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Dylan regresa a lo grande con su disco más arriesgado
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Héctor G. Barnés

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Héctor G. Barnés

Dylan regresa a lo grande con su disco más arriesgado

Aplicar el calificativo de obra maestra a un producto cultural publicado en la actualidad probablemente carezca ya de sentido. Al fin y al cabo, se trata

Foto: Dylan regresa a lo grande con su disco más arriesgado
Dylan regresa a lo grande con su disco más arriesgado

Aplicar el calificativo de obra maestra a un producto cultural publicado en la actualidad probablemente carezca ya de sentido. Al fin y al cabo, se trata de una categoría más publicitaria que definitoria, un reclamo desgastado por su uso que sirve simplemente para llamar la atención de cierto tipo de público, de igual forma que la presencia de un actor reconocido en el cartel de una película o una frase elogiosa en la portada de un best seller. Por eso convenía, de antemano, tomar con cautela la unanimidad con que la crítica anglosajona ha recibido Tempest (Sony), el nuevo álbum del septuagenario Bob Dylan. Pero si algo puede adivinar el oyente tras unas pocas escuchas, es que si hay un disco en este 2012 que pueda merecer ese calificativo, ese es Tempest. Una vez más.

Dylan vuelve a escribir canciones coherentes, lúcidas y sentidas, fuera de los ejercicios de estilo precedentesSi algo se puede afirmar de este nuevo disco del músico americano, es que al contrario de lo que podían vaticinar trabajos más conservadores como el sobresaliente Modern Times (2006) o el más coyuntural Together Through Life (2009), Dylan sigue siendo capaz de sorprender cincuenta años después de la publicación de su primer disco. Si aquellos trabajos apuntaban a una jubilación confortable del de Minnesota, cómodo bajo la protección del blues de Chicago y el jazz de entreguerras, Tempest desmiente los peores vaticinios y nos devuelve a un Dylan más afilado, tanto en lo musical como en lo literario. En lo musical, porque Tempest vuelve a mostrar un interés por los arreglos, las texturas y la interpretación que la música de Dylan no conocía desde los tiempos de su colaboración con Daniel Lanois, y que quizá deba atribuirse a la reincorporación del guitarrista Charlie Sexton a la banda.

En lo literario, porque salvo en el country-swing que da arranque al disco, Duquesne Whistle, (en el que cuenta con la colaboración del letrista Robert Hunter), Dylan parece haber dejado de lado la célebre magic box donde guardaba todos los pareados que se le ocurrían (y, donde depositaba todo aquello que iba tomando, ejem, prestado) y, salvo contadas ocasiones, vuelve a entregar esas canciones coherentes, lúcidas y sentidas, propiamente dylanianas, que salvo en contadas ocasiones –Narrow Way, Early Roman Kings– ya no son un mero ejercicio de estilo (por bien que estos les quedasen en el pasado) sino un recordatorio de por qué Dylan es el poeta más laureado del rock and roll.

El fin del mundo tal y como lo conocemos (y me siento bien)

Si en Modern Times las formas musicales del pasado servían para conferir un halo de atemporalidad a las visiones apocalípticas originadas por los desastres presentes (entre ellas, el huracán Katrina o el 11 de septiembre), Tempest sigue un camino semejante aunque de manera aún más aventurada, libre y provocadora. Muestra de ello son temas inesperados como el feroz Pay In Blood, donde recuerda a su colega Warren Zevon, el spoken-word Long and Wasted Years, una de las canciones más heterodoxas de toda la carrera de su autor, o Soon After Midnight, una balada sentimental propia del Elvis de los sesenta.

Algo parece preocupar a Dylan sobre su país natal cuando afirma que “sus luces están brillando, me pregunto si me reconocerán cuando vuelva”. En el saltarín blues Narrow Way se le escucha cantar que “desde que los británicos quemaron la Casa Blanca, hay una herida sangrante en el corazón de la ciudad”, y más tarde, que “este es un país difícil para sobrevivir, las cuchillas están por todas partes y están destrozando mi piel”. No es el único verso que se refiera al futuro de su país en el álbum: en Early Roman Kings canta que “estuve en Black Mountain el día que Detroit cayó”, y es posible identificar en esos primeros reyes romanos que “compran y venden” y que “destruyeron tu ciudad, ahora te destruirán a ti” un retrato de los despiadados brókers de Wall Street.

La canción que da título al disco es una experimental balada de quince minutos sobre el naufragio del TitanicPero no se trata de un álbum oscuro, por más que algunos pasajes lo sean de manera inequívoca. En Tempest Dylan recupera el disfraz de sátiro que tan bien le había sentado en los últimos tiempos, travestido en un diablo juguetón que llega a cantar versos como “voy a tener que coger mi cabeza y enterrarla entre tus pechos” o “Joe, toca esta canción para mi puta yonqui de pecho plano”. Más bien, el personaje moderno adoptado Dylan compatibiliza su lascivia con su desencanto hacia el mundo contemporáneo, violento y despiadado, como muestra al insertar en la tierna Soon After Midnight un verso como “arrastraré su cadáver por el barro”. Esta síntesis de lo romántico y lo apocalíptico encuentra su retrato más certero en la segunda mitad del álbum, quizá lo más apasionante que ha registrado su autor desde mediados de los setenta.

Folk posmoderno, crímenes noir y un recuerdo para Lennon

Scarlet Town da inicio a la traca final describiendo el pueblo en el que la acción de la balada tradicional Barbara Allen tenía lugar, aunque a juzgar por los términos en que se define a la villa (“sus calles tienen nombres que nadie puede pronunciar”), bien podría surgir de las peores pesadillas de H.P. Lovecraft. Se trata de una canción folk en la onda de Man in the Long Black Coat que bien podría haber registrado Nick Cave en sus Murder Ballads, punteada por la atmósfera opresiva de la mandolina, el violín y la guitarra acústica. Pero quizá el peso pesado de esta parte inagotable del álbum sea Tin Angel, que no encuentra parangón en toda la discografía del de Minnesotta y que nos devuelve a aquellas narraciones de principios de los sesenta como The Lonesome Death of Hattie Carroll, si ésta hubiese sido interpretada por Tom Waits. En sus nueve minutos de duración, Dylan adopta los ambientes del cine negro para contar una historia de traición y venganza en un desventurado trío amoroso, una de las canciones más ominosas registradas por su autor, y eso es decir bastante.

El álbum se cierra con un sentido homenaje a John LennonLo más arriesgado y experimental del disco es, sin embargo, la canción que le da título. Tempest es un Woody Guthrie posmoderno (o un Daniel Johnston menos naïf), un recuerdo del naufragio del Titanic en el que la historia, la leyenda, el cine (en concreto, la película de James Cameron protagonizada por Leonardo DiCaprio) y el relato oral se funden en una misma obra. Como Dylan señaló en su entrevista a Rolling Stone, “un artista no tiene por qué ser fiel a la realidad”. Muestra de ello es esta balada irlandesa de quince minutos que apunta, una vez más, que la cultura popular de masas es el folk de nuestros días.

El disco se clausura con uno de los temas más inesperados del álbum, un homenaje a John Lennon que recupera la sensibilidad de canciones como Shooting Star para servir de elegía sobre el caído líder de los Beatles. No hay lugar aquí para la ironía en la voz, cada vez más herida, de Dylan, que no duda en citar a otro poeta británico William Blake para recordar a su compañero de aventuras, en cuyo trágico destino seguramente el judío reconvertido se reconoció más de una vez. “Que tu luz brille, sigue adelante / ardiste de forma muy brillante, vuelve pronto, John”, termina el álbum. Y si no fuese porque ya se ha dicho lo mismo en cada uno de sus últimos discos, uno pensaría que este puede ser el perfecto broche final a la carrera musical del músico más importante del siglo XX.

Aplicar el calificativo de obra maestra a un producto cultural publicado en la actualidad probablemente carezca ya de sentido. Al fin y al cabo, se trata de una categoría más publicitaria que definitoria, un reclamo desgastado por su uso que sirve simplemente para llamar la atención de cierto tipo de público, de igual forma que la presencia de un actor reconocido en el cartel de una película o una frase elogiosa en la portada de un best seller. Por eso convenía, de antemano, tomar con cautela la unanimidad con que la crítica anglosajona ha recibido Tempest (Sony), el nuevo álbum del septuagenario Bob Dylan. Pero si algo puede adivinar el oyente tras unas pocas escuchas, es que si hay un disco en este 2012 que pueda merecer ese calificativo, ese es Tempest. Una vez más.