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Cada vez más niños agreden a sus padres. ¿Qué es lo que hacemos mal?
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Rocío Mayoral

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Cada vez más niños agreden a sus padres. ¿Qué es lo que hacemos mal?

María tiene 15 años. Acaba de ser internada en un Centro de Menores de la Comunidad de Madrid tras haber sido denunciada por su madre, desbordada

María tiene 15 años. Acaba de ser internada en un Centro de Menores de la Comunidad de Madrid tras haber sido denunciada por su madre, desbordada por sus agresiones constantes. En estos días no para de repetir lo que otros muchos padres: De pequeña era una niña maravillosa. No sé cómo ha llegado a esto”. Pues llegó como todos. Comenzó desobedeciendo. Más tarde empezó a insultar y a amenazar, cada vez con más frecuencia. Al final, acabó pegando a toda la familia.

Hasta hace muy poco era difícil imaginar la posibilidad de que un hijo agrediese a sus padres. Pero, desgraciadamente, ya no hay que imaginar nada. La Memoria de la Fiscalía General del Estado en la que se recogen los datos de 2011 lo ha vuelto a confirmar. El maltrato de menores ha experimentado un aumento alarmante en los últimos años. Concienciarnos de la gravedad de este asunto es prioritario, pero también lo es analizar cómo hemos llegado a esto. Sólo así podremos aspirar algún día a poner freno a esta situación.

Pero, ¿por qué nos está costando tanto hacerlo? Emilio Calatayud, el conocido juez de menores de Granada, parece tener claro el motivo. Hace pocas semanas impartió una conferencia en la Universidad San Pablo CEU con el título Educar hoy para no castigar mañana y no se cortó un pelo. Para él, el principal problema es que “somos uno de los países más brutos de Europa” ya que carecemos de unidad. No la tenemos ni en el terreno social, ni en el educativo, ni en el sanitario, ni en el judicial. ¿Así cómo vamos afrontar un problema tan complejo, cuya solución requiere coordinar tantos estamentos?Muchas personas creen que esto no va con ellos y que estos episodios sólo se producen en familias marginales

Seguimos sin conciencia clara de la entidad del problema. Ante ello, sólo cabe recurrir al poder incontestable de las cifras. Y éstas son claras. Desde finales de 1990 el aumento de denuncias de los padres ha sido enorme. En 2007 fueron 2.683; el año siguiente fueron casi el doble. Desde entonces no han parado de aumentar. El pasado año lo hicieron de nuevo. Hubo más de 8000. Pero en el fondo se desconocen las cifras reales. Se estima que uno de cada ocho padres nunca llega a denunciar a sus hijos. 

Pero según datos oficiales hoy no sólo se agrede más sino que se hace a edad más temprana. Antes los agresores tenían entre 14 y 18 años. Hoy hay muchos de 12, ¡y de muchísima menos edad! Y por si esto fuese poco, las chicas también se han convertido en agresoras. Cometen hasta un tercio de las agresiones.

Psicólogos, psiquiatras, fiscales, educadores… Todos coinciden: los datos son preocupantes. Pero aun así, muchas personas creen que esto no va con ellos; que estos episodios sólo se producen en familias marginales. Pues se equivocan. Los datos de las distintas fiscalías son claros: “Este delito es típico de menores de clase media y media alta, y lo cometen tanto chicos como chicas”.

¿Cómo es posible que hayamos llegado a esto?

Cada vez hay más padres que no pueden con sus hijos cuando son pequeños. ¿De verdad alguien cree que lograrán influir sobre ellos a los 15 años? Todos sabemos la respuesta. No.La espiral agresiva es muy difícil de detener

¿Cuál es el origen de este comportamiento? Los expertos coinciden. En educación hay todavía mucha confusión. Los niños necesitan amor pero también, obligaciones, normas y límites. Sin embargo, a muchos padres les sigue costando ponerlos. Pero si no lo hacemos nosotros quién lo hará. ¿la asistenta, la abuela, el colegio? Durante el I Congreso Internacional Padres e hijos en conflicto, celebrado en Madrid, Javier Urra expuso que los niños agresores, en contra de lo que muchos creen, suelen tener padres formados, democráticos. Pero son “demasiado indulgentes, permisivos, les cuesta imponer normas, mantener castigos…"

Pobres niños. Sin normas no aprenderán a ceder o a esperar, a tolerar la frustración o a negociar. Se convertirán en unos tiranos. ¿Qué será de ellos cuando se hagan mayores? Puede que nada malo, pero con la adolescencia a veces aparecen las drogas, el alcohol, las amistades peligrosas, las frustraciones. Para algunos esto será el detonante de la agresividad.

¿Qué podemos hacer?

En la prevención está la clave. La violencia no es innata. Se aprende. Las vivencias de infancia y juventud son decisivas. La escuela está realizando una gran labor preventiva. Pero los padres son la pieza clave. Deben aprender a poner límites a los hijos; desde pequeños. También deben aprender a detectar conductas de riesgo para cortar la agresividad en sus primeros brotes.

Pero, ¿qué hacer si un día nuestro hijo nos agrede? ¿Debemos ponernos duros? Desgraciadamente, esa vía se agotó hace tiempo. Lo más eficaz será cambiar su entorno, sus amigos y hacerle empezar de nuevo. Podemos intentar un cambio de colegio o de actividades. Pero a veces ya es muy tarde. La espiral agresiva es muy difícil de detener.Algunos padres son demasiado indulgentes y permisivos, les cuesta imponer normas o mantener castigos

Es conveniente pedir ayuda: las posibilidades de mejora disminuyen con la edad, así que ocultar la verdad es un grave error. En 2010 se fundó la primera asociación de ayuda a padres con hijos maltratadores. Hoy ya son varias. Recurrir a ellas es fundamental para las familias.

Cuando nada funciona es necesario recurrir a especialistas. Cuanto antes mejor. Existen psicólogos, mediadores y coach especializados en este tipo de casos. Pero que el joven acuda a ellos a veces es imposible. Hoy existen terapeutas que intervienen en el entorno del chico.

Así mismo existen colegios terapéuticos y centros especializados. Son muchos menos de los necesarios; pero empieza a haberlos. Javier Urra dirige el Programa Recurra, una iniciativa destinada al tratamiento y ayuda de niños y padres en conflicto. Tienen centros de apoyo en muchas ciudades y un colegio residencial para casos graves donde los tratamientos duran al menos, dos meses. Hay otros centros de intervención, pero no son suficientes. Además la mayoría son muy costosos.Hay que aprender a detectar conductas de riesgo para cortar la agresividad en sus primeros brotes

Así que muchos padres, en el colmo de la desesperación, acaban recurriendo a la justicia. Calatayud dijo recientemente que “todas las semanas tiene 3 ó 4 juicios por denuncias de padres a hijos”. Es un paso duro pero a veces esto salva a los chicos, porque el control paterno adquiere respaldo judicial. Y esa opción no es tan mala ya que el destino de estos niños no siempre es el internamiento. Normalmente se les pone en libertad vigilada; se les marcan horarios, etc. Se les obliga a encauzar su vida o incluso a estudiar. En su conferencia de Madrid recordó que ha condenado a 200 menores a sacar el título de enseñanza obligatoria. Un juez con “seso”; cada vez son más. Y logran que muchos chicos se encaucen. Casos como estos muestran que para hallar soluciones efectivas a veces sólo se requiere un poco de sensatez.

Pero el problema al que nos enfrentamos es grave y la solución no está sólo en los padres o los jueces. En este reto todos tenemos un papel importante. Los expertos nos han hablado mucho de las causas pero también de soluciones. Ahora sólo queda por ver si en próximos años seremos capaces de coordinar planes que logren disminuir las agresiones que tantos menores infringen a sus familias. De no conseguirlo habrá que empezar a planteárselo más seriamente: ¿Seremos de verdad el país más bruto de Europa?

María tiene 15 años. Acaba de ser internada en un Centro de Menores de la Comunidad de Madrid tras haber sido denunciada por su madre, desbordada por sus agresiones constantes. En estos días no para de repetir lo que otros muchos padres: De pequeña era una niña maravillosa. No sé cómo ha llegado a esto”. Pues llegó como todos. Comenzó desobedeciendo. Más tarde empezó a insultar y a amenazar, cada vez con más frecuencia. Al final, acabó pegando a toda la familia.