retornar al sistema más tarde, en los frívolos ochenta los afortunados hijos de brokers, productores de cine y demás amos del dinero, abrazaron el hedonismo propio de a quien les sobra el tiempo (y las tarjetas de crédito). Amorales, nihilistas, hartos de sus propios límites, hijos del pop y Hollywood, vomitan su condición vital entre drogas, coches de gran cilindrada y sádicas fiestas.

Una novela francesa de Frédéric Beigbeder (Anagrama)

De la realidad como ficción. El polémico Beigbeder, que se hizo un nombre en las letras francesas capturando el universo de los creativos publicitarios en 13’99 euros (profesión que ejercía hasta la publicación de la novela), volvió a ajustar cuentas pendientes con el pasado y el presente de la república gala en su última obra. Pensada durante tres días de prisión preventiva por una gamberrada, entre sus variados temas, toca el tabú de la hipotética libertad francesa de la mujer, utilizando a su progenitora como ejemplo por su doble labor: la de mujer trabajadora y sufrida madre.

Plataforma de Michel Houellebecq (Anagrama)

El enfant terrible de la intelectualidad europea estos últimos quince años. Cada obra de Houellebecq trae consigo escalpelo e incisión. No le gusta la vida que vivimos, tampoco las alternativas, solo constatar la amargura de su decrepitud física y de la moral reinante. En Plataforma el cuerpo a diseccionar es el del hastío que nos lleva a experimentar nuestra sexualidad en el viaje para conocer otras tierras, otros cuerpos, reciclarse en pareja por clubs de intercambio y, finalmente, cerrando el círculo, creando un negocio propio de turismo sexual a gran escala. Los principales motores son la ausencia de afecto por el otro y el sexo y el turismo como índices bursátiles.

El público de Bruno Galindo (Lengua de trapo)

En cada barrio de Madrid hay una casa que se cree gobernada por un revolucionario de salón. Dale un gran sueldo en una superflua revista de tendencias, la felicidad de las ficciones televisivas y toda su teoría conspirativa desaparecerá. Metaliteratura, el mito del eterno retorno, el deambular urbano cual fantasma y, lo que aquí más interesa, la estulticia generalizada de los medios de comunicación “enrollados”. Unos medios que ejercen el cinismo y la ironía de quien se cree por encima de todo. Inermes e inofensivos, el objetivo es crear modas, consolidarlas, destronarlas e intercambiarlas por otras igual de efímeras.   

El club de la lucha de Chuck Palahniuk (Random House Mondadori)

El corporativismo y la fidelidad al logo, la marca, el slogan, transforman al desorientado protagonista de esta ficción en una bomba de relojería andante. Consumido por unos objetos utilitarios que parecen decir más de la personalidad del sujeto que las acciones que el mismo lleva a cabo. La aparición de un ser subversivo, un librepensador kamikaze mitad dictatorial, mitad gurú, Tyler Durden, creará una insurrección interior contagiosa. Provocación, ecos de Nietzsche y del cantante ideólogo punk Darby Crash, El club de lucha no ofrece victorias ni derrotas, sólo golpes. Palahniuk jamás volvió a pelear contra la cultura consumista con la misma eficacia.

Música para corazones incendiados de A. M. Homes (Anagrama)

Películas y series como American Beauty y Mujeres desesperadas mostraban otro reverso de esos cándidos barrios residenciales de clase media alta. Homes también espía en las ventanas de esas familias perfectas de puertas para fuera, disfuncionales en el interior del hogar. Intentar solucionar los problemas a través de actos vandálicos como ritual de purificación no será solución ni impedimento para que, aún con más secretos desvelados, todo cambie, todo siga igual. Una familia como personaje central, y los vecinos de secundarios son suficientes armas que utiliza una Homes que ya vivió en sus propias carnes la doble moral estadounidense.

El infierno imbécil de Martin Amis (El Aleph editores)

Amis es el perfecto corolario del intelectual inglés de clase alta: inteligente, mordaz, adalid del humor negro y cierto sentido de la superioridad. Con esos credenciales, a través de diversos encargos de publicaciones, Amis escribió, desde un punto de vista personal, sus impresiones de diferentes figuras, circunstancias y épocas de Estados Unidos. Reunido lo más granado en este volumen, destaca su cobertura de la aparición pública del SIDA, los asesinatos que asolaron Atlanta, sus perfiles de Mailer o Gore Vidal y el desenmascaramiento de la utopía Playboy vista como un dictatorial mundo feliz. A pesar de algunas percepciones erróneas, supone un buen barómetro del país de las oportunidades.

Lo bueno de verdad de Virginie Despentes (Anagrama)

El intercambio de roles en unas hermanas gemelas, y su posición como mujeres dentro del marco de la industria discográfica. La historia no es tan importante en sí misma como las reflexiones de la relación entre Occidente y la feminidad, las barreras que existen entre explotar el cuerpo como mercancía de unos cánones impuestos o la elección propia de presentarse guapa sin represión. La labor de un mercado despiadado, el discográfico, en sus años de bonanza, ejerce de cruce de caminos entre la mujer de reemplazo y la reemplazada.

La carretera de Cormac McCarthy (Mondadori)

Breve y concisa, La carretera no es una oda al viaje iniciático, sino la visión de un futuro aterrador, un futuro en el que no abundan los recursos naturales, un futuro que convierte al hombre en algo peor que un lobo, una especie capaz de aniquilarse en un banquete terminal con tal de conseguir unos pocos años más de vida. La excepción confirma la regla; el protagonista es un padre angustiado que intenta inculcar a su hijo valores eternos en tiempos de decadencia, hay una familia noble y, quién sabe, la esperanza al lado del mar, metáfora de lo que aún no pueden corromper las manos humanas. 

Tras el estallido de la segunda crisis del petróleo (1979), el mundo anglosajón inició la década de los ochenta eligiendo presidentes conservadores que extrapolaron a todo Occidente los valores de un capitalismo feroz, mientras el comunismo de la URSS languidecía en su última década de vida, mostrándose como un sistema erróneo. Bajo una consigna clara –vales lo que compras–, tanto el ocio como los productos utilitarios se vieron absorbidos en una espiral publicitaria y competitiva que, aun sin ser nueva, jamás había alcanzado tan altas cotas de codicia. Esa ilusión de felicidad consumista hizo que varios intelectuales reflejaran, de manera costumbrista o crítica, el sistema en el que vivían. El problema no era, ni es, el capitalismo en sí, sino el uso que se hacía y hace de él. Aquí ofrecemos nueve obras de esos autores que quisieron plasmar el zeitgeist de las últimas décadas, y una excepción que esperemos no se cumpla.