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El arte de vivir

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EC

Gracias a la música, que me ha dado tanto

Seguro que a todos os suena la famosa canción a la que hace alusión este título, “gracias a la vida, que me ha dado tanto”. No

Seguro que a todos os suena la famosa canción a la que hace alusión este título, “gracias a la vida, que me ha dado tanto”. No es extraño, ya que ha sido mil veces versionada por multitud de artistas de todo el mundo, como Mercedes Sosa, María Dolores Pradera, Joan Baez, Plácido Domingo, Richard Clayderman, Nana Mouskouri, Alberto Cortez, La oreja de Van Gogh, y un largo etcétera, en el que también se incluyen las traducciones al finlandés y al sueco. Lo que no tanta gente conoce de esta canción que se ha considerado un verdadero “himno humanista y universal”, es que su compositora fue la gran artista chilena Violeta Parra, en cuya vida se basa la película Violeta se fue a los cielos (Andrés Wood, 2011), estrenada en nuestros cines recientemente y aún en cartelera.

Violeta Parra (1917-1967), fue una artista inabarcable, que además de cantautora, destacó como pintora, escultora, bordadora y ceramista, facetas que la llevaron a ser la primera artista latinoamericana que expuso individualmente en el Louvre. En cuanto a su inmenso legado musical, habría que señalar, en primer lugar, su extensa recopilación de música popular chilena, (más de tres mil canciones rescatadas del anonimato) que la convirtieron en una de las folcloristas más importantes de América Latina. Por otra parte, sus canciones sociales más reivindicativas se consideran precursoras de la corriente musical conocida más tarde como Nueva Canción Chilena, de la que formaron parte, entre otros, Víctor Jara. Sus letras poéticas, como la famosa Volver a los 17, versionada en la España de los 80 por Rosa León, han conmovido a cantantes de todo el mundo. Nuestro popular Joaquín Sabina, le dedicó en 2008 el tema Violetas para Violeta.

Retratos de un cambiante mundo emocional

La cinta de Andrés Wood ganó el premio del público en Sundance, y estuvo nominada a los Goya, como mejor película iberoamericana el año pasado. Está basada en la novela homónima del hijo de Violeta, el también cantante Ángel Parra, inspirándose en sus propios recuerdos y emociones. La película resulta, por tanto, en sí misma, una evocación poética alrededor de la mujer y la artista, sumergiéndonos con eficacia en una atmósfera envolvente acompañada de su música. Si estáis interesados en conocer datos concretos de su vida, puede ser interesante una previa lectura rápida de su biografía, para captar mejor todos los detalles de la película, ya que, la narración no es lineal o cronológica, sino desordenada, como la memoria… No obstante, incluso, los espectadores menos informados, pueden salir del cine, aguijoneados por la curiosidad y, de seguro, tarareando sus canciones.

Puesto que la música es un ingrediente fundamental en la vida de esta mujer apasionada y contradictoria, repleta de matices, sus canciones, verdaderos poemas musicados, funcionan como retratos de su cambiante mundo emocional. La película comienza, con fundido en negro, y el silencio, sólo interrumpido por el sonido rítmico de una puerta batida por el viento. Pero, en seguida, sobre el silencio, irrumpirá con fuerza la voz de Violeta, -una espléndida Francisca Gavilán, que le pondrá voz y rostro a la original-, para conmovernos con su sencillez y profundidad, y darle unidad a la historia.

Música de pantalla contra música de fondo

Porque la música, literalmente el arte de las musas, es en su acepción más amplia, precisamente eso, “el arte de combinar sonidos y silencios en el tiempo”. Para muchos, lenguaje por excelencia de las emociones, es desde luego, una manifestación humana presente en todas las culturas y tan antigua como el ser humano.

La música se ha asociado al cine desde sus comienzos, antes incluso de la llegada del sonoro, cuando las películas mudas se acompañaban de música de piano en directo. Poco a poco, se fue perfeccionando su función de subrayar las acciones mostradas en las imágenes aportándoles mayor complejidad en su contenido emocional o anímico. Con la llegada del sonido, para celebrar este gran avance técnico, empezaron a proliferar las actuaciones de músicos, cantantes y bailarines, generando así lo que según la terminología de Michel Chion, sería la “música de pantalla”, es decir, la música que procede de una fuente visible en la escena o la acción. En contraste con ella, se define la “música de foso”, proveniente del hipotético foso, donde se situaba la orquesta en el mudo y que en el sonoro seguirá teniendo el valor de enfatizar las emociones a modo de “música de fondo o ambiente”.

Estas dos fuentes de la música se combinan de múltiples formas y a veces se solapan. Por ejemplo, en la película Violeta se fue a los cielos, casi siempre sus canciones se corresponden con una imagen de la cantante interpretando el tema, predominando por tanto, la “música de pantalla”. Pero también a veces esa misma canción se prolonga en el tiempo mientras la escena cambia, por lo que funcionaría como “música de foso” de esa nueva imagen.

Exactamente al revés es como ocurre en la exitosa “Searching for sugar man”,( Malik Bendjelloul, 2012), un interesantísimo y sorprendente documental, en el que las canciones de Sixto Rodríguez, suenan continuamente como fondo mientras asistimos intrigados a la búsqueda que dos de sus fans hacen de este hombre que revolucionó a toda una generación de sudafricanos durante el apartheid. Y sólo en algunas imágenes como las del final, en el concierto que dará el rescatado cantautor ante sus fans, le veremos interpretar sus temas, correspondiéndose por fin imagen y sonido. La película ha ganado premios muy importantes, entre ellos el Oscar de este año al mejor documental. Estrenada ya en febrero, sigue aún en cartelera en varias salas de Madrid, y ha salido también en dvd. Es una verdadera joya.

El fascinante poder de la música

La interesante relación entre música y cine ha tenido muchas y variadas formas. Sin pretender hacer aquí una historia musical del cine, la complejidad de esta relación iría desde la “musicalización de las imágenes”, a la “filmación de la música”. Lo que verdaderamente resulta más eficaz y exitoso es que, como diría Gilles Mouëllic, “se produzca un verdadero encuentro entre ambos universos creativos”.

Las películas a las que nos referimos en este artículo, corresponderían a esa estupenda confluencia, en la que partiendo de la fuerza de la música de estos dos cantautores, Sixto Rodríguez y Violeta Parra, y de sus arrolladoras personalidades, se consigue además plasmar en imágenes una bella historia cinematográfica a la altura de la calidad artística de aquellos a quienes homenajean.

De hecho, parece que la idea de llevar a la gran pantalla, el fascinante poder de la música, sigue en pleno auge, como demuestran las recién estrenadas, El último Elvis (Armando Bo II, 2012) y Springsteen & I (Baillie Walsh, 2013). Ambas, esta vez, desde la perspectiva del fan, otro punto de vista interesante para la psicología.

Pero, centrémonos ahora en estos compositores, ¿qué parece suponer, para ellos, la música?

Para Violeta, la música parece su medio natural, crece entre las canciones de su padre, profesor de música, del que hereda su primera guitarra, y las inquietudes artísticas de toda su familia. Desde niña, toca la guitarra y a los 12 años compone sus primeras canciones: boleros, corridos, etc. Forma dúos con algunos de sus hermanos, ganándose la vida cantando en bares, trabajando en circos y en salas de barrio. Cuando se le pregunta por cuál de todas sus formas de expresión artística se decantaría, ella dice “la gente, es la gente, la que me motiva a hacer todas esas cosas”. Y Angel Parra, su hijo, nos cuenta “el gran tema de mi madre es la identidad”, en primer lugar la identidad de su pueblo, por lo que busca en su música, y probablemente la suya propia. Violeta, considera que su trabajo, es su vida, a menudo incluso por encima de su familia, y la música es su mejor forma de expresión.

Así que, puesto que vivir es cantar, y la gente es su motivación diaria, cuando el público apenas acude a su carpa y su relación sentimental se acaba, parece que decide sellar su boca para siempre. Su tema Gracias a la vida, que corresponde a su último álbum, resulta, pues, un canto de despedida. Pero, su voz, no se ha extinguido, ya que, como en una carrera de relevos, al igual que ella evitó que la música del campo chileno se muriera con sus campesinos, otros muchos artistas han decidido mantener vivo su legado.

¿Importa el éxito económico?

Quizá a Violeta, le habría aportado esperanza la historia de Sixto Rodríguez, para descubrir que la vida puede sorprendernos en cualquier momento, incluso cuando ya creemos que la suerte está echada. Y sino, que se lo digan a este hombre, que a los 70 años, descubre repentinamente el “éxito” pasado y presente. Es verdaderamente conmovedora la escena en que da un concierto en Sudáfrica y miles de personas se saben sus letras. A veces, la realidad supera a la ficción y esta historia real parece un espectacular “happy end” cinematográfico.

La vida de este chicano afincado en Detroit, es ciertamente un ejemplo de sencillez, honestidad, independencia y sensatez. Saberse famoso para un par de generaciones en otro país, incluso percibir las mieles del éxito social, no parecen cambiar esencialmente su forma de estar en el mundo ni su felicidad. Es un ejemplo claro de que felicidad y éxito (en el sentido de fama, o reconocimiento externo) no son la misma cosa, pese a que en el mundo de hoy, parecen sinónimos. Sixto Rodríguez parece una persona feliz, tranquila, que acepta la vida como viene y para el que la música ha sido un aliado y un modo de expresión del que ha seguido disfrutando para su propio placer todos estos años, independientemente de haber vendido muchos discos o no. No sabemos ni sabremos nunca cómo habría afectado a su vida, la venta de todos esos discos pirateados, que le hicieron tan popular, pero su personalidad ha generado aún más mito que su música (y eso que se le equipara a Bob Dylan), hasta el punto de que, al parecer, son ya muchos lo que quieren resarcirle de sus pérdidas económicas, comprando ahora los viejos vinilos. Más allá de la anécdota de su historia, sería estupendo que sirviera de ejemplo para motivar a los muchos artistas anónimos que, por diversas razones, nunca conocerán la fama, y a juzgar por el ejemplo de Sixto, ni falta que hace. Disfrutar de cualquier modo de expresión artística ¿no es un motivo suficiente para seguir haciéndolo?

Seguro que a todos os suena la famosa canción a la que hace alusión este título, “gracias a la vida, que me ha dado tanto”. No es extraño, ya que ha sido mil veces versionada por multitud de artistas de todo el mundo, como Mercedes Sosa, María Dolores Pradera, Joan Baez, Plácido Domingo, Richard Clayderman, Nana Mouskouri, Alberto Cortez, La oreja de Van Gogh, y un largo etcétera, en el que también se incluyen las traducciones al finlandés y al sueco. Lo que no tanta gente conoce de esta canción que se ha considerado un verdadero “himno humanista y universal”, es que su compositora fue la gran artista chilena Violeta Parra, en cuya vida se basa la película Violeta se fue a los cielos (Andrés Wood, 2011), estrenada en nuestros cines recientemente y aún en cartelera.

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