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Un barato experimento social revela las nuevas características de los famosos
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Héctor G. Barnés

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Héctor G. Barnés

Un barato experimento social revela las nuevas características de los famosos

Si uno camina una buena noche por Times Square, en el centro de la gran urbe norteamericana que es Nueva York, y se cruza con un

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Un barato experimento social revela las nuevas características de los famosos

Si uno camina una buena noche por Times Square, en el centro de la gran urbe norteamericana que es Nueva York, y se cruza con un sonriente joven rodeado por un séquito de guardaespaldas, asistentes y paparazzis, lo más probable es que uno se detenga unos instantes a averiguar quién es la celebridad que tanta atención está recabando. Y, quizá, si uno es más descarado, se acerque a pedirle un autógrafo, ya que quién sabe si no se revalorizará con los años.

Algo así es lo que ocurrió en la Gran Manzana a finales del pasado mes de julio cuando Brett Cohen, un anónimo aunque ingenioso ciudadano neoyorquino de veintiún años, decidió engañar a sus vecinos en lo que se ha considerado como una de las grandes pilladas de la historia americana. A Cohen le bastó con rodearse por un nutrido grupo de seguidores y comportarse como un famoso para ser considerado como tal por más de 300 personas que se fotografiaron junto a él en las calles del centro de Nueva York. Entre ellas se contaban atractivas jóvenes en plena despedida de soltera, policías de servicio y algún que otro hipster despistado, que fueron víctimas del engaño del estudiante y subieron su fotografía a Facebook.

Tal fue la expectación que creó la falsa celebridad, a quien nadie conseguía recordar de nada en concreto (“¿un cantante?”, “¿aparecía en la obra de teatro de Spiderman?”), que un grupo de gente lo siguió entre las calles 49 y  42, colapsando el centro de la ciudad. Obviamente, no consiguió su estatus por sus méritos o logros, sino de manera meramente performativa, esto es: era un famoso porque se comportaba como tal. Y aunque el supuesto experimento sociológico se enmascare bajo la recurrente fachada del experimento sociológico –sí, como en Gran hermano–, lo que en realidad constituye la performance de Cohen (aparte de una exitosa campaña de autobombo para su protagonista) es un cuestionamiento de los cánones que definen la cultura de la fama en la que la apariencia es más importante que la esencia. La fama se ha convertido, de esta manera, en quizá el mayor simulacro de la sociedad del espectáculo que definiera Guy Debord a finales de los sesenta.

El precio de la fama

Dos conclusiones se pueden extraer de esta parábola, más allá de la grandilocuente afirmación realizada en la página del programa de radio World Talk Live del propio Cohen, que afirma que “este experimento social constituye una profunda declaración sobre cómo la cultura moderna siente atracción hacia la cultura pop, sin ninguna clase de credibilidad”. Por un lado, que la credulidad de la población en el mundo 2.0 se encuentra bajo mínimos. Pero más importante aún, lo que nos recuerda la anécdota de Cohen es que lo esencial para ser una celebrity es parecerlo. Más aún ahora que el nombre de Cohen ha aparecido en todos los grandes medios de Estados Unidos, de Time a The Washington Post, de manera que se puede afirmar que, después de todo, Cohen sí que es un famoso.

La tecnología ha convertido a las celebridades en objeto de consumo masivoQuizá ese sea el nuevo modelo de la fama: no se trata ya de personas que realicen determinados actos, es decir, que gocen de una reputación ocasionada por su habilidad interpretativa, conocimientos, carisma o incluso fotogenia, como ocurría en el pasado, sino de personas que simplemente, son famosas. Pero la tautología que implica que una persona sea famosa por serlo, y no por lo que hace, conduce a confusiones como la que Cohen ocasionó. O si no, que se lo preguntan a la pléyade de celebridades de medio pelo que han conseguido su poltrona en los platós televisivos a base de arrimarse a la sombra de otros famosos, conformando una red de celebridades que se retroalimenta a sí misma. En resumen, la fama es como una cadena de sucesión hereditaria –o como una enfermedad venérea–, que se transmite por el mero contacto. Como señalaba un comentarista, ¿es que alguien recuerda por qué saltaron a la fama las hermanas Kardashian?

Una celebridad desconocida

En este carácter intransitivo de la fama moderna es sencillo confundir el icono con la persona, el significante con el significado: Cohen portaba todos los rasgos de la fama (simpatía, carisma, paparazzis y guardaespaldas) menos, precisamente, el más definitorio de todos, que es poder ser reconocido por un amplio público. Pero quizá esta sea ya la característica menos necesaria, dado que la vida del famoso es tan efímera que cuando alguien empieza a ser conocido por todos, ya ha comenzado su declive.

Los famosos modernos se comportan como personas de la calleNo se puede dudar de la importancia de la puesta en escena en la performance del humorista. Si el vídeo nos presenta en sus primeras escenas a un Cohen mediocre, ataviado con unos pantalones cortos y con pinta de haberse criado en una familia de clase baja de Brooklyn, instantes después se transforma en un playboy extrovertido y desenfadado, sonriente y ligón. Pero el vestuario y la actuación de por sí no habrían llamado la atención de nadie si no fuese por la presencia alrededor del  bromista de Cohen de un grupúsculo de adláteres y fotógrafos: la señal definitiva de que alguien es digno de atención y, por lo tanto, de ser fotografiado para subir su foto a las redes sociales.

Como señala un interesante ensayo del húngaro Frank Furedi, autor de The Politics of Fear y de On Tolerance. The Life Style Wars. A Defence of Moral Independence, “la tecnología ha convertido a las celebridades en objetos de consumo masivo”. Furedi señala en Celebrity Culture que la intercambiabilidad de las celebridades modernas provoca que aparezcan y desaparezcan de las televisiones con celeridad, y por lo tanto, que simplemente actuando como se espera que se comporte un famoso, uno pueda pasar por uno de ellos. El autor recuerda que muchos han visto en esta reformulación de la fama, que ya no se define por alcanzar unas determinadas metas socialmente sancionadas, una democratización de la sociedad. Apelando a los quince minutos de fama de Andy Warhol, muchos han querido ver en lo efímero de la fama moderna la promesa de que todos podemos ser mundialmente conocidos en un momento u otro.

Para Furedi, lo que distingue a las celebridades actuales de las de otras épocas es que las contemporáneas “conjugan aquello que les hace especiales con una normalidad absoluta”. Precisamente por ello pudo pasar Cohen por una importante celebridad, porque adoptó la misma fachada de familiaridad con que se visten los Brad Pitt, George Clooney o Johnny Depp de turno cuando bajan al ruedo, respondiendo al moderno estereotipo que dice que un famoso, para serlo, tiene que ser un poco como el común de los mortales. ¿La consecuencia? Que, como Cohen ha demostrado, se puedan invertir los términos y convertir a cualquiera en un famoso vistiéndolo con los trajes del emperador (desnudo). Al fin y al cabo, la obediencia a los estereotipos vigentes en cada momento y lugar sigue siendo nuestra principal guía a la hora de conocer el mundo. La mujer del César debe ser honrada y, sobre todo, parecerlo.

Si uno camina una buena noche por Times Square, en el centro de la gran urbe norteamericana que es Nueva York, y se cruza con un sonriente joven rodeado por un séquito de guardaespaldas, asistentes y paparazzis, lo más probable es que uno se detenga unos instantes a averiguar quién es la celebridad que tanta atención está recabando. Y, quizá, si uno es más descarado, se acerque a pedirle un autógrafo, ya que quién sabe si no se revalorizará con los años.