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¿Usted no mataría nunca? No esté tan seguro
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Rocío Mayoral

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¿Usted no mataría nunca? No esté tan seguro

¡Qué seguros estamos cuando criticamos a los demás!  Y con qué facilidad decimos “yo nunca haría lo que hacen ellos” o “nunca haría nada que pudiese

¡Qué seguros estamos cuando criticamos a los demás!  Y con qué facilidad decimos “yo nunca haría lo que hacen ellos” o “nunca haría nada que pudiese perjudicar a otros”.

En cuestiones morales solemos tenerlo todo demasiado claro. Quizás por eso sea necesario plantear una pregunta: ¿de verdad cree que sería incapaz de provocar un daño intencionado a alguien? Seguramente pocos dudarán de su respuesta: “Nunca podría hacer daño a nadie y mucho menos con conciencia de ello”.

Pero ¿está seguro de su respuesta? Pues si lo está, siento amargarle el día; porque es probable que no se conozca tan bien como cree. La investigación acaba de confirmarlo. Todos somos capaces de causar daño intencionado a otras personas.

Y para ello no hace falta ser un descontrolado, ni alguien malvado o un psicópata camuflado. Según demuestra una reciente investigación de la Universidad de Michigan, cualquier ser humano bondadoso, íntegro o cargado de principios podría hacerlo. Podría decidir incluso matar. ¿Increíble? Pues según parece, no. Bastaría “simplemente” con creer que haciéndolo evitaríamos un mal mayor y salvaríamos la vida de otras muchas personas.

Para muchos esta idea es del todo inadmisible. Pero estudios como éste muestran que nuestros principios no son inquebrantables y que en situaciones extremas, todos podríamos actuar en contra de ellos.

¿Qué harías si matando a una persona pudieras evitar la muerte de muchas más?

Interesante cuestión. Porque nos encanta juzgar y utilizar frases como: “Si yo mandase, eso nunca lo haría” o una muy de moda: “Cuando yo gobierne, nunca…” Qué claro lo tenemos todo. Pero en el fondo, sabemos que existen situaciones extremas en las que es muy difícil actuar sin hacer daño a nadie ¿Por qué alardear de lo que nunca haríamos? Poner nuestros principios como bandera es muy arriesgado. Nunca se sabe.

¿Qué pasa en la mente de los que tienen el poder de decidir sobre la vida de otros?

¿Sufrirán? ¿Tendrán remordimientos cuando sus decisiones afectan a otros? Estas cuestiones fueron las planteadas por los responsables de la investigación. Para analizarlas utilizaron un conocido dilema ideado en su día por la filósofa inglesa Philippa Foot. ¿Qué haría usted en una situación extrema, en la que pudiese salvar varias vidas a cambio de realizar un acto en el que debería morir “tan solo” una persona?

Para responder a esa pregunta Foot ideó un escenario en el que un tranvía avanzaba sin control por una vía en la que había cinco personas atadas por un filósofo malvado. Afortunadamente, existía un botón capaz de desviarlo hacia otra vía. Pero también allí había alguien apresado. El dilema era: ¿pulsaría el botón para salvar a 5 individuos a cambio de matar solo a uno?

Los investigadores intentaron dar a la escena todo el realismo posible y para ello, introdujeron a los voluntarios en un entorno virtual de 3D en el que debían pulsar un botón si decidían cambiar la dirección del tren. Los resultados fueron concluyentes. Más del 90% lo hizo, decidiendo así que muriese el preso solitario. El resto permitió que el vagón siguiese su camino y matase a los otros cinco.

Pero ¿qué sintieron los voluntarios? Según demostró el estudio, los que no accionaron el botón fueron los que más sufrieron. Sabían que habían hecho mal y no ser responsables directos de ninguna muerte no les hizo sentir mejor. Sabían que pulsar el mando era la mejor opción, aunque “cargasen” con el muerto a sus espaldas. Para la mente no hacer nada fue igual que matar. Y ¿usted qué opina? Cuidado. Quizás su respuesta le acerque a muchos con los que no desea compararse.

No entiendo tanto ensañamiento, ninguna opción era buena y la que tomamos sin duda era la mejorEstos resultados son interesantes. Según Carlos D. Navarrete, director de la investigación, ponen en la mesa que el concepto del bien y el mal es mucho más relativo de lo que nos atrevemos a creer. La mente humana tolera mal no actuar ante lo que considera injusto pero a veces, al hacerlo, contradecimos nuestros principios. Y es que ninguno es inamovible. Ni siquiera uno tan deleznable como matar. Por eso juzgar a otros es tan complicado.

Pero a pesar de todo lo hacemos. Criticamos con compulsión. Sobre todo a quienes tienen el poder: a jefes y a políticos; después, a familiares y amigos. Según algunos estudios, el principal motivo de crítica es la falta de moral y la facilidad con la que olvidan sus principios tras acceder al puesto.

Pero ¿todavía existe algún líder con principios?

Les contaré una historia. Paco es Director de Recursos Humanos en una consolidada empresa. En los últimos tiempos lo ha pasado muy mal. En pocos meses las ventas se redujeron más de un 50%. Un día llegó la noticia: los sueldos no se podían mantener. Pero ni él ni los otros directivos deseaban ver a nadie en la calle. Luchó por evitarlo. Finalmente tomaron la decisión que creyeron más justa y solidaria. Nadie iría al paro pero a cambio, se reducirían los sueldos. ¿Creen ustedes que algún trabajador se sintió agradecido con esa decisión? Por supuesto que no. En estos días es uno de los seres más odiados y vilipendiados de la empresa. Él se siente mal y solo repite: “No entiendo tanto ensañamiento. Ninguna opción era buena. La que tomamos sin duda era la mejor para todos. ¿Por qué no lo ven?”

Pobre Paco. Puede que él sí que sea un líder bienintencionado y con principios. Todavía quedan. Y puede que por eso lo esté pasando tan mal. Pero el malestar de los que tomaron decisiones como las que él adoptó nunca será comparable al drama de los afectados por ellas. Es lógico que muchos juzguen estos actos y se pregunten "¿De verdad fueron inevitables esas medidas? ¿Fue necesario tanto sufrimiento?" Nuestra historia reciente está llena de episodios con decisiones más que cuestionables: la invasión de Vietnam, la guerra de Irak… ¿Cómo se valorarán los actuales recortes cuando todo haya pasado?

Será la historia la que finalmente juzgue si esas decisiones fueron acertadas y si con ellas se evitaron males mayores. ¿Pero sólo la Historia? ¿Saben ustedes quienes son los ‘hibakushas’? Es el nombre que se da en Japón a los supervivientes de Hiroshima y Nagashaki y que hoy 60 años después siguen sufriendo las secuelas de la radiación.

Está claro. Esa decisión detuvo la guerra y seguramente evitó muchas muertes, pero destrozó la vida a cerca de 150.000 personas. A ninguna se le podrá reprochar nunca su derecho a cuestionar a quienes tomaron aquella decisión. Seguramente Truman lograse acallar su conciencia pensando en todas las muertes que se evitaron. Pero ninguna de las víctimas permitirá jamás que la historia les considere tan solo como un “mal menor”. Eso nadie debería consentirlo.

¡Qué seguros estamos cuando criticamos a los demás!  Y con qué facilidad decimos “yo nunca haría lo que hacen ellos” o “nunca haría nada que pudiese perjudicar a otros”.