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“Los entusiastas dispuestos a trabajar sin cobrar se han multiplicado”
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Raquel Tomé

Confidencias POP

Por
R. Tomé

“Los entusiastas dispuestos a trabajar sin cobrar se han multiplicado”

Todos los sectores del periodismo han tenido que afrontar diversos ajustes condicionados por una coyuntura difícil y el auge de los medios digitales. Uno de los

Todos los sectores del periodismo han tenido que afrontar diversos ajustes condicionados por una coyuntura difícil y el auge de los medios digitales. Uno de los más afectados ha sido el del periodismo musical, que nunca gozó de la misma reputación que el cinematográfico, literario o teatral, a lo que hay que añadir la proliferación de la información musical y la crisis de las grandes discográficas. Reunimos para discutir sobre el tema a Diego A. Manrique, uno de los críticos musicales señeros de nuestro país con una trayectoria de más de cuarenta años en publicaciones como Vibraciones, El País o Efe Eme o en programas de radio como El Ambigú; Fernando Navarro, autor de Acordes Rotos (66rpm) y periodista de El País; y Esteban Hernández de El Confidencial.

Esteban Hernández. Convendremos, como punto de partida, que el periodista cultural está en crisis. Es cierto que lleva tiempo inmerso en ella, y lo es todavía más que este contexto le está afectando especialmente. Sufre varios cambios, que todavía son más acuciantes para el periodista musical. Por una parte, el periodismo de pago vive malos momentos; por otra, se desconfía cada vez más de los periodistas especializados, ya que las empresas buscan gente versátil que pueda cubrir distintas áreas y, al tratar de reducir costes, prescinden de aquellas firmas que por su experiencia o calidad suponen más gravosas; en tercer lugar, la cultura ha perdido mucha presencia social y apenas goza de capital simbólico. En ese contexto, se hace difícil pensar que el periodista cultural, y más aún el musical, pueda sobrevivir…

El principal problema está en esos medios que pretenden seguir siendo "de referencia" pero bajan el listónDiego A. Manrique. Puede que a muchos nos pille cansados y decepcionados pero, en términos militares, diría que ahora es el tiempo de las guerrillas. El equivalente digital de los antiguos fanzines: los blogs, las páginas web, los podcasts. No necesariamente van a ser micromedios: el otro día leía que los disqueros y promotores del mundillo indie aseguran que Pitchfork tiene hoy más impacto comercial -cuantificable en ventas, bolos- que una revista tan establecida como Rolling Stone. Así que los especialistas crean masa crítica.

Fernando Navarro. Manejando la misma jerga militar que introduce Diego, está claro que son tiempos de trincheras periodísticas, más cuando el pánico domina a la profesión por la caída estrepitosa de los ingresos publicitarios y la adaptación incierta del nuevo consumo de información por Internet, todavía en fase de transformación. Pero esta situación tampoco creo que sea algo nuevo. Recuerdo a Susan Sontag en su libro Contra la interpretación, cuando escribió sobre la necesidad de encontrar auténticos rastreadores. Decía Sontag que, ante la avalancha informativa, la sobreinformación que apuntaba luego el sociólogo Manuel Castells con la irrupción de internet, eran más necesarios que nunca los que saben seleccionar, separar el grano de la paja, y hacer de su criterio un instrumento valioso de conocimiento para otros.

Esteban Hernández. Pero la selección siempre se produce, y más aún cuando hay sobreabundancia de información. La pregunta es quién va a hacer esa selección, en base a qué criterios y a cambio de qué. No es lo mismo, pongamos por caso, que la selección la realice una radiofórmula, donde la programación viene marcada y donde la cualidad que exigen a sus empleados es la de ser exageradamente simpáticos, que una emisora que cuente con un buen número de programas especializados cuyo contenido sea libremente decidido por sus directores. Tampoco es igual si ese medio paga adecuadamente a sus especialistas o si los subemplea, o si les exige conocimientos amplios sobre lo que tratan o sólo que sean baratos. Ni siquiera entro a valorar si es mejor o peor, lo que digo es que producen una selección completamente distinta.

En definitiva, va a haber mediadores, seguro, pero está por ver que el periodista cultural  especializado forme parte de ellos. Y la música es un gran ejemplo. En un contexto donde la información circula con rapidez, en el que cualquiera puede tener un blog y colgar el disco que reseña, y donde es fácil encontrarte con gente que tiene gustos similares a los tuyos, está claro que si el periodista cultural quiere perdurar debe ofrecer algo muy distinto a lo que estaba haciendo. Pero, a su vez, debe pelear en un entorno claramente hostil, en tanto tampoco se considera su trabajo: con cada vez mayor frecuencia los contenidos de esta área son producidos gratis. Y eso vale también para publicaciones especializadas. El otro día Popmatters explicaba a un compañero que no iba a pagarle sus colaboraciones en dinero, sino en prestigio. En ese escenario, olvidarse de lo material no tiene sentido, porque a lo mejor en el nuevo mundo el periodista cultural sigue siendo influyente, pero no puede ganarse la vida…

Diego A. Manrique. Lo de colaborar sin pago no es novedad. Se me ocurren al menos tres revistas musicales españolas (de papel) que lo aplicaban hace bastantes años. Lo que ahora vemos es la multiplicación de esos entusiastas, que incluso pasan de negociar con un redactor jefe: como dice Esteban, escriben inmediatamente en su blog e igual cuelgan el disco en cuestión, algo que tú no puedes hacer en un medio establecido.

Es normal encontrarse con informaciones/opiniones donde de lo que menos se habla es de músicaEso es bueno. El principal problema está en esos medios que pretenden seguir siendo "de referencia" pero bajan el listón, ante la necesidad de rellenar espacio digital. El periodismo musical siempre ha estado abierto al "mi sobrino sabe mucho sobre música". Ahora, el intrusismo es abrumador ya que cualquiera puede adquirir en minutos la información básica sobre un artista o movimiento. Nosotros notamos esa impostación pero igual el jefe de sección no advierte nada. Voy a decir algo que puede sonar "incorrecto". Tal vez hayamos sido demasiado complacientes ante esa invasión. Los especialistas en cine, literatura, arte son más territoriales: no toleran tonterías ni la competencia de indocumentados. Nosotros protestamos menos y, desde luego, nunca denunciamos cuando se cuela periodismo de Wikipedia o de nota promocional. Sería antipático pero ¿cómo vamos a exigir un nivel si nosotros mismos dejamos que los medios se degraden? Ya sé que, ay, es utópico cuando aquí no tenemos los mecanismos de autocontrol de los medios anglosajones.

Fernando Navarro.- Yo no estoy en contra del intrusismo. Es decir, me parece que en la profesión periodística tienen que informar y hacer crítica los mejores, los que más saben y mejor comunican. No es una cuestión de titulación ni diploma que te acredita a escribir por encima de otros. Y lo digo como licenciado en Periodismo por la Complutense de Madrid. Lo que pasa que sí creo que los periodistas con más rigor y serios con su profesión, que más respetan y hacen por conocer este oficio y sus claves, suelen ser capaces de informar mucho mejor que nadie y, sobre todo, de forma más fiable y enriquecedora que muchos aficionados o, como dice Diego, “sobrinos que saben mucho de música”.

Pero, volviendo a la crítica musical, mi experiencia dentro de varias redacciones en prensa y radio es que la alta jefatura no sabe de música ni quiere saber o, más bien, que no se ve la música como un asunto cultural de primer orden. La música está relegada en la mayoría de las ocasiones a un asunto de variedades, más cercano a la sección de Gente que al Cine o la Literatura. Por eso, es normal encontrarse con informaciones/opiniones donde de lo que menos se habla es de música aunque sea para hablar de un disco, concierto o artista en cuestión. Informaciones que basta cubrirlas con el becario (con todos mis respetos a los becarios, que yo también lo fui) para que “se escriba algo” o con el primero que pasa, pero siempre sin aplicar el mismo rigor para con otras informaciones.

El día que el crítico de cine para hablar del último estreno de Hollywood o Cannes dedique su preciado y privilegiado espacio en un periódico nacional a hablar de cómo iban vestidos los espectadores, quienes comían palomitas y quienes parecían conmovidos o relacione a Eastwood con una marca de tabaco y a partir de ahí no diga nada de la peli, lo despiden.

Esteban Hernández. En realidad, el periodista cultural en general (y su subclase menos apreciada, el periodista musical) se está quedando sin sitio. Por muchas razones. Una de ellas tiene que ver con la cada vez menor consideración de la cultura en los medios (no da lecturas, no genera influencias políticas, tampoco es cool, salvo cuando tiene que ver con tendencias o con moda) y otra con la exigencia de adaptación a una nueva funcionalidad. Esa falta de rigor que cita Fernando no está provocada por la falta de sensibilidad de personas concretas en cargos directivos sino con una cuestión estructural. Ese tipo de textos más banales y menos cuidados son más baratos de producir y llegan a mayor público. O al menos esa es la creencia que circula, y aun cuando no se corresponda en absoluto con la realidad, una vez que una convicción arraiga es muy complicado que desaparezca de las mentes de los gestores. La cultura interesa a la gente, puede darse de manera amena sin perder rigor, y en otras ocasiones exigirá un esfuerzo que terminará mereciendo la pena. Hacerla intrascendente y tratarla bajo los mismos parámetros que un desfile de moda, por ejemplo, es un error, también en lo comercial.

Gran parte del público sabe distinguir entre la labor apasionada y la faena rutinariaDesde esta base, creo que hay muchas cosas que podemos hacer para invertir la tendencia, aun cuando el punto en el que estemos sea poco prometedor. En primera instancia, porque las armas del pasado parecen hoy débiles. El autocontrol que mencionaba Diego parece muy improbable para nuestro entorno, en gran medida por la debilidad colectiva del sector que él ha sufrido. En segunda, porque el periodismo musical se divide entre quienes piensan en términos del pasado y quienes creen que todo lo nuevo es bueno y nos conducirá hacia un futuro brillante. Romper esa dicotomía es esencial. En definitiva, creo que todavía tenemos algunas bazas por jugar.

Fernando Navarro. Seguramente, como apunta Esteban, es un problema estructural, donde hay una forma de hacer todo más barata y menos exigente. A pesar de cómo están las cosas actualmente, soy optimista con la profesión periodística en general y con la crítica musical en particular. Lo soy porque a los lectores, tal vez no sean tantos como en otras épocas, o tal vez sean muchos más de los que no pensamos, sí les interesa informarse bien y formarse un criterio a partir de lo que leen/escuchan. Para muchos de ellos, el papel de la crítica musical sigue siendo necesario, relevante incluso, en tanto en cuanto los periodistas musicales pueden hacer de primeros exploradores en la selva de la sobreinformación, descubriendo escenas, bandas o músicos, o pueden explicar con buenas y acertadas palabras las virtudes o los defectos del arte musical, tanto desde un punto de vista pasional como responsable y profesional.

Diego A. Manrique. Retomo el hilo del “intrusismo”. Obviamente, yo no estoy en contra: era –oficial, más que realmente– un estudiante de derecho cuando comencé a publicar textos sobre música en revistas como Triunfo. En mi caso, el periodista se hizo con la primera línea, sin teorías previas.

Necesitamos asumir que reivindicar las glorias del pasado no sirve para mucho, en el contexto de unas empresas que buscan trabajadores más jóvenes y baratos. Lo que nos queda es mantener el nivel de autoexigencia en la actividad cotidiana y luchar por defender las buenas prácticas en nuestra zona de influencia. Gran parte del público sabe distinguir entre la labor apasionada y la faena rutinaria. En su feedback debemos depositar nuestras esperanzas.

Todos los sectores del periodismo han tenido que afrontar diversos ajustes condicionados por una coyuntura difícil y el auge de los medios digitales. Uno de los más afectados ha sido el del periodismo musical, que nunca gozó de la misma reputación que el cinematográfico, literario o teatral, a lo que hay que añadir la proliferación de la información musical y la crisis de las grandes discográficas. Reunimos para discutir sobre el tema a Diego A. Manrique, uno de los críticos musicales señeros de nuestro país con una trayectoria de más de cuarenta años en publicaciones como Vibraciones, El País o Efe Eme o en programas de radio como El Ambigú; Fernando Navarro, autor de Acordes Rotos (66rpm) y periodista de El País; y Esteban Hernández de El Confidencial.